Gerardo Hernández Martínez, alias “El Sordo”, quien actualmente cuenta con 43 años de edad, después de permanecer recluido tres años en una cárcel de los Estados Unidos por vivir ilegalmente, al compurgar la condena y ser deportado a México, ha sabido que su esposa no regresará con él porque pretende casarse con un americano que va adoptar a sus dos hijas.
Vivió en una comunidad rural cercana a Ratón, Nuevo México, en donde trabajó 15 años como capataz, ganando más de 800 dólares semanales. Consolidó en poco tiempo una familia ejemplar junto con su esposa Georgina Gutiérrez Osorio, originaria del estado de Michoacán, con quien procreó a sus hijas Vanesa y Elisa.
Trabajó, compró su casa propia y un automóvil de reciente modelo, con el “Sueño Americano” realizado. Todo era fantástico. Sin embargo, todo se derrumbó cuando lo detuvieron agentes de la Patrulla Fronteriza, por haber ingresado ilegalmente a la unión americana.
Cuando se encontraba en las labores del campo, alrededor de las 7:00 de la mañana, el 17 de octubre del 2011, no pudo escapar ni esconderse de las acciones sorpresivas de los agentes de la Border Patrol; lo detuvieron junto con decenas de connacionales y dos centroamericanos que estaban bajo su mando.
Permaneció recluido en el Centro de Detención de la Patrulla Fronteriza, en donde estuvo incomunicado y sin asistencia jurídica por parte de las autoridades del Gobierno de México.
Jamás pudo establecer contacto con su esposa, sino mucho tiempo después de compurgar una condena de tres años de prisión en el Estado de Texas y ser deportado por el puente internacional Paso del Norte hacia territorio mexicano, en la frontera común entre El Paso y Ciudad Juárez, a finales del mes de noviembre del 2014.
Una vez repatriado, pasó hambre y frío las primeras tres semanas (era temporada invernal). Tiempo en el que por las mañanas, deambuló por las calles sin rumbo fijo pidiendo limosna, suplicando que le ayudaran, sin dejar de buscar en los botes de la basura algunas sobras de comida.
Aseguró a Wall Street International que fue la experiencia más triste y amarga que le tocó vivir, ya que la gente lo evadía y le sacaba la vuelta inmediatamente, en cuanto se acercaba para pedirles ayuda.
Su aspecto físico era por demás desagradable: siempre andaba con el cabello despeinado, los ojos llenos de lagañas y de sus ropas ni se diga, hedía un olor nauseabundo, como si estuviera putrefacto.
No fue nada fácil adaptarse a su nueva condición de vida, toda vez que en ocasiones dormía en parques públicos, en autos o casas abandonadas. Pero su suerte cambió cuando agentes de la Policía Municipal lo detuvieron y trasladaron a un refugio para indigentes por la temporada invernal.
Había alerta de los cuerpos de seguridad de la región fronteriza por las temperaturas congelantes que se registraban en la región, lo que obligó la implementación de operativos de rescate de borrachos e indigentes.
Gerardo fue trasladado a un gimnasio de la zona habilitado como albergue, lugar del que los borrachos e indigentes, querían echarlo por su aspecto y mal olor. Estaba en el lugar indicado, una bendición de Dios, pues un grupo de cristianos lo defendió y condujo a la colchoneta en donde iba a dormir, no sin antes obligarlo a que se bañara.
¡Increíble! Una hora después de salir de bañarse, apareció “El Sordo” ante la multitud, que fue sorprendida cuando lo vieron con el cambio de “look”… No lo podían creer: apareció afeitado, con el cabello peinado hacia un lado y la ropa limpia que le regalaron unos buenos samaritanos.
Señala que cuando empezó a comer, ocurrió algo gracioso:
- ¡Qué pasó!, cálmate, come despacio -exclamaban asombrados al unísono algunos de los indigentes al verlo que tragaba los alimentos sin masticar.
- ¡Te vas a atragantar, insistían.
- ¡Parece como si estuvieras muerto de hambre!
Soltaron la carcajada, no podían parar de reír, porque Gerardo aún con la boca llena, se metía más y más alimentos, hasta que se le inflaron los cachetes.
Minutos después, al terminar los alimentos, escucharon la palabra de Dios de un grupo religioso que aprovechó la ocasión, al tiempo de que voluntarios de la Cruz Roja Mexicana realizaban los diagnósticos sobre las condiciones de salud de cada uno de los hombres y mujeres alli presentes.
Durante el transcurso de la noche no pudo dormir. Estaba muy emocionado y agradecido por los alimentos que le fueron proporcionados. Alrededor de las 11:00 de la noche, reconoció a Carlos Aviñón, Javier Mata y Martín Alvarez, quienes fueron deportados junto con él de los Estados Unidos.
Platicó con ellos y se pusieron de acuerdo en buscar un lugar en donde vivir, ya que Javier Mata traía alrededor de mil pesos mexicanos, que le mandó un familiar de Torreón, Coahuila.
Un mes y medio después de ser deportados de la unión americana, consiguieron trabajo en una carnicería, un restaurante, una peluquería y una carpintería, respectivamente, después de que anduvieron batallando para conseguir dinero al lavar carros, limpiar parabrisas de los autos en los cruceros, barrer calles o realizar trabajos de jardinería.
Cuando transcurrieron tres semanas más, Gerardo juntó algo de dinero y pudo finalmente comunicarse con su esposa Georgina Gutiérrez Osorio, quien continúa viviendo en Ratón, Nuevo México como indocumentada en compañía de sus dos hijas, estadounidenses.
Cuando estableció contacto vía telefónica con su mujer y escuchar su voz, no pudo contener el llanto por la emoción. Le dijo que estaba en Ciudad Juárez, Chihuahua. Que estaba bien y que la extrañaba mucho a ella y a sus hijas, Vanesa y Elisa.
No paraba de llorar, no la dejaba hablar; cuando quería ella hacerlo, inmediatamente la interrumpía; con la voz entrecortada, continuaba diciéndole a su amada esposa que permaneció detenido, pasó varios días sin probar alimentos, vagó por las calles de la frontera sufriendo las inclemencias del tiempo y que intentó varias veces cruzar de nueva cuenta hacia los Estados Unidos como “mojado”, pero no lo logró por la sobrevigilancia de la Patrulla Fronteriza.
Cuando finalmente Georgina, su esposa, pudo hablar, esta le reclamó por qué la abandonó. Le dijo que no quería saber nada de él, ni pretendía retornar a México. No le permitió hablar con sus hijas y le dijo tajantemente que ya estaba trabajando en una florería, tenía novio y que se iba a casar… Que la dejara en paz, que no la molestara más y que se olvidara de ella.
Señala Gerardo que no podía dar crédito a las palabras de su mujer. Estaba muy consternado, pues había perdido además de su libertad, también a su familia. Insistió varios meses en hablar vía telefónica con ella, pero nunca lo logró.
Actualmente vive en la colonia Chaveña y trabaja en un establecimiento de la zona centro en el que venden chicharrones, carnitas, patas de pollo y pavo, entre otros. Además, en sus ratos libres se dedica a entrenar box en el Gimnasio Neri Santos, para tratar de sacar adelante a María, la mujer con quien vive en unión libre desde hace unas cuantas semanas.