La criminalidad se ha convertido en una problemática cotidiana de los venezolanos. Cada veinte minutos una persona es asesinada en el país sudamericano durante un acto delictivo, lo que conlleva a un total de más de 20.000 homicidios anuales en manos de la delincuencia. Una tasa que sitúa a Venezuela entre los países más peligrosos del mundo y con menor respeto por los Derechos Humanos.
Para comprender la magnitud del problema, basta con indicar que en Caracas se registraron un total de 45 asesinatos durante solamente los primeros cuatro días del año. Cantidad que, evidentemente, se incrementa vertiginosamente al sumar las víctimas de las demás ciudades del país. Una tendencia que se prevé se agudice a lo largo de 2015 hasta alcanzar una tasa anual de más de 70 asesinatos por cada 100.000 habitantes, lo que según la Organización Mundial de la Salud (OMS) es considerado una epidemia de homicidios.
Lejos de tratarse de una tendencia nueva, la delincuencia en Venezuela se ha consolidado en los últimos dieciséis años. El Observatorio Venezolano de la Violencia (OVV) puntualiza que entre 1999 (año en el que Hugo Chávez Frías asume la Presidencia) y 2014 se registraron un total de 200.000 asesinatos. Una cifra que pone en evidencia el fracaso de los numerosos planes de seguridad ciudadana que se han implementado en el país, incluida la creación de la Policía Nacional (como organismo superior a las fuerzas de seguridad propias de cada una de las alcaldías y municipios) y el lanzamiento del emblemático Plan Patria Segura.
Con estos datos sobre la mesa, no es de extrañar que la Oficina de Drogas y Delitos de las Naciones Unidas (Unodc) situara a Venezuela como el segundo país con la mayor tasa de asesinatos en el mundo, sólo siendo superada por Honduras. Mientras que expertos no han dudado en ubicarla en el primer puesto de la región latinoamericana. Una decisión que se sustenta al conocer que cinco ciudades venezolanas forman parte de las 50 más peligrosas del mundo (siendo Caracas, según informes, la más sanguinaria del continente).
Con una impunidad del 90%, los delincuentes cuentan con un escenario propicio para el desarrollo de las actividades delictivas, siendo las más comunes el robo con homicidio, secuestro y sicariato. Los niveles alcanzados ponen en evidencia el fracaso de los sistemas de justicia nacional, así como la corrupción interna de los cuerpos de seguridad ciudadana que operan en el país, ya que en numerosas ocasiones son miembros de la policía u otras fuerzas los propios culpables de los crímenes.
El Barómetro Global de la Corrupción de Transparency International ya aseguraba en el año 2013 que los venezolanos consideraban a la Policía como el organismo más corrupto del país. El estudio precisa, incluso, que el 57% de los encuestados ha pagado un soborno a un oficial, por lo que la tasa de corrupción alcanzada por este cuerpo de seguridad fue del 4.4 sobre 5 (siendo cinco la calificación para “extremadamente corrupta”).
Derechos Humanos en extinción
La incontrolable criminalidad venezolana y el fallido sistema de justicia también ofrecen un escenario idóneo para la violación de los Derechos Humanos. El Foro Penal Venezolano (FPV) ha precisado que, en el cierre de 2014, se han registrado en el país un total de 157 casos de torturas y violaciones de Derechos Humanos.
Unas preocupantes cifras a las que se suman las 3.408 personas detenidas en las protestas del primer trimestre del año, así como 68 privados de libertad, 43 ciudadanos asesinados y más de 800 heridos. Una situación que algunos analistas prevén se profundice a lo largo de 2015 con presunta represión que el Gobierno pudiese implementar ante la organización de nuevas protestas impulsadas por la gravedad de la crisis económica, la escasez y elevados índices de delincuencia.
A pesar de que sería precipitado realizar un primer balance del año, la evolución de la delincuencia venezolana durante enero ya permite prever que 2015 terminará con una tasa que volverá a superar los 22.000 homicidios anuales, manteniendo a Venezuela en la cima de los países más violentos del mundo y a sus ciudadanos anclados a su problemática más cotidiana: la criminalidad.