Es una araña robótica pero sin aleaciones ni cables. A primera vista, sin acercarse o fijarse bien, podría parecer orgánica, pero nada más lejos. ¿Dónde está esa imagen habitual de robots-insecto? Podría ser historia en poco tiempo y todo gracias a un fenómeno que lleva ya tiempo en boca de muchos, en las noticias y sobre todo en los planes y experimentos de un sinfín de disciplinas como la robótica en este caso, la medicina, la arquitectura, la dietética, la biotecnología, la ingeniería, la joyería… pero que aún no ha explotado: la impresión en 3D. Dicen que lo cambiará todo, como lo hizo el fuego, la rueda, la máquina de vapor, el automóvil, la electricidad o Internet, pero elevado a la n.

La impresión tridimensional puede sonar a ciencia ficción o al menos a algo reciente, propio del siglo XXI, pero no. El principio de la historia se remonta a 1984, cuando se comenzó a probar la técnica básica a partir de la inyección de tinta aparecida en 1976. Como en toda historia hay un protagonista: Charles Hull, co-fundador de 3D Systems y creador de la técnica básica que se sigue usando hoy en día, un nombrecito tan sencillo como la estereolitografía o impresión 3D a partir de datos digitales, cuyas máquinas se empezaron a comercializar en 1992. Aún era algo tosco e ineficaz, pero no se tardó mucho en crear elementos de nivel: antes de que acabara el siglo y principios del actual ya se creaban órganos funcionales, entre otros hitos con halo futurista.

La revolución por llegar

Si aún no ha revolucionado todos los órdenes de la sociedad y se ha convertido en algo cotidiano ha sido, como tantos otros hitos tecnológicos al principio de su andadura, por su alta inversión. De hecho, la mencionada estereolitografía tiene un elevado coste y por tanto dificulta más su desembarco en el consumo habitual. Para eso se han creado otros sistemas más baratos aunque menos precisos como la tecnología FMD (plástico que se solidifica) e incluso encontrar formas a precio asequible de comercializar la técnica creada por Charles Hull, como el proyecto FORM 1[1] o la apuesta de HP y su Multijet Fusion. Pero el proceso ya ha comenzado, como en su día ocurrió con los ordenadores personales, y ya hay impresoras 3D en el mercado por poco más de 300 euros y de calidad aceptable por poco más de 1.000 euros.

La pregunta es cuándo la impresión 3D será algo totalmente cotidiano, porque según todos los expertos lo será y a no mucho tardar, de la misma manera que ya no concebimos la vida sin nuestro smartphone o sin Internet. Y lo es en parte por sus casi infinitas posibilidades, porque, por si no lo han asimilado, aún se trata de tener un aparato que crea a partir de los datos e instrucciones introducidos un objeto sólido, desde una pulsera a un riñón. Por supuesto no podrás crear tu propio riñón desde casa, pero si tu propia pulsera. Pero la cuestión es si se irá más allá de crear elementos de consumo básicos o de colección y qué tendencia o tendencias se impondrán en el colectivo, porque en virtud de ello estaríamos no con una revolución sino varias, poniendo patas arriba todo el sistema comercial, tejido productivo, costumbres y modos de consumo. Sería la era del do it yourself: el ciudadano como su propia fábrica.

La lista interminable

Esto en cuanto al usuario particular. En el ámbito profesional es indudable el futuro que se vislumbra en medicina (prótesis, tejidos, implantes…), robótica, arquitectura, arte, moda, decoración… Todo, prácticamente. La frase lacónica y rotunda de Ernest Quingles, presidente y managing director de Epson Ibérica, lo dice todo: “responder a la verdadera expectativa de la industria con un objetivo: imprimirlo todo”.

¿Y la relación con los clientes y usuarios? Pues en una deriva lógica de los acontecimientos ya hay alguna empresa que ofrece junto al producto ofertado un servicio de repuesto de dispositivo: te envían el esquema CAD y el usuario con su impresora se crea sus propios repuestos, en lugar de que la empresa se los envíe. El concepto de repuesto, durabilidad, posesión u obsolescencia se trastocará para siempre. Pero si va a ser tan sencillo crear lo que sea, el peligro de contaminación o una especie de síndrome de Diógenes global es más que probable. Como reconoce Raúl Nieves, consumidor y desarrollador de RepRap (procesos de manufactura), “…la aplicación en el consumo de impresoras per se y la aplicación de generar una experiencia, con los efectos colaterales de derroche de material y energético que conlleva”. Se le pueden dar todas las vueltas, incluso con el propio origen, con la propia impresora 3D, ya que existen las llamadas autorreplicantes, capaces de crear sus propias piezas para construir un clon y así ad infinitum.

Rizar el rizo D

Como pasó en su momento con el primer PC, una vez compremos la primera impresora 3D la evolución será imparable. Solo el futuro dirá hasta qué punto cambió todo, porque por su concepción, naturaleza y posibilidades, eso es sin duda lo que parece ofrecer, sin matices. Mientras tanto, fiel a los tiempos vertiginosos tecnológicamente que vivimos, sin que haya aún eclosionado la 3D, ya asoma algo que sí parece aún de ciencia ficción: las impresoras 4D. El MIT ya está trabajando en ello. Lo ha llamado proyecto ‘Self Assembly’, es decir, estructuras que se montan autómata e independientemente. El futuro empieza a ser siempre presente.

Notas

[1] Proyecto FORM 1