"Eso sí, no morimos porque el lugar en el que estábamos no tenía francotiradores". Esa fue la frase que escuché hace poco de un amigo refugiado sirio kurdo en Irak.
Estuve en la frontera de Irak con Siria hace un año y los pocos días que pasé en el campo de refugiados valieron mucho más la pena que todos los años que he vivido o, por qué no decirlo así, los que no he vivido. Yo sobreviví. Fue un punto de inflexión en mi vida. Aprendí lecciones que solo la vida podría enseñar, superé frustraciones momentáneas, descubrí verdades que solo se pueden entender viendo, oyendo y viviendo en ese lugar.
Sí, la verdad libera. Y la libertad es cara, no es barato ser libre. El precio a menudo no se paga con dinero, ni en efectivo ni con tarjeta de crédito. La vida es única y el precio es alto. La vida se paga con la vida, con una cuota, pero siempre hay un precio. La gente no está a la venta; la destreza, la habilidad, la voluntad y, aún más, el valor, sí. Este es el producto que los seres humanos pueden ofrecer o no.
Mi amigo de 21 años de edad, kurdo, nació en Siria y estudió en Irak, en un pueblo cercano a la antigua ciudad que ya no existe debido a la guerra. Su historia podría servir para hacer una hermosa película. Diligente estudiante de una universidad iraquí, sufre como miles de personas con una guerra que, como todas las demás, no tiene razón de ser y sin embargo persiste. Cada día decenas de periodistas bien y malintencionados llegan desde el país vecino de Siria. La mayoría de ellos, como yo, sin habla árabe, kurda o cualquier otro idioma local.
El instrumento para entenderse, no siempre compartidaocon todo el mundo, es el Inglés. Sin el lenguaje de la tierra de la Reina no puede haber comunicación y allí surge el intercambio, la venta, el servicio y la importancia del conocimiento. Mi amigo traductor habla tres idiomas de forma fluida, incluyendo Inglés. Sueña con terminar la universidad y poder reconstruir todo lo que undía los terroristas destruyeron.
Recuerdo caminar con él por las calles sin nombre, para distribuir algo de comida, ropa y abrigo; por carpas marcadas con los números de control de los grupos humanitarios para proporcionar una mejor asistencia a las familias.
Recuerdo cada niño que corría con un cuaderno o un lápiz en las manos casi congeladas por el frío de febrero en la frontera iraquí. Sin embargo, eran felices con el simple hecho de que yo entendiera la pregunta que más les gusta hacer: "What is your name?" ("¿Cómo te llamas?"). ¿Cuántas veces al día tenemos que dar respuestas rápidas y que no siempre son agradables ni previsibles?
En ese caso, yo sabía la respuesta que querían oír: my name is Patricia (Mi nombre es Patricia). Y esa simple frase hizo esos niños conseguir aquel día mucho más que la respuesta: el poder de la comunicación entre hablantes de diferentes idiomas. Hablar portugués, kurdo e Inglés ha sido y es la herramienta de conexión mayor entre las personas.
Me mantengo en contacto con mi amigo traductor en el más perfecto Inglés. Por desgracia yo no hablo árabe ni kurda, pero nos entendemos. Siempre me pregunto cómo estarán los habitantes de aquel campo de refugiados. Con cada avance de Isis en Irak, mi corazón se encoge y mi mente recorre el gran mapa en la pared para ver si la ciudad iraquí invadido está cerca de aquella zona.
Ayer mi amigo me llamó por WhatsApp y me habló de los últimos trabajos que hizo como traductor, junto con un equipo de periodistas estadounidenses. Me dijo que nunca va a volver a ese infierno donde estuvieron. Estaba feliz de poder dormir en un hotel antes de ir allí y de tener las comidas pagadas. Así de ingenuo es, feliz por recibir el trabajo de poner en riesgo su propia vida durante tres días por 500 dñolares a cambio de estar en la próxima primera línea de una zona controlada por Isis.
"Pat, simplemente no mori allí porque los francotiradores de Isis no estaban en su lugar, porque si uhbieran estado... Todos estaríamos muertos. Nunca volveré a ese lugar de nuevo. Un cohete cayó cerca de nosotros, pero conseguimos escapar".
Respiré de alivio y luego mi furia tomó forma en este texto que escribo ahora. El año que viene hará 20 años que ejerzo el periodismo. He pasado por más de 40 países de todo el mundo cubriendo los grandes eventos. He ganado premios en Brasil, Estados Unidos y Europa. Mis documentales se han difundido en las principales estaciones de radio del mundo y en festivales de cine de Londres. Uno de estos documentales es parte de los archivos permanentes del MoMA (Museo de Arte Moderno de Nueva York).
He trabajado como traductora o productora de campo en lugares donde no hablan mi idioma. Traducir el idioma y la intención del cuerpo es simple, pero entender el dialecto y la cultura local requiere más que unas pocas horas. El tiempo es dinero y también la seguridad, sobre todo en zonas de guerra, ya sea en el Medio Oriente, África, Europa, Asia o América. ¿Cuánto vale una noticia? ¿Cuánto cuesta un reportero en el que un equipo grabación arriesga su vida? ¿Son suficientes 500 dólares por tres días de trabajo? Es en esos casos donde mi amigo tiene que estar alerta y utilizar ese conocimiento que él tiene y los periodistas que llegan a su país no..
Las mayores compañías de medios han abusado de la mano de obra extranjera. Han conseguido millones con las audiencias o el número de visitas en internet, una fortuna en comparación con lo que llega a quienes se tienen que adentrar en el infierno para recibir las limosnas de las grandes corporaciones.
Lo más ingrato es que cuando usted lee un reportaje en internet o lo ve en la televisión, no se puede imaginar todo el trabajo que hay detrás. Las escenas que rodean a toda aquella historia no salen al aire, no se describen en el documento.
Después de escuchar toda la historia de los tres días en el infierno, que parecían una eternidad, le dije a mi amigo: "la próxima vez pide 500 dólares por día". Su respuesta fue la que me imaginaba de alguien que lucha con el arma del conocimiento y cree en la importancia de la cobertura de noticias desde el extranjero, esas que no siempre muestran lo que realmente sucede en esta guerra que parece no tener fin. "Tengo que trabajar, pero nunca más volveré a aquel lugar", dijo.
La niña que llevo dentro ha aprendido una lección: todas las cosas tienen un precio, pero las persoans no. El infierno existe.