En 1955, Jorge Luis Borges (1899-1986), argentino, figura clave de la literatura hispana y universal, y Adolfo Bioy Casares (1914-1999), también argentino, y uno de los escritores más importantes de la literatura hispana, publicaron Cuentos breves y extraordinarios.
Ya habían colaborado antes, pero esta antología, más que reproducir fielmente cuentos de otros escritores, es una reinterpretación que, de esas historias ajenas, hacen los dos autores. Entre las múltiples historias me intrigó siempre aquella de La mendiga de Nápoles:
Cuando yo vivía en Nápoles, había en la puerta de mi palacio una mendiga a la que yo arrojaba monedas antes de subir al coche. Un día, sorprendido de que no me diera nunca las gracias, miré a la mendiga; entonces vi que lo que había tomado por una mendiga más bien era un cajón de madera, pintado de verde, que contenía tierra colorada y algunas bananas medio podridas (Max Jacob, Le Cornet à Dés, 1917).
En el texto del poeta y pintor francés, Max Jacob (1876-1944), reinterpretado por Borges y Bioy, notamos una evidente ironía, se invierte la perspectiva de la insensibilidad de considerar a la mendiga un desecho al cual se le arrojan algunas monedas. Quien narra, ni siquiera la observa, para no «gastar» su mirada en un espectáculo triste, bajo e indecoroso. El cierre de la historia lleva al lector a la verdadera consideración inicial del relator, suavizada ligeramente al precederla con ese adverbio de modo.
Aunque de joven yo no tenía mayor interés en visitar Italia (craso error de mi parte del cual me percaté ya de adulto), como cualquier caraqueño y venezolano de mi época, siempre tuve algún «contacto» con tan interesante país. Esto, gracias a nuestros estudios de historia, geografía, educación artística, visitas a exposiciones, amigos cuyos padres eran italianos, y por supuesto, el arte culinario. Pasta y pizzas, en cualquiera de sus formas se fueron convirtiendo en «platos típicos» de las mesas venezolanas. Recuerdo incluso, que, en una época difícil económicamente para la familia, nuestro padre, el «viejo» Alejandro, decidió comprar varios sacos con pastas de todo tipo, y por meses, esa fue la comida nuestra, desayuno, almuerzo y cena. El impacto para mí fue tal que por muchos años me rehusé a comer pasta. Hoy la como, aunque debo confesarles que sigue sin llamarme la atención.
La migración italiana del siglo XIX trajo a Venezuela un recetario de comidas típicas de varias regiones de Italia. Esa migración se reforzó con nuevos inmigrantes provenientes de esa nación durante el siglo XX. La pasta y la pizza estaban entre los platos más apreciados de quienes hacían suyo mi país de nacimiento. Restaurantes italianos se establecieron por doquier, ofreciendo, entre otras cosas, pizzas a la boloñesa o margarita o napolitana (solo con salsa de tomates perita y un toque de anchoas). Las dos últimas procedentes, por supuesto, de Nápoles y alrededores.
Este verano, luego de pasar unos días en Madrid y con la seguridad de pasar un par más antes de nuestro regreso a casa, abordamos avión y en unas horas ya estábamos en el aeropuerto de Nápoles. Esperamos unos minutos y el sobrino Gustavo y su suegro Vicente, llegaron a tiempo para llevarnos a un viaje de más o menos una hora hasta Vico Equense. En nuestro trayecto bordeábamos la bahía de Nápoles, tomando en primera instancia la Autostrada del Sole para continuar hacia el Sur y pasar por las afueras de Herculano, Torre del Greco, Pompeya; desviarnos entonces hacia Castellamare di Stabia y, finalmente, arribar a nuestro destino. Justo al pasar el lugar que marca la entrada a este pueblo de la zona metropolitana de Nápoles, una gran sorpresa: El elefante del triunfo, escultura que representa una de las imágenes más icónicas y reconocidas de la obra de Salvador Dalí (1904-1989), nos daba la bienvenida.
Localizado en un lugar privilegiado de la costa sorrentina, frente a la bahía y la ciudad de Nápoles, Vico Equense se erige en una posición geográfica perfecta entre el mar y la montaña, en medio de la península de Sorrento. Es la sede de uno de los municipios más grandes de la región. Es también uno de los más antiguos. La ciudad ha sido construida sobre un enorme bloque de toba volcánica y caliza.
En uno de los museos del pueblo, me pude percatar de que, gracias a objetos funerarios encontrados allá por los 1960, el origen del lugar se remonta al siglo VII a. C. Luego de una historia ligeramente conflictiva, el pueblo estuvo más o menos aislado, hasta que se construyó la carretera que comunica a Castellamare di Stabia con Sorrento. Vico Equense se convierte entonces en atracción turística, gracias a su relativo aislamiento, sus simpáticos balnearios «amurallados» y un área de aguas termales. La construcción del tranvía a comienzos del siglo XX, y del tren, a mediados del mismo siglo, popularizan aún más al lugar, desde entonces frecuentado por miles de turistas italianos y extranjeros, especialmente en verano.
Una de las atracciones más reconocidas del pueblo, es el Castillo de Giusso. Aparentemente fue construido por mandato del rey Carlos II de Anjou, «El cojo» (1254-1309), rey nominal de Sicilia. Algunas fuentes, sin embargo, mencionan que el castillo se construyó para el señor feudal y jurista italiano Sparano Baro (o de Bari), quien vivió también por el siglo XIII.
Utilizado como estructura militar y como residencia, perteneció luego a diversos personajes, Mateo di Capua (1425-1481), príncipe de Conca, y Ferrante Carafa (1509-1587) señor feudal de Vico Equense. Eventualmente pasaría a manos de Nicola Amalfi, quien lo vendería a Luigi Giusso (1784-1859), heredándolo luego su hijo Girolamo (1843-1921). Los Giusso, de quien el castillo tomaría su nombre actual, restauraron considerablemente al castillo y entre otras cosas, pintarían su fachada del característico color salmón. Construirían igualmente, una capilla dedicada a Santa Maria della Stella. Aunque no pudimos entrar, por ser un sitio reservado para sus huéspedes, al menos pudimos disfrutar sus jardines y admirarlo desde los riscos aledaños.
Fanáticos de la arquitectura y el arte contenido en muchas iglesias, pudimos sorprendernos con la Iglesia de la Santísima Anunciación edificada en el borde de un risco. Su fachada mira hacia Sorrento, pero puede ser observada en su plenitud desde unos 200 o 300 metros hacia el oeste, teniendo como fondo la bahía de Nápoles y el volcán Vesubio. Esta iglesia, levantada entre 1320 y 1330, es uno de los pocos ejemplos de arquitectura gótica en la península, aunque su fachada, reconstruida a fines del siglo XVIII es de un claro estilo barroco.
A un par de cuadras del centro histórico del pueblo, está la Iglesia de los Santos Ciro y Juan (sede de la parroquia), patrones del pueblo (en homenaje a los cuales pudimos ver y casi participar en la procesión que les honra cada junio). Esta iglesia es, en su totalidad, de estilo barroco (su fachada principal estaba en proceso de remodelación durante los días de nuestra visita.). Su altar mayor, originalmente de mármol, fue completamente rehecho. En una de las capillas laterales de esta iglesia, encontramos una hermosa estatua de madera de la Inmaculada Concepción. También se conserva un busto de plata de san Ciro, relicario que contiene algunos de los restos del santo (este relicario era uno de los objetos principales llevados en procesión). El campanario actual, reemplazó al original y alberga una campana de 1894.
Siendo la pizza de origen napolitano, en toda la región de Campania abundan los lugares donde degustarla. En Vico Equense, uno de esos lugares es la «Universidad de la pizza». Aquí nació la pizza de «a metro». Creada en la década de 1930 por Luigi Dell’Amura «Gigino», en lo que fue una panadería eventualmente convertida en restaurante. Su idea fue crear una pizza de diversos tamaños que pudiera servir a mayor cantidad de comensales en el menor tiempo posible, pero manteniendo estándares de calidad. Una vez patentada su idea de la enorme pizza, creó la «Universidad de la pizza», cambiando criterios de elaboración de la harina para elaborar tan popular plato. Varias veces pudimos disfrutar de esta pizza tan particular, algo más esponjosa, y muy generosa en los ingredientes de su cobertura.
Las calles curiosas, la gente simpática, frutas diversas, vegetales frescos, provolone, mozzarella de búfala, limoncello, baba, stracciatella, delicia al limón, granizados de limón… ¡Pare usted de contar! Sin duda, disfrutamos de las múltiples ofertas gastronómicas del pueblo y su ambiente de montaña y mar, gracias a los sobrinos Gustavo y Antonieta, su padre Vicente, la graciosa Stefanie, y los cuñados Gisela y Aníbal José (quien trabaja en el castillo Giusso, por cierto).
Pero sabiendo de la presencia de algunas obras de Dalí expuestas en el Museo Mineralógico Campano, apenas a un par de cuadras del lugar donde nos alojábamos, no podíamos dejar de ir. «Luz: los tesoros del maestro», es una exposición itinerante que presenta esculturas, joyas y vestidos cuyos diseños fueron realizados por Dalí. Ya había admirado algunas de estas obras en el pasado, no solo en Caracas, cuando algunas de sus joyas fueron exhibidas a fines de los 1960 en el Museo de Bellas Artes; sino también en Figueras, España, a fines de los 1970 en el Museo Teatro Dalí-Figueras, y en varias visitas que hemos hecho a «El Dalí» (Museo Salvador Dalí) de San Petersburgo, Florida.
Durante el Renacimiento, los grandes artistas no se limitaban a un medio en específico. El genio de Leonardo Da Vinci (1452-1519), por ejemplo, iba mucho más allá que sus pinturas. Su exploración científica nos ha mostrado posibles realidades no solo presentadas en sus dibujos, sino en sus inventos para dominar el aire y el mar. Otros renacentistas como Mateo Civitali (1436-1501), Sandro Botticelli (1445-1510), Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564), Benvenutto Cellini (1500-1571), llegaron a crear, además de pinturas, esculturas, joyas y otros objetos de gran belleza, piezas que continúan despertando admiración.
Comparándose con artistas de aquella época, Dalí llegaría a decir que como:
Paladín del nuevo renacimiento, también me rehúso a estar confinado. Mi arte engloba Física, Matemáticas, Ciencia Nuclear, y la joyería, no solo la pintura. Mis joyas son una protesta contra el énfasis del costo de los materiales de joyería. Mi propósito es mostrar el arte del joyero en su verdadera perspectiva, donde el diseño y la artesanía debes será valorados más allá del costo material de las gemas, como en el renacimiento.
Como en todo mi arte, creo lo que amo. En algunas obras notaran un sentido arquitectónico, al igual que en ciertas pinturas mías; también la ley logarítmica será evidente; también la interrelación del espíritu y la materia; del tiempo y el espacio.
Las obras exhibidas en esa exhibición en el Museo Mineralógico Campano conectan arte con glamur, celebran también la conexión que pudiera existir entre el arte y la moda. Es un recorrido creativo que nos llevó entre esculturas y joyas creadas por Dalí, junto a piedras preciosas «en bruto» o pulidas, propiedad del museo. En esta exhibición destacaba, además, una colección de vestidos elaborados por afamados diseñadores, inspirados en el imaginario daliniano. también pudimos admirar numerosas serigrafías y litografías del creador catalán, parte de la colección de la institución The Dalí Universe.
Pero volvamos a Dalí:
Las joyas, ornamentos, cruces, objetos de arte, que encontrarán [en esta exhibición] no fueron concebidos para descansar in cajas fuertes. Fueron creados para complacer a la vista, levantar el espíritu, estimular la imaginación, expresar convicciones. Sin audiencia, sin la presencia de espectadores, estas obras no realizarían la función para la cual fueron realizadas. El espectador es, entonces, el artista. Su vista, corazón, mente, fusionándose y captando con mayor o menor comprensión la intención del creador, les da vida.
Notas
Borges, J. L y Bioy Casares, A. (2009). Cuentos breves y extraordinarios. Argentina: Editorial Losada. 157 pp.
Dalí, Salvador. (1959). Dalí. A Study of his Art-in-Jewels. The collection of the Owen Cheatham Foundation. Greenwich, Connecticut: The New York Graphic Society. 67 pp.
Pitxot, A. y Aguer Teixidor, M. (2005). The Dali Theatre-Museum in Figueres. Sant Lluis, Menorca: Fundació Gala-Salvador Dalí, Triangle Postale, SL. 208 pp.
Sorrentino, M. C. (2022). La cattedrale di Vico Equense tra Medioevo ed Etá Moderna. Castellamare di Stabia: Eidos Longobardi Editore.