Es el subgénero cinematográfico del siglo XXI por excelencia. En la última década y media, las películas de superhéroes han dominado el cine comercial estadounidense y, por extensión, las taquillas mundiales. Aunque Batman, Superman y algunos otros personajes ya habían realizado sus primeras apariciones en el celuloide durante los años setenta, ochenta y noventa, no ha sido hasta fechas muy recientes cuando Spiderman, los X-Men, Hulk, Thor, Iron Man, Capitán América y, de nuevo, Batman y Superman se han convertido en las caras más populares del séptimo arte.
El impulso definitivo para estos rentables filmes fue la adquisición de Marvel por los todopoderosos Walt Disney Studios. Desde entonces, el productor Kevin Feige y directores como Joss Whedon, Jon Favreau y James Gunn han creado un universo común para todos los superhéroes de la casa que se ha convertido en modelo incluso para la competencia. De hecho, DC y Warner Bros ya trabajan en su propia saga encabezada por el hombre de acero y el hombre murciélago. Aunque por el momento esta burbuja aumenta su tamaño sin obstáculos, comienzan a detectarse ciertos síntomas de desgaste en una fórmula que tiende a la repetición. Las dos últimas entregas de Spiderman no han satisfecho las expectativas de Sony Pictures Entertainment y la secuela de Los Vengadores, pese a la millonaria recaudación, no ha superado las cifras de su predecesora. Mientras Los 4 fantásticos se hunden sin remedio en la taquilla, Marvel Studios rastrea en su catálogo y presenta un filme sobre Ant-Man, uno de los personajes más desconocidos de la factoría. Desde luego, es la película de superhéroes más lograda de 2015, pese a sus imperfecciones.
El estafador Scott Lang (Paul Rudd), divorciado y con una hija, intenta dejar atrás la vida al margen de la ley después de pasar por la cárcel. Sin embargo, la realidad se impone sin remedio y Lang vuelve a las andadas. Cuando un día roba un curioso traje capaz de reducir el tamaño de una persona al de una hormiga en casa del doctor Hank Pym (Michael Douglas), el delincuente deberá dar un último golpe para evitar la comercialización de una nueva y peligrosa arma y, de paso, redimirse.
Todas las películas de Marvel Studios deben obtener el visto bueno de Kevin Feige, que suele cortar las alas a cualquier director con personalidad y puede exigir la inclusión de escenas para mantener la continuidad del universo cinematográfico que él coordina. En el caso de Ant-Man, Edgar Wright fue escogido como director y guionista. El humor irreverente marca de la casa se aprecia en determinadas escenas del producto final, pero su sustitución poco antes de iniciar el rodaje por Peyton Reed, realizador habitual de comedias románticas, da lugar a un filme entretenido y competente, pero tan falto de carácter como las entregas dedicadas a Iron Man, Hulk o Thor. Al tratarse de la presentación del personaje, la narración es más flexible que en otras ocasiones pero, en última instancia, Ant-Man queda convertida en la introducción de un nuevo vengador con la habitual gran batalla final de toda superproducción, esta vez, en miniatura. Hasta entonces, se aprecian notables dosis de humor y falta de pretensiones en una cinta más cercana al subgénero de robos y atracos que al de superhéroes. No obstante, cuando concluye el metraje, todo ha quedado cerrado y bien cerrado. Al fin y al cabo, a partir de marzo de 2016 los equipos de Iron Man y Capitán América se enfrentarán en Captain America: Civil War.
En el apartado visual, la premisa del traje reductor de tamaño propicia soluciones originales e ingeniosas que juegan con la perspectiva de diversos objetos y fenómenos. De este modo, la primera vez que Scott Lang se pone el mágico vestuario, el agua de un grifo abierto se convierte en un temible tsunami y un vinilo sobre el tocadiscos, en una peligrosa plataforma que da vueltas a gran velocidad. Por no hablar de las temibles aspiradoras y agujas de tacones en una discoteca. Los cambios de tamaño no olvidan el humor.
En cuanto a los intérpretes, Paul Rudd otorga carisma y personalidad a un sujeto desconocido para el gran público, mientras que a Michael Douglas le basta su presencia para construir un mentor creíble. El contrapunto cómico viene dado, en la mayoría de los casos, por Michael Peña como un compañero de la banda de Lang. Por otro lado, Evangeline Lilly da vida a la hija del doctor Pym con intensidad e intenta extraer algunos matices de un guion poco generoso con su personaje. La química entre todos ellos parece bastante evidente y se traslada a un público que logra evadirse durante dos horas con un filme ligero y entretenido. Ni más, ni menos.