Hoy, como casi todos los domingos, vino Marcello a comer a la granja. Nos sentamos juntos en la mesa de siempre y hablamos sobre su próximo viaje. Parte este miércoles y tiene que estar en el aeropuerto a las 5.00 de la mañana. Le dije que lo pasaba a buscar a su casa a las 4.15 para llevarlo al aeropuerto y nos pusimos de acuerdo que lo llamaría a las 3.45, cuando estuviera partiendo de la granja y así lo despertaba completamente.
Marcello viaja una vez al año por unas cuatro o cinco semanas y se prepara detalladamente y en manera anticipada para cada viaje. Ha visitado ya unos 140 países y para cada lugar que visita hace un itinerario con la lista de todos los lugares que verá. Esta vez parte para Méjico, llegando a Cancún, de allí va ir a Belice en bus, para pasar después a Guatemala, al Salvador, a Honduras, a Nicaragua y terminar en Costa Rica. Siete países de los cuales hasta ahora ha visitado solamente dos: Méjico y Costa Rica.
Él hace estos viajes desde hace ya muchos años. Explora lugares nuevos, no frecuenta lugares turísticos y se concentra en la naturaleza, los bosques, las montañas, los ríos y los lagos. Y trata, en la medida del posible, de entrar en contacto con las personas del lugar, comer lo que comen y vivir la vida que viven, aunque sea por unos pocos días, usando sus habitaciones y medios de transporte. Ha hecho muchos viajes con un amigo que tenemos en común y que escribe para las guías turísticas. Marcello a menudo me cuenta de sus experiencias en Borneo, Madagascar, Alaska, Australia, Nepal y otros lugares, donde la naturaleza es maravillosa y la vida cotidiana se desenvuelve en un modo inesperado y lleno de misterios y sorpresas.
Marcello no toma fotografías, pero conserva en su memoria una infinidad de historias, situaciones, personajes y paisajes, que describe vivamente y con un sinnúmero de detalles. Le gusta caminar y para este viaje lleva una mochila de menos de 10 kilos con todo lo indispensable para vivir una experiencia completamente diferente a la que le ofrece esta realidad. Su concepto de viaje es alejarse completamente de la “civilización globalizada” donde todo es homogéneo y estandarizado de ciudad a ciudad, de país a país, donde cambia casi exclusivamente la bandera, la lengua y el clima y las costumbres son siempre las mismas de localidad en localidad.
La diversidad, antropológicamente hablando, ha disminuido notablemente estos últimos 50 años. Las distancias se han acortado simbólica, tradicional y tecnológicamente y la cultura occidental u occidentalizada impera como una caricatura de algo indescriptiblemente vacío y que a su vez es superficial en toda su superficialidad.
Hemos roto con el pasado, con las tradiciones, con nuestra cultura e historia, cambiándola por un sueño sin contenido, sin sabor ni forma y por eso, para viajar y descubrir algo nuevo, hay que ir siempre más lejos y afrontar la realidad sin todas las comodidades que hacen del mundo moderno algo anónimo e irreal. Marcello volverá en unas semanas y volveremos a sentarnos juntos en la misma mesa y el me hablará de sus viajes y experiencias y yo lo seguiré, usando toda mi fantasía, para tocar con el alma una realidad que siempre parece menos realidad.
Ya casi no existen los trotamundos de una vez, los viajantes sin destino, los vagabundos llenos de curiosidad. Los que se sentaban en una plaza lejana a observar todas las cosas detalladamente para poderlas recordar. Los que tomaban notas y hacían preguntas en las esquinas de pueblos remotos con la única intención de entender qué era o no era la humanidad. Ya casi no existen los amantes del viaje, que rehúsan los hoteles, los restaurantes con platos internacionales y que comen y beben solamente lo que le ofrece el lugar. Ya no existen los que se salen del mapa, de los caminos conocidos, de las huellas pisadas que todos siguen para posar los ojos en algo que nadie haya visto jamás, los que buscan de cada camino su absoluto final. El viaje ya no es aventura y la aventura moderna es una emoción que se compra para dejar lo cotidiano sin abandonar nunca el lugar asfixiante de nuestra cotidianidad, como hace el turista que puebla siempre hoteles de la misma cadena y que jamás abandona su ilusoria y falsa seguridad para ver, hablar y tocar una forma distinta de humanidad.