Somos todos culpables de la muerte que golpea con ráfagas de balas nuestras ciudades. Somos culpables y víctimas de todas estas guerras sin nombres, que empezaron en Iraq y que aún no terminan y que seguirán golpeándonos por haber jugado con el fuego, con las mentiras y con la vida.
Todos los argumentos blandidos para invadir Bagdad hoy son reconocidos como mentiras, pero las falsas verdades de ayer, las armas de exterminio de masas, al ser rechazadas después de más un decenio, no vuelven los muertos en vida, no hacen regresar a los prófugos ni borran el dolor extremo causado por tantas heridas.
El Isis, el demonio de hoy, empezó a engendrarse en esas guerras y es hijo o nieto de esas mentiras. La escasa y frágil fragilidad de ayer hoy es explosiva y algunos hijos de los muertos dejaron el miedo colgado detrás de una puerta cerrada. Y hoy día atacan con odio barbárico y sin temor a la muerte, recordándonos sus propios muertos, haciendo presente con los mutilados por las bombas en nuestras tranquilas esquinas. Y así es, así ha sido siempre, el que juega con el fuego se quema y el que mata muere, porque para los asesinos no hay vida.
Hoy lloro por los jóvenes asesinados en Paris, como también lloré viendo piernas sin cuerpo por las calles de Bagdad, cabezas sin hombros, ojos sin mirada y manos sin dedos. Porque, a pesar de todo, las víctimas son siempre inocentes y los conquistados y los conquistadores están siempre unidos por el hambre, por las injusticias, por el dolor inconmensurable que cada acto de guerra significa.
Este viernes Paris fue por algunas horas Bagdad y Siria, los asesinos de siempre juegan sin ser disturbados con nuestras vidas. Nunca he aplaudido ninguna guerra, porque cada guerra es una cruz y una corona de espinas. Pero si alguien aplaudió la invasión en Iraq, si alguien no se opuso a las mentiras, que vea hoy en los muertos de Paris también los muertos olvidados en una guerra maldita.
No estoy justificando nada, no estoy diciendo que lo de ayer fue una desgracia inducida. Lo que estoy gritando es muy simple: cada atrocidad humana lleva al odio y el odio engendra otras atrocidades, que no serán nunca justificadas ni por verdades ni por mentiras y que, en toda la sangre inútilmente derramada, tenemos que ver el dolor de todas y cada una de las víctimas.
Hoy, una guerra perversa, que no era nuestra y que nunca lo fue, golpea nuestra puerta y entra por nuestras ventanas, porque, tal vez, ayer no fuimos capaces de oponernos y evitar otras atrocidades e injusticias. Hoy lloro por las victimas de Paris, como siempre he llorado amargamente por todas las víctimas. Recordemos sólo que la sangre derramada es la misma vertida, cotidianamente, por nuestros vecinos árabes en Medio Oriente y que ahora linda y se radica en nuestra parte del mundo porque nuestros muertos, en la desgracia, se mezclan a los miles que caen en Medio Oriente y, los atentados que sufrimos, por favor, que no nos sirvan de pretexto para marginalizar y estigmatizar a millones de inocentes, culpables de un solo pecado, ser nuestros vecinos o en muchos casos, profesar una fe diferente. El Isis es un engredo de muerte en parte nuestro, que castiga y somete con fuerza inusitada a los pueblos del Medio Oriente, que humanamente tenemos que sentir como nuestra gente, víctimas como nuestras víctimas de la misma máquina perversa de odio y de muerte.
Ayer no durmieron 129 madres,
pensando en sus hijos.
Ayer no durmieron cientos de policías,
buscando pistas e indicios.
Ayer no durmieron miles de periodistas,
narrando lo sucedido.
Ayer no durmieron los ambiciosos políticos,
pensando a los pasos sucesivos
y ayer tampoco durmieron
millones de inocentes familias musulmanas,
esperando una estúpida venganza
por parte de otros asesinos.