¿Qué es aquello a lo que todo ser humano aspira? En el teatro del siglo XXI al que todos van a ver y ser vistos, Facebook, aquello que todos buscan es aquello que tantos tratan de aparentar. Es también aquello que algunas marcas nos tratan de vender embotellado con altas dosis de gas y azúcar. Es aquello que los libros de autoayuda prometen que nos ayudarán a conseguir. La meca de la postmodernidad: la felicidad.
En un mundo marcado por la ciencia, la filosofía de antaño, fuente de sabiduría embebida de la noble causa de dar respuesta a las incógnitas más profundas del hombre, se hace a un lado ante el aplastante peso del rigor científico.
En busca de la felicidad ha surgido todo un nuevo paradigma psicológico. Allá por el año 2002, Martin Seligman se coronó como el psicólogo fundador de la psicología positiva. Digamos que si Freud era ese padre del psicoanálisis que buceaba en el subconsciente tras las causas de la infelicidad, Seligman es hijo del positivismo y trata de aplicar el método científico a la búsqueda de la felicidad.
Cuando menos, la idea suena atractiva. Más vale prevenir que curar; mejor una buena dosis de este know how que recrear en el diván los traumas más recónditos de nuestra infancia.
Lo cierto es que la doctrina de Seligman suena a titular de menos de 140 caracteres del tipo “cómo ser feliz en 5 fáciles pasos”:
- Sentir emociones positivas (placer)
- Vivir con entrega (disfrutar el momento presente)
- Dotar a nuestra vida de sentido
- Lograr las metas que nos proponemos
- Establecer y mantener relaciones estables con las personas que tenemos al lado
Si bien a uno se le queda un poco cara de ¿y este es el final de Lost? cuando lee la receta del maná, muchos decidieron convertirse a la religión de la psicología positiva embebidos de promesas de ebria felicidad. Entre ellos se incluye Barbara Fredrickson obstinada en la tarea de alegrar almas ajenas y bolsillos propios.
Fredrickson hablaba en un estudio científico de 2013 de la existencia de dos caminos hacia la felicidad. Uno, basado en la búsqueda del placer instantáneo, como el que siente uno al comer un donut de chocolate, reducía las defensas del organismo de forma semejante a como lo hace la depresión. Otro, dirigido por una felicidad dotada de significado, las aumentaba.
Las críticas hacia esta escuela de “magia simpática”, como la llamaban sus detractores, no se hicieron esperar. En este contexto de rigor científico y supuestas bases biológicas surge un investigador amateur para denunciar la falta de fundamento de esta nueva disciplina.
Nick Brown, el quijote realista de la (in)felicidad, denunciaba que este estudio era “totalmente defectuoso”. Este ingeniero informático británico de 53 años, en el transcurso de un curso de psicología positiva, observó un gráfico del estudio de Fredrickson que señalaba que si tenías una proporción 2,9013 emociones positivas por cada emoción negativa, la felicidad comenzaba a llenar tu vida. Sobre esta nueva proporción aúrea, la psicóloga estadounidense había escrito La positividad, una investigación de vanguardia revela la relación de 3 a 1 que cambiará tu vida, medicina paliativa para la escasez de endorfinas.
Brown se puso en contacto con Alan Sokal, un científico famoso por denunciar las barrabasadas que se publican en ocasiones en revistas científicas. Resulta que Fredrickson había aplicado ecuaciones de dinámica de fluidos para describir los cambios en las emociones humanas sin ningún tipo de justificación teórica. Suena muy riguroso y científico aplicar ecuaciones de dinámica de fluidos a tu investigación. La reviste de gafas y bata blanca. El problema, aparte del sinsentido mencionado, es que los cálculos estaban mal hechos.
Pero no todo es un sinsentido. La psicología positiva proporciona felicidad, al menos a una profeta como Fredrickson que cobra 600 euros por charla. Pero felicidad de la mala, de la instantánea.
A parte de los postulados de Fredrickson en concreto, los estudios de los psicólogos positivos en general señalan que el 50% de nuestra felicidad se debe a causas genéticas, el 10% es de origen social y el 40% restante depende de nuestra actitud. Los libros, cursos, charlas, etc. de psicología positiva te venden la actitud para potenciar tus posibilidades.
Dejando de lado la corriente de la psicología positiva, otros estudios ajenos a su paradigma han tratado de arrojar luz sobre el asunto. Según una investigación publicada en Journal of Happiness Studies, aquellas personas que compran algo a otras experimentan mayor felicidad que aquellas que se lo compran a sí mismas. Ya nos los decía Sócrates en el siglo V a.C., hacer el bien nos hace felices.
El doctor Rick Hanson en su libro Hardwiring happiness – The new science of contentment, calm and confidence señala que aquello que sentimos y pensamos construye nuestras rutas neuronales. No es que seamos lo que comemos, sino que somos lo que pensamos. Cuando nos acostumbramos a algo, en nuestro cerebro se crean rutas neuronales que se convierten en el camino de vuelta a casa de todos los días. Es decir, seguiremos ese modo de pensar por defecto.
Según esto, si nos acostumbramos a tener pensamientos positivos, acabaremos generándolos por defecto. Hasta la felicidad es cuestión de costumbre.
Pero si ya estás acostumbrado a las rutas negativas, aun tienes tiempo de ser feliz. La neuroplasticidad permite el cambio constante ante nuevas situaciones. Nuestros cerebros eliminan aquellas habilidades mentales que no utilizamos continuamente y las sustituye por las que sí usamos. Y si no, ¿quién de los aquí-lectores se acuerda de cómo se hacían integrales? Silencio en la sala.
También las horas de sueño influyen en nuestra felicidad. Un estudio, dirigido por Meredith Coles, directora de la Clínica de Ansiedad Binghamton, señaló que quienes duermen pocas horas o se acuestan tarde son blanco de un mayor número de pensamientos negativos que aquellos que se duermen antes y más. Y es que el café quita el sueño pero no el mal humor.
Algo que también hemos experimentado todos y que investiga Daniel Gilbert desde la perspectiva de la psicología experimental en su libro Stumbling on happiness es que una vez se cumplen nuestros deseos, llega la decepción. Las personas cambiamos muy rápido y cuando obtenemos lo que deseamos ya no somos la misma persona que la ansiaba en un principio, afirma Gilbert.
Dejando de lado la ciencia, veamos cuáles son los países más felices. Según el World Happiness Report que establece un ranking de los países más felices, la tierra prometida se halla en el norte de Europa. La clave de estos países es que gozan de mayor esperanza de vida, más apoyo social, experimentan más generosidad, tienen más libertad para tomar decisiones en la vida, perciben menos corrupción y poseen mayor PIB per cápita. Suiza, Islandia, Dinamarca y Noruega se coronan como los más felices, seguidos de Canadá, Finlandia, Holanda, Suecia, Nueva Zelanda y Australia. La pregunta que se plantea es si el elevado número de suicidas que poseen algunos de estos países se hallaban entre los encuestados.
Sorprende encontrar a Bután en el puesto 70 de este ránking. Allá por los años 70, su entonces rey se propuso introducir un indicador que midiera la felicidad de los habitantes, la Felicidad Interior Bruta (FIB). Con él pretendía medir y propulsar la calidad de vida de sus habitantes.
En este país de base budista situado entre China y el Himalaya, los cuatro pilares de la FIN son: la promoción del desarrollo socioeconómico sostenible e igualitario, la preservación y promoción de valores culturales, la conservación del medio ambiente y el establecimiento de un buen gobierno.
Bután permaneció aislado de la infelicidad de sus vecinos en el mundo hasta los años 70. Hasta 1999 los butaneses no conocieron ni internet ni la televisión. Junto con la modernidad, los smartphones, la diversión nocturna y los modelos de belleza externa se empezaron a colar las causas de infelicidad de la civilización avanzada. En un mundo en el que la belleza femenina venía marcada por hembras fuertes y sanas, las mujeres de Bután empezaron a sentirse feas ante los estereotipos que venían de fuera.
Si no tenemos posibilidad de mudarnos y los libros de autoayuda no son la panacea que parecían, aun queda esperanza. Según un grupo de neurocientíficos del Centro Médico de la Universidad de Hamburgo-Eppendorf, las personas sanas de edad avanzada (en torno a 66 años) tienden a sentirse menos infelices con las cosas que no pueden cambiar respecto a los jóvenes (en torno a 25 años). Y es que ya lo dice la sabiduría popular: el tiempo todo lo cura. El tiempo, y un buen sueño reparador.