Sí, nos parece increíble y efectivamente el año que hace doce meses era nuevo, ya se acabó. Al sentarnos a reflexionar para hacer la lista, como cada diciembre, de buenas intenciones, nos cae encima la pregunta: ¿Cuántos de los buenos propósitos que hicimos el año pasado se convirtieron en realidad? Ese viaje con el que siempre hemos soñado, ese auto que ya queremos cambiar, esa reparación que debemos hacer en la casa, esas ganas de hacer ejercicio, esa cita con el médico o ese libro que no hemos logrado leer, en fin, tantas buenas ideas que se nos ocurrieron y que no llegaron a concretarse.
Es curioso pero verdad: la dificultad que enfrentan las naciones para concretar buenas ideas es la misma que debemos desafiar las personas. Hay que luchar contra el olvido. Muchos buenos proyectos no se condensan por una sencilla razón: los arrinconamos. Con independencia de la relevancia que impliquen los proyectos, si no le ponemos manos a la obra y los postergamos, todo queda en buenas intenciones y nos sorprendemos cada diciembre al toparnos, una vez más, con que dejamos en el tintero aquello que en verdad queríamos hacer.
Para que las buenas ideas no se desvanezcan con la cotidianidad y nos ganen las cosas de todos los días, lo mejor que podemos hacer es ponerle número a los planes. Cuando logramos darle una cifra a los propósitos sucede algo mágico: los empezamos a tomar en serio. En realidad, son varios números los que le tenemos que poner a nuestras buenas intenciones. Tenemos que decir cuánto queremos invertir en aterrizar las intenciones de año nuevo y cuándo las queremos ver convertidas en realidad. Ese es el primer paso y el más importante. De esa forma, ponemos el reloj de arena de cabeza y los granos van corriendo en busca del momento en el que habremos logrado el propósito. Así nos aseguramos de no olvidar lo que queremos. Eso es lo que se conoce como presupuestar, es decir, prefigurar un plan para conseguir un proyecto, definir el monto que necesitamos y determinar la fecha en la que tenemos que estar listos.
Los presupuestos marcan una fecha de arranque y un plazo para llegar a la meta, pero no son los únicos números que debemos de definir. También podemos delimitar metas intermedias, fijar objetivos que nos ayuden a evaluar si vamos por el rumbo correcto y, si nos estamos desviando, debemos corregir los extravíos. Asimismo tenemos que decidir quiénes se sumarán al plan. Incluso si es un proyecto en solitario, como bajar de peso o hacer ejercicio, hay que integrar un equipo de apoyo: nutriólogo, un entrenador, un compañero o alguien que nos sirva de apoyo. Contar con expertos es valioso para llegar al final, o mejor aún, tener cómplices que nos impulsen es de gran ayuda para lograr los objetivos.
Para llegar a cumplir los propósitos de año nuevo, no hay como hacer un procedimiento detallado. Así como los pilotos entregan su plan de vuelo a la capitanía del aeropuerto, en el que informan: hora de despegue, las especificaciones del avión, las personas que integran la tripulación, el nombre de cada pasajero, la ruta que volará, el tiempo que durará el vuelo y la hora en la que piensa aterrizar, así lo tenemos que hacer con nuestros planes. ¿Por qué?
Porque es útil y más seguro. Un piloto aviador sabe que cuenta con la torre de control que estará vigilando el vuelo y que en caso de la más leve desorientación, se recibirá una alerta y si hubiera un problema, habrá apoyo para resolverlo de la mejor forma, es decir, rápido y al menor costo. Presupuestar es poner los sueños en acción. Los anhelos son como mariposas que vuelan alto y nos hacen suspirar. Verlos aletear es hermoso, pero es más bello atraparlos y hacerlos crecer hasta que tomen la estatura de la realidad. De esta forma no sólo suspiramos, también sonreímos con satisfacción.
Las bondades de presupuestar y fijar metas es que nos acerca a las posibilidades de concretar los sueños. Sabemos qué cantidad debemos reservar y nos comprometemos para hacerlo. De otra forma, es fácil gastar el dinero que se nos escapa entre los dedos y al final del año no sabemos ni a dónde se fue. En el momento en el que le ponemos números a nuestros propósitos iniciamos varios círculos virtuosos. El primero será terminar el año con una lista de sueños hechos realidad y el segundo es estar conscientes de para dónde estamos orientando nuestros esfuerzos. Lo curioso es que al empezar a tener logros, vamos ganando vuelo y nos vamos entusiasmando. Entonces, ya no es un propósito, son varios y como si hubiéramos elevado la varita mágica de un hechicero milagroso, los anhelos se convierten en experiencias concretas.
Por fin, ese libro fue leído, esa cita con el médico fue atendida, esa reparación ya se llevó a cabo, ese viaje se hizo realidad, ese auto se cambió y esos propósitos se convirtieron en éxitos concretos. Este 2015, tal vez sea el momento de dejar de hacer listas de propósitos y empezar a hacer planes.