Algunos de los recientes tropiezos de deportistas ilustres, que podrían ser calificados incluso como legendarios, dan la posibilidad de abrir una reflexión acerca del paso del tiempo en este ámbito. Llevamos meses observando la progresiva entrada de Rafael Nadal en un bucle peligroso del que parece no poder salir, al menos de momento. Hace poco perdía un partido en tierra batida, lo cual es ya de por sí noticia. Pero si además pierde en un torneo y una pista en la que hasta 2015 había caído solo una vez en diez años, la noticia se vuelve, si cabe, más impactante. Pocas semanas antes, también en arcilla, la superficie en la que ha resultado inexpugnable desde que era un niño, Nadal cayó ante un tenista poco habituado a las portadas de los diarios, ni siquiera un cabeza de serie, el italiano Fognini.
Lleva ya varios meses atravesando dificultades de rendimiento después de un 2014 lleno de problemas físicos. Cada vez es más normal verle perder partidos, cuando lo normal era verle ganarlo casi todo. Nadal acaba de cumplir 29 años. Empieza a divisar la treintena en el horizonte y no ha tenido una carrera fácil a pesar de su palmarés monstruoso, debido precisamente a los mencionados problemas físicos y a sus dichosas rodillas. Con el paso del tiempo empezará a ser cada vez menos chocante verle caer antes de las últimas rondas en los torneos, especialmente en pistas que no sean beneficiosas para sus cualidades, algo que antes compensaba con su capacidad física y mental.
El paso del tiempo no perdona a nadie, pero la ausencia de victorias también ‘mata’ a los deportistas. Eso es lo que le sucede a Fernando Alonso desde que ganó dos mundiales de Fórmula Uno en 2005 y 2006. No son pocos los que dicen que vive del cuento desde entonces. Es una opinión subjetiva pero más extendida de lo que parece. Para los seguidores más acérrimos del asturiano, sin embargo, ni ha vuelto a tener suerte ni ha habido justicia con él. La conclusión intermedia podría ser que ha ido perdiendo protagonismo en el panorama deportivo español. Porque no gana.
En una disciplina deportiva tan cambiante como el fútbol, por ejemplo, el paso del tiempo se centra más en los futbolistas que en los equipos, que rápidamente renuevan sus plantillas cuando llevan un tiempo sin ser competitivos. Este año 2015 asistimos al adiós de un mito del fútbol español como Xavi Hernández, centrocampista del Barcelona, y otros de esa generación que maravilló al mundo entero a través de la conquista de dos Eurocopas consecutivas y un Mundial como Iker Casillas están más cuestionados que nunca.
Hablando de la selección española, precisamente, y de la enorme decepción que supuso caer en la primera fase del último campeonato del Mundo en Brasil hace un año, desde ese momento muchas voces reclaman una ‘limpieza’ (como si los deportistas fueran de usar y tirar) en el seno del equipo. Hablar de una renovación progresiva es lógico pero la tendencia popular es hacerlo todo deprisa porque lo que hay ya no vale de repente. Cuando se agota el hambre, los rivales te conocen y el público te tiene más que visto, a las primeras de cambio, al primer fracaso sonado tras los éxitos pasados, la gente te sentencia.
¿Pasa esto mismo ahora que Nadal empieza a caer antes de las últimas rondas en muchos de los torneos que disputa? ¿Se acabará olvidando la gente de él? ¿O recordará sus récords y sus más de diez torneos grandes, que le han dado la condición de ser el deportista español más laureado y famoso de la historia?
Atendiendo a las manías de una buena parte del periodismo y a lo que ha sucedido con otros grandes deportistas, la tendencia será parecida si la comparamos con el caso de Fernando Alonso, por ejemplo. Y hay más casos que lo evidencian. Sin ir más lejos uno puede pararse a pensar qué tratamiento se hace ahora de Roger Federer, probablemente el mejor tenista de la historia y cuyo peso informativo ha pasado a un quinto o sexto plano desde hace tiempo. Esta es la tendencia en el deporte moderno: En cuanto dejas de ganar, pasas al ostracismo. El deporte no tiene memoria.
Esa es la pregunta que debemos hacernos. ¿Es justo que seamos ‘hinchas’ de nuestros deportistas favoritos solo cuando ganan? ¿Es noble autodefinirse como “seguidor de alguien” solo cuando ese alguien está en el mejor momento de su carrera y después ‘cambiar de camiseta’ por otro deportista más joven y exitoso cuando el primero envejece?
Más allá de tener un fin económico y concebirse como una idea de negocio, dos conceptos que son tan ciertos como inevitables, uno de los objetivos del deporte es dar ejemplo, educar. El hecho de no tener memoria con los mitos en este ámbito lo reduce todo a una mera concepción consumista. Y aquellos que defienden la idea de que el deportista que lo ha ganado todo tiene después el ‘derecho’ a poder fallar cuando quiera y a retirarse en lo más alto suelen ser reprendidos por excesivamente románticos. Quedan como seguidores que “no se enteran de lo que va la película hoy en día”, cuando la verdadera cuestión es si hemos contaminado esa película con respecto a su primer objetivo intrínseco.