El origen de nuestra historia como Homo sapiens tuvo lugar en África hace unos 250.000 años; sin embargo, los restos más antiguos relacionados con el hombre europeo y asiático se han encontrado recientemente en Siberia y datan de, aproximadamente, 45.000 años. Se trata del fémur de un hombre de edad desconocida con el que un equipo de investigadores procedentes de Alemania, Rusia, España, Francia, EEUU, Canadá y Reino Unido ha conseguido clarificar algunas de las inmensas lagunas con las que todavía se presenta nuestro pasado antropológico. Así, secuenciando el genoma completo del individuo han logrado averiguar las elecciones tomadas por nuestros tatarabuelos a la hora de alimentarse, la fecha aproximada del cruce del sapiens con el neandertal e incluso la raíz común que existe entre humanos asiáticos y europeos.
La dieta a la que estamos acostumbrados en el día a día queda reflejada en los huesos de tal modo que una proporción concreta de isótopos de carbono y nitrógeno determina lo que ha nutrido a una persona hasta diez años antes de su muerte. Concretamente, Domingo Salazar-García, responsable de analizar los isótopos del fémur hallado en Rusia, comenta a este respecto que “encontramos que, además de carne de animales terrestres, también consumían proteínas provenientes de cursos de agua dulce -peces o cangrejos de río, por ejemplo-, y esto es algo que no se ha hallado nunca en restos neandertales”.
La exposición bien se puede traducir en que los humanos de esta época supieron adaptarse perfectamente al entorno que les rodeaba y a mantener un régimen alimenticio variado. “Estos datos pueden explicar por qué lograron sobrevivir, al contrario que los neandertales”, añade Salazar-García, quien trabaja en el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva, en la Universidad de Valencia y en la Universidad de Ciudad del Cabo, Suráfrica.
El genoma de nuestro ancestro siberiano también ha permitido determinar el periodo de tiempo en el que los Homo sapiens y los neandertales se cruzaron y que, según el estudio publicado por Nature, tuvo lugar hace unos 55.000 años; en otros términos, las dos especies empezaron a tener descendencia común 10.000 años antes de que naciera el hombre cuyos restos se encontraron en Siberia.
La investigación ha sido dirigida por Svante Pääbo, científico del Instituto de Antropología Evolutiva Max Planck, y en ella se ha comparado el nuevo genoma con el de 50 poblaciones humanas actuales. De hecho, nuestro abuelo ruso parece más cercano a los europeos y asiáticos de hoy que a los africanos, lo que indica que perteneció al grupo humano que abandonó África y llegó hasta Europa. En este sentido, Carles Lazuela-Fox, paleoantropólogo de la Universidad Pompeu Fabra, destaca que “hemos descubierto el ancestro de todos los europeos y asiáticos; se trata de un trabajo importante porque nos acercamos mucho al momento de la hibridación -de la fecundación entre dos individuos de distinta constitución genética- ya que aquel individuo estaba mucho más cerca de ese cruce que de nosotros".
Pero el curso del desarrollo evolutivo humano continúa. También se ha encontrado la parte superior de un cráneo al norte de Israel, en la cueva de Manot, y los resultados procedentes de su análisis dan por hecho que ambas especies -Homo sapiens y neandertal- vivieron muy próximos físicamente, posiblemente durante milenios. “Lo más excitante de este hallazgo es que se trata del primero y único humano moderno datado entre 60.000 y 50.000 años que se encuentra fuera de África. Este es justo el tiempo en el que los modelos genéticos y arqueológicos dicen que surgieron los humanos modernos, los primeros antepasados de todas las poblaciones actuales”, sostiene el antropólogo Israel Hershkovitz, coautor del hallazgo. Es más, “la cueva de Manot está a unos 40 kilómetros de la cueva de Amud y a 54 kilómetros de la de Kebara, ambas habitadas por neandertales en aquella época, con lo que deducimos que probablemente coincidieron sapiens y neandertales en la misma zona durante miles de años”, agrega el investigador.
Con todo, una vez finalizado el trabajo realizado por Hershkovitz y un experto equipo de EEUU, Israel, Austria y Alemania -y publicado en Nature-, se abre la posibilidad de habernos encontrado con otro de los primeros fósiles producto del cruce entre las dos especies. Bajo este contexto, el cráneo presenta características morfológicas similares a las de otros restos humanos modernos hallados en Europa y, mucho más próximo en el tiempo, a las de los africanos actuales; todo lo cual vendría a demostrar que el individuo que poseía esta calavera descendía de los Homo sapiens que salieron del continente negro hace unos 70.000 años para extenderse por el vasto planeta.
Pero los investigadores no se conforman con meras posibilidades y quieren reafirmar sus conclusiones analizando el ADN del cráneo para saber si realmente estamos ante uno de los primeros híbridos. Una tarea, no obstante, bastante ardua dadas las condiciones climatológicas de la zona geográfica en la que se encontró, las cuales podrían haber arruinado todo el material genético del fósil. Así las cosas, no queda otra alternativa que la de esperar pacientemente a que el equipo de expertos continúe con sus averiguaciones para determinar el verdadero origen de esta calavera y, como consecuencia, de todas las nuestras, sus vástagos.