En Colombia es difícil asociar el café con una sirena verde. La imagen mas cercana, ya sea el grano o la bebida caliente, es aquella que representa al país en distintas ferias y eventos internacionales; una imagen que incluso apareció en la película Todopoderoso, protagonizada por Jim Carrey. Esa imagen no es otra que la de Juan Valdez y su mula, de nombre Conchita. Curiosamente, este personaje fue creado en el extranjero por la agencia de publicidad Doyle Dane Bernbach, más conocida como DDB, por encargo de la Federación Nacional de Cafeteros. El trabajo fue perfecto porque, como nación productora, el café siempre significó trabajo y dinero.
Lo anterior no quita que el café también sea compañero de jornadas largas de trabajo, de charlas casuales o de momento de frío para los colombianos. Simplemente deja ver de manera más clara que la llegada de una empresa tan grande como Starbucks a Colombia tienen más implicaciones que un nuevo local para ir por un espresso con unos tamaños mas grandes a los vistos en el país.
La apertura de la primera tienda Starbucks se dio el año pasado en el Parque de la 93, uno de los sectores mas exclusivos de Bogotá y de Colombia. Las filas de los primeros días y meses eran largas. Gente esperaba más de veinte minutos para poder probar el café, la pastelería, los tés y demás productos que ofrecían. Era curioso ver grupos de adolecentes en un sitio que es frecuentado por adultos o jóvenes mayores de edad.
Desde antes de esos días, Starbucks ya había prometido a los cafeteros colombianos que solo vendería café nacional, ese mismo que compraba desde 1971. Howard Schultz, director ejecutivo de la empresa nacida en Seattle, también anticipaba la apertura de 50 locales -hoy van seis y se avecina el número siete- para poder luchar contra las cadenas Juan Valdez y Oma, ya posicionadas en el mercado colombiano.
¿Promesa rota?
Durante este año, se supo que Starbucks ya no solo vendería café colombiano sino que ofrecería variedades provenientes de otros países como Panamá o Kenia. Los cafeteros manifestaron su inconformidad, a lo que Alisha Damodoran, de Starbucks’ Global Communications, dijo que la promesa se mantiene porque las bebidas ofrecidas se hacen con café 100% colombiano. Según ella, el café de otras naciones cultivadoras se vende en paquetes. A su vez, destacó que solo India y Colombia tienen ese convenio de exclusividad a la hora de vender café.
A lo anterior se le suma la difícil situación que viven los cafeteros colombianos hoy por hoy. En 2013 se realizó un paro cafetero que duró doce días y tuvo enfrentamientos entre quienes protestaban y los equipos anti disturbios. Los dirigentes de la Federación Nacional de Cafeteros, la organización que agremia a los caficultores colombianos, rechazó la protesta y aseguró que estaba promovida e infiltrada por miembros de la guerrilla. Por su parte, los dirigentes de la protesta, que habían creado un movimiento llamado Dignidad Cafetera, negaban todos estos señalamientos y aseguraban que sus reclamos eran justos. Entre estos estaban los altos precios de pesticidas necesarios para el cultivo, la importación de café extranjero que era mas barato y de menor calidad que el nacional, además de los impuestos que debían pagar por la producción.
Meses después, varios puntos de los cafeteros fueron retomados en el paro campesino. En ambos casos se podían resumir muchas de las razones en una oración: lo que se paga por el producto no cubre la producción. Algo que dijo el ciclista colombiano y campeón del Giro de Italia Nairo Quintana, quien proviene de campesinos del departamento de Boyacá.
Al final, ambos paros se resolvieron gracias a los acuerdos logrados entre el gobierno y los cultivadores. El problema es que para este año ya se promueve una protesta cafetera en julio, salvo que el gobierno de Juan Manuel Santos, presidente de Colombia, atienda las quejas y cumpla con varios de los puntos que se quedaron pendientes dos años atrás, durante el primer periodo presidencial del actual mandatario.
Por su parte, algunos expertos colombianos como el economista Eduardo Lora, quien además hizo parte hace poco de una comisión técnica para evaluar la situación del negocio del café en Colombia, criticaron la manera en que la Federación Nacional de Cafeteros administra el dinero de los múltiples impuestos que tienen sus agremiados. La gran mayoría de los recursos se destina a la manutención de la federación y muy poco, tan solo medio centavo de cada libra vendida, se dedica a la investigación, elemento necesario para que los productores de café del país sigan siendo competitivos en el plano internacional. Dicho sea de paso, la gran mayoría de caficultores son pobres.
En la tierra del café el ladrillo es rey
A diferencia de otros países productores de café, Colombia no tiene un consumo tan alto, son por persona 1,5 kilogramos al año. La Federación ha realizado grandes campañas para que los colombianos consuman más la bebida, pero lo cierto es que el precio no permite que la mayoría de habitantes del país lo consuman, sobre todo en casa.
Según el Departamento Nacional de Estadística colombiano o DANE, los pobres son aquellos que viven con menos de 92 dólares mensuales en la ciudad y 55 dólares mensuales en el campo. A partir de esta medida, al final del primer periodo presidencial de Juan Manuel Santos había 13,5 millones de colombianos pobres y 3,8 millones que viven en la pobreza extrema o indigencia. En el país hay un poco más de 48 millones de habitantes. Según el Programa para el Desarrollo de las Naciones Unidas o PNUD, Colombia ocupa el puesto 12 entre los países con mayor desigualdad económica según un estudio revelado en el 2014.
El costo del café colombiano no está para el bolsillo de todos, porque su condición de mejor calidad lo encarece y la producción no alcanza a ser tan numerosa como la de Brasil, donde la gran cantidad de sacos de café abarata el producto. Por eso surge la económica opción de la panela. Aunque no hay un estudio sobre el consumo de esta si hay muchas personas viviendo de su producción en los trapiches.
La panela es un bloque o un ladrillo dulce. Se obtiene luego de que se cuece el jugo de una caña de azúcar madura y se pone como una masa densa, a la que se le da forma en moldes hasta ponerse dura. La panela es fácil de conseguir, y mientras que una libra de café ronda los 3 dólares o más, el bloque de jugo de caña no llega al dólar. A su vez, podemos mencionar que la panela no solo sirve para hacer la tradicional aguadepanela caliente de los desayunos, también sirve para endulzar y preparar diferentes recetas. Ante una situación económica precaria, es preferible comprar panela que puede servir para más que el desayuno o la bebida caliente de la tarde.
Si se compara el precio con la taza en un establecimiento de las cadenas que ofrecen café, la taza oscila entre los 80 centavos de dólar y el dólar con cincuenta, lo que también deja una ventaja para la panela. En Colombia hay vendedores ambulantes o callejeros de tinto, que es como se le llama al café negro, que venden a ‘precios de panela’ su producto. Pero la cantidad de libras que usan para la venta no alcanza a ser tan representativa al momento de calcular cuanto café se consume.
Entre otras de las anécdotas que marcan esa coexistencia peculiar entre la panela y el café, está cuando los ciclistas colombianos comenzaron a competir en las carreras internacionales con el patrocinio de Café de Colombia a mediados del siglo pasado. Varios suramericanos contaban que los ciclistas europeos quedaban extrañados al verlos consumir ‘jugo caliente de ladrillo’ luego de las competencias.
Manjar de ricos
Starbucks, Juan Valdez y Oma logran llenar sus cafeterías. De hecho, la competencia entre las dos marcas colombianas las llevó a un gran crecimiento y la apertura de nuevos establecimientos en los últimos años. Aún así, no logran cubrir todo el territorio nacional. Estos buenos momentos no parecen ser compartidos por los caficultores colombianos, que siguen en problemas por precios internacionales y por la importación de grano.
Al mismo tiempo, otro negocio con café se abre paso, el de los cultivos sustentables y/o Premium, que venden la libra a precios que pueden doblar el de las marcas colombianas reconocidas y tienen una producción reducida, porque en su mayoría son empresas pequeñas que van a un público también pequeño.
Así, mientras un hombre se sienta con su capuccino y abre su MacBook para trabajar en un local de la sirena, en otro punto de la ciudad o del país, un hombre cansado por la jornada pone un poco del ladrillo en una olleta para calentarse. El primero no le puso del azúcar que le podía poner, el hombre cansado no necesita hacerlo, el ladrillo ya es dulce.