"Si amas a alguien, déjalo ir; si vuelve, es tuyo, si no… nunca lo fue". Anónimo
En Copenhague, bañada por las aguas del puerto Langelinie y las mareas de turistas encontramos una pequeña estatua que mira melancólicamente hacia tierra. Es la estatua de una hermosa mujer con cola de pez sentada sobre una gran roca. Esta sirena esculpida en 1913 por Edvard Eriksen es uno de los símbolos más característicos de la capital danesa y está inspirada en un cuento del afamado escritor Hans Christian Andersen.
La historia, original titulada Den lille havrue (La Sirenita) y publicada en 1837, habla de una pequeña sirena quien, enamorada de un príncipe humano, sacrifica su voz a cambio de un par de piernas para poder vivir entre los humanos y la posibilidad de adquirir un alma. La sirena está dispuesta a soportar indecibles mutilaciones para conseguirla: desde la amputación de su lengua a manos de la bruja del mar hasta soportar la sensación de mil cuchillas atravesándole las piernas con cada paso. Todo esto con una sonrisa amable y comportamiento impecable. Al final del cuento el príncipe se casa con otra y la sirena se convierte en una “dama del aire”. Las damas del aire son espíritus que viajan a través del mundo trayendo felicidad a los corazones de los hombres. Durante trescientos años deben servir como espíritus, al cabo de los cuales consiguen un alma y pueden descansar en paz.
La hermosa estatua de Eriksen muestra únicamente su anhelo por pisar la tierra, pero tal vez fracasa con su belleza en capturar el sufrimiento de la heroína original. Sin embargo, a pesar de ser la más famosa, no es la única representación oficial de la Sirenita que podemos encontrar en Copenhague.
Alejémonos de Langelinie, caminemos por una agradable zona residencial situada junto al océano. Los edificios han sido remodelados y convertidos en luminosas viviendas de tocho visto. Aquí, a apenas cinco minutos de las mareas de turistas y los puestos de souvenirs, encontramos una pequeña plaza con estatuas metálicas de carácter abstracto. En el mar, sobre un montoncito de rocas, una figura grotesca de color verde contempla su cuerpo retorcido: ni pies ni aletas y parece que llora.
Esta es la sirenita imaginada por Bjørn Nørgaard en 2006. Una criatura que parece conjurar las torturas sufridas por la heroína de este cuento e ir más allá, sacando a relucir la pena del autor al escribirla.
Entre los años 1835 y 36 el joven Edvard Collin contrajo matrimonio en secreto. Al llegarle la noticia el escritor danés Hans Christian Andersen quedó devastado. La boda se llevó a cabo en secreto y Andersen no fue notificado de ella por temor a que montase una ‘escena’. Andersen había expresado su amor hacia el oficial danés quien escribió posteriormente en sus memorias: “no me encontré capaz de responder a su amor y eso le causó mucho sufrimiento”. Rechazado, Andersen puso la pluma sobre el papel componiendo uno de los cuentos populares más queridos.
La sirenita es una carta de amor de un bisexual atormentado por sentimientos que no podían ser expresados en voz alta por ir contra las convenciones sociales de la época. “Mis sentimientos por ti son como los de una mujer”, escribió Andersen a Collin,“La feminidad de mi naturaleza y nuestra amistad deben permanecer en secreto”, pues las relaciones del mismo sexo eran ilegales en Dinamarca hasta 1933.
La historia también trata el conflicto religioso y “el deseo de llegar a Dios”. Andersen era cristiano aunque no siguiera un dogmatismo clásico. En la sirenita el hecho de que la protagonista –que es una representación del autor– las sirenas carecen de alma y esta solo les es concedida a través del sacramento matrimonial –algo que Andersen nunca recibió– o trayendo felicidad a los seres humanos durante trescientos años convertidas en Espíritus del Aire. Es una posición hacia los propios sentimientos que sigue bastante el dogmatismo cristiano tradicional, que considera la homosexualidad como un pecado.
No obstante, a pesar de la melancolía del cuento, este concluye con un mensaje muy potente que no todas las adaptaciones del cuento han conseguido transmitir. Al igual que muchas historias de Andersen, el final feliz no llega a cumplirse del modo que uno desearía y, sin embargo, la moral del cuento es una que no suele encontrarse en historias infantiles: la aceptación que la felicidad del ser amado es tan importante como la propia felicidad y que hay que dejar marchar al ser amado.