En Argentina, el café es toda una institución cultural. Es el lugar donde los amigos se reúnen a compartir alegrías y llorar penas, donde se hacen y deshacen negocios, donde nacen y mueren historias de amor. También es donde los parroquianos se ponen al tanto de las noticias, ya que con el café viene el periódico.
En estos últimos años, han proliferado cadenas de cafés, tanto nacionales como internacionales, en las principales ciudades del país, con gran éxito entre los jóvenes. Sin embargo, el café de barrio, a la vieja usanza, sigue siendo el preferido de las generaciones mayores. Aunque no soy tan mayor, me incluyo en este último grupo. En cualquier café se pueden degustar los siguientes tipos: el clásico café con leche, el café solo, el café doble (doble cantidad de café que el café solo), el café cortado (se le agrega un chorro de leche), café con crema (o nata), la lágrima (al revés que el cortado, leche cortada con un chorro de café), y el americano (más liviano que el expreso que se sirve habitualmente).
Salvo el café con leche, que se sirve en taza, el café se puede pedir en pocillo o en jarrito (un vaso de vidrio con asa, ligeramente más grande que el pocillo). Las acompañantes tradicionales del café con las medialunas, o croissants. Las hay de grasa (de masa densa y no muy dulces) y de manteca (aireadas y dulces). Con el café viene un vaso pequeño de agua o soda y algún dulce también.
En la ciudad de Buenos Aires existen los Cafés Notables, que son cafés que han sido declarados de interés público por su antigüedad o historia. El café notable más antiguo y famoso es el Café Tortoni, inaugurado en 1858. En el Café Tortoni se reunían los escritores, artistas, cantantes y compositores más famosos de Argentina. En las paredes hay fotos que recuerdan esos tiempos.
Muchos bares sacan sus mesas a la calle o plazas (con permiso municipal, claro). Me parece el lugar ideal para ver pasar la vida disfrutando de un rico café con medialunas.