Las nuevas tecnologías y, sobre todo, Internet, han cambiado la forma de comunicación de hoy en día. Los e-mails, los SMS o el WhatsApp están tan integrados en nuestro día a día que ya nadie recuerda las postales, las cartas escritas a mano o los míticos telegramas.
Los veranos y las Navidades eran los momentos en que los buzones eran una fuente de alegría, especialmente para los más pequeños de la casa. Quién no recuerda la ilusión de abrir el buzón y encontrar una postal, aunque fuera de un pueblo a 20 kilómetros, de la amiga de clase que te explicaba cómo iban sus vacaciones o la felicitación de navidad de la tía del pueblo a la que sólo veías dos veces al año. Actualmente, son las nuevas tecnologías las que nos hacen llegar esta información, el WhatsApp de la compañera de universidad con una imagen del momento o el post en tu muro de Facebook con la felicitación de Navidad de un amigo que hace más de dos años que no ves. Las nuevas tecnologías han hecho perder la personalización de esos momentos, en que mediante la lectura de las postales y las felicitaciones podías ver cómo esa persona había perdido minutos en escribirte unas palabras en exclusiva.
Como todo en la vida, todo tiene sus pros y sus contras. Si la pérdida de la personalización en los mensajes es su lado negativo, la agilidad y la rapidez en la transmisión son sus ventajas. Ahora ya no hace falta esperar a que la carta llegue al buzón para leerla, sino que nada más terminas de escribir y pulsas enviar, la otra persona ya lo recibe. Una agilidad que es de agradecer ya que permite mantener una comunicación fluida y, además, rompe barreras geográficas. Ahora, los kilómetros de distancia ya no son excusa para no mantener el contacto. Si uno quiere, puede; aunque se haga difícil de asumir que se pierde esa esencia de la emoción de esperar, recibir, abrir y leer la carta.
Hoy en día es muy extraño abrir el buzón y encontrarte una misiva personal escrita a mano y, cuando ocurre eso, la gente alrededor te mira con cara de extraterrestre como si estuvieras viviendo aún en la prehistoria. Por no decir que nadie ya recuerda los telegramas, donde ponías lo estrictamente imprescindible porque por cada palabra escrita pagabas y baratos no lo eran. Al igual que la sociedad, que ha ido avanzando, la comunicación también. Ha pasado de ser pagada a “gratuita”: tiene su coste pero no como cuando ibas a comprar el sello o a mandar el telegrama; o de espaciada en el tiempo a inmediata. Pequeños cambios que hacen que dos personas que viven en lados opuestos del mundo estén uno al lado del otro gracias a las nuevas tecnologías.
Unos cambios en la comunicación que han hecho que el buzón, en la actualidad, sea sólo un objeto casi meramente decorativo en las viviendas. Lo abres y no encuentras nada, la mayoría de las veces está vacío. Bueno, vacío vacío totalmente, no: panfletos publicitarios y facturas sí que continúan llegando.