Ayer visitamos la costa sur de la bahía de Kotor, el fiordo más grande del sur de Europa. El camino seguía la costa norte de la península de Lustica, hasta que doblamos hacia la izquierda y pasamos a través de las colinas hacia la costa sur, donde el mar se abre. El objetivo era la punta misma de la península para ver la entrada del golfo a la derecha y el Adriático a la izquierda.
Del alto se veía el golfo con toda su belleza y detrás las montañas. Un paisaje precioso, como se puede observar en pocas partes del mundo. El camino era estrecho, lleno de curvas y cada vuelta era una sorpresa que golpeaba los ojos. Desde arriba se podía apreciar una vista panorámica y la costa norte estaba bordeada de luces, el cielo estrellado y la luna llena.
El mar estaba poblado de barcas a vela y de yates de todos los tipos y dimensiones. La primera meta era llegar a “Forte Rosa” donde podríamos comer, mirando el paisaje en un óptimo restaurante y al volver pasaríamos por Klinci Village, una aldea en las colinas que ha sido casi completamente reconstruida por su dueño, Bogdan Kaluđerović.
Forte Rosa fue una sorpresa visiva. Comer al lado del golfo de Kotor en un paisaje casi surreal. El aire refrescante de la tarde, la luna en el cielo, el mar como un espejo azul oscuro, reflejado todas las luces y confundiéndolas sin distinción. Los cantos de los pájaros, los grillos, los aromas de las flores y la brisa salada, junto a una cocina delicada a base de pescado, moluscos, verduras y frutas frescas.
A las 22.30 partimos para pasar rápidamente por Klinci y volver a Budva. Pero al llegar allí, descubrimos una aldea reconstruida con un gusto sofisticado y en respeto a las tradiciones y el pasado. Entramos y en una cantina y encontramos a Bogdan con su mujer y un grupo de amigos. Bogdan, con toda su hospitalidad y afecto, nos saludó, nos hizo entrar, nos ofreció de comer y beber y nos mostró el lugar, contándonos la historia de la aldea, que era su historia personal. Su familia ha vivido en esa aldea por 17 generaciones. Ellos eran los propietarios y tenían varias actividades, incluyendo también el transporte marítimo con barcos a vela. Una reproducción de un cuadro original, que les pertenecía y que está expuesto en un museo en Londres, después de ser vendido por el viejo régimen, mostraba una de las barcas con un marco de madera en el mismo color de la madera de usada en construcción de las casas.
Bogdan nos mostró una de las casa para huéspedes. Todas miraban hacia el mar desde el balcón. La casa tenía dos cuartos, una sala de estar espaciosa, un amplio baño y cada detalle, objeto y color era perfecto en una decoración de interior hecha con gusto y sabiduría. Objetos artesanales, cuadros, esculturas, los muebles, las luces, todo calzaba en un concepto que sintetizaba harmoniosamente el pasado con el futuro, lo rustico con lo elegante, el detalle con el conjunto, lo cómodo con lo bello.
Bogdan nos hizo recorrer su aldea, el lugar donde décadas y siglos atrás la gente se reunía a discutir sobre los problemas en un círculo al abierto, el naranjo que fue plantado cuando nació su padre y la historia del lugar después de la expropiación en el periodo de Tito, donde todo había sido abandonado en ruinas y sin perspectiva ni proyecto. Nos contó también con una cierta tristeza que había peleado legalmente durante 35 años para recuperar la aldea y sus ojos se empañaron cuando volvió a verla.
Eran las 12 de la noche pasadas, el cielo estaba lleno de estrellas, la luna nos miraba sonriendo. En el fondo estaba siempre el mar y más allá las montañas. Y a esa hora, ese día, Bogdan estaba trabajando en la reconstrucción completa de su aldea, que hoy es un precioso centro turístico con 11 casas independientes para los huéspedes, dos piscinas, un restaurante de calidad con vinoteca, un paisaje impresionante en uno de los lugares más bellos de Europa, sumergido en una tierra rica de tradiciones y llena de costumbres, donde las usanzas, la belleza de las montañas y del mar están siempre presentes como un escenario que resalta y enaltece los quehaceres cotidianos.
Bogdan ha recuperado el pasado de su familia para proyectarlo en el futuro y comenzar un nuevo proyecto, un nuevo sueño. Un emprendedor infatigable, un forjador de realidades, un hombre de trabajo y de ideas que muestra un aspecto importante de la vida: la conjugación de la pasión con el coraje y la certeza de que la belleza y el sabor cuentan.