Si nos preguntamos cuáles son las principales fuerzas que inciden en la marcha de nuestra economía, es altamente notorio que ninguna de ellas (aparte del deseo de ganancias y el correspondiente cálculo) hayan sido tomadas en consideración por la ciencia oficial de los economistas, por lo que me propongo a continuación una serie de breves comentarios acerca de algunas facetas de lo que pudiera llamarse nuestra economía patológica o patriarcal.
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Una faceta de nuestra realidad económica es el mando – un mando que monopoliza la violencia, como decía Hobbes que el Estado debería hacer, y se expresa en gran medida a través de la legislación. Pero son las personas quienes legislan, juzgan y ejercen la autoridad, y si nos preguntamos cómo llegan ellas a tal mando no podemos dejar de percibir que en nuestra moderna sociedad “democrática” es de capital importancia para ello el dinero, que compra votos, gastos de candidatura y embellecimiento de la imagen pública de los candidatos, etc. Pero esto es solo el aspecto exterior de lo que interiormente es vivido como excelencia en el liderazgo. ¿Pero son aquellos que se creen los mejores líderes en la carrera al poder en verdad los mejores servidores del bien común, o los más efectivos servidores de la comunidad? ¿Y podemos confiar que los mejores sean aquellos más celebrados por el público? Empieza hoy a sospecharse que a través de toda la historia, nuestros representantes nos hayan representado más bien pobremente, y seguramente por ello es fuerte en la sociedad contemporánea el sentimiento de que más vale no tener ya más líderes. Pero sospecho que tenga razón Slavoj Žižek al argüir que la ideología de los “ocupas” y otros anarquistas contemporáneos se equivoca al no apreciar que sólo los líderes tienen el don de sacar a luz e interpretar las necesidades de sus comunidades. En todo caso, un abuso del poder ha operado a través de toda la historia de nuestra economía en el mundo civilizado, y en respuesta a este exceso desconfiamos de la autoridad misma – aunque tal vez tengamos que reconocer que el mundo no sólo requiere que sea derrocada toda autoridad intrusa y explotadora (como plantea la propuesta anarquista) sino que también el establecimiento de una autoridad sabia y benévola.
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Otra faceta, íntimamente asociada al liderazgo explotador, es el engaño; y se asocia éste a la estrategia del padre bueno que se aprovecha de que la mente infantil y la mente juvenil buscan ser guiadas por el consejo benévolo y sabio de la autoridad para presentarse como “padre bueno”, cuando en realidad su motivación es de provecho y poder.
¿Cómo es que los economistas no han registrado que no es cierto eso de que la economía sea movida por las leyes del mercado, sino que ha obedecido más bien a los dictados de unos pocos lobos vestidos de cordero, que han sabido muy bien colaborar entre ellos para alcanzar así un poder inmenso?
Recuerdo haber leído una biografía de Cicerón que comenzaba con la observación de que a través de la historia han cambiado los poderosos y las formas del poder pero que el poder ha permanecido siempre igual; pero la ciencia económica no confiesa o reconoce que la economía sea parte de la racionalización (amparada por el prestigio de la ciencia y el arte de la retórica) de las decisiones de los poderosos, e insiste en que el dinero sigue sus leyes propias y con ello le presta poder a quienes le dedican sus días a la especulación frente a sus ordenadores o a los expertos que dicen conocer el mercado.
Así como la ciencia económica parece no haber percibido o querido ser explícita acerca de la forma gigantesca de la autoridad como fondo de la vida económica (cuya marcha acostumbrada ésta protege con sus cañones y misiles) tampoco ha explicado en sus cálculos la estrecha interdependencia entre la realidad económica y el engaño, ni cómo se sostiene el engaño en el peso de la autoridad (aunque también aumenta el peso de la autoridad a través del engaño). Pareciera que no se sospechase que la verdad de una decisión o de otra en la marcha de la economía dependiera, no tanto de los hechos como de la posibilidad de recurrir en último término a las armas o al des-empoderamiento económico.
Irónicamente, así lo sugirió el reciente discurso que se atribuyó a Evo Morales tras su reciente aparición en una cumbre europea (06/30/2013). Aunque posteriormente se haya demostrado que se trata de un texto previamente publicado por Luis Britto García, servirá igualmente como ilustración de cómo el poder se disfraza de argumentos y que los argumentos a poco llegan sin el poder (1).
Informa el documento que he recibido que “con lenguaje simple, trasmitido en traducción simultánea a más de un centenar de Jefes de Estado y dignatarios de la Comunidad Europea, el Presidente Evo Morales logró inquietar a su audiencia cuando dijo:
“Aquí pues yo, Evo Morales, he venido a encontrar a los que celebran el encuentro. Aquí pues yo, descendiente de los que poblaron la América hace cuarenta mil años, he venido a encontrar a los que la encontraron hace solo quinientos años.
Aquí pues, nos encontramos todos. Sabemos lo que somos, y es bastante. Nunca tendremos otra cosa.
El hermano aduanero europeo me pide papel escrito con visa para poder descubrir a los que me descubrieron.
El hermano usurero europeo me pide pago de una deuda contraída por Judas, a quien nunca autoricé a venderme.
El hermano leguleyo europeo me explica que toda deuda se paga con intereses aunque sea vendiendo seres humanos y países enteros sin pedirles consentimiento. Yo los voy descubriendo. También yo puedo reclamar pagos y también puedo reclamar intereses. Consta en el Archivo de Indias, papel sobre papel, recibo sobre recibo y firma sobre firma, que solamente entre el año 1503 y 1660 llegaron a San Lucas de Barrameda 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata provenientes de América.
¿Saqueo? ¡No lo creyera yo! Porque sería pensar que los hermanos cristianos faltaron a su Séptimo Mandamiento.
¿Expoliación? ¡Guárdeme Tanatzin de figurarme que los europeos, como Caín, matan y niegan la sangre de su hermano!
¿Genocidio? Eso sería dar crédito a los calumniadores, como Bartolomé de las Casas, que califican al encuentro como de destrucción de las Indias, o a ultrosos como Arturo Uslar Pietri, que afirma que el arranque del capitalismo y la actual civilización europea se deben a la inundación de metales preciosos!
¡No! Esos 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata deben ser considerados como el primero de muchos otros préstamos amigables de América, destinados al desarrollo de Europa. Lo contrario sería presumir la existencia de crímenes de guerra, lo que daría derecho no sólo a exigir la devolución inmediata, sino la indemnización por daños y perjuicios.
Yo, Evo Morales, prefiero pensar en la menos ofensiva de estas hipótesis.
Tan fabulosa exportación de capitales no fueron más que el inicio de un plan ‘MARSHALLTESUMA’, para garantizar la reconstrucción de la bárbara Europa, arruinada por sus deplorables guerras contra los cultos musulmanes, creadores del álgebra, la poligamia, el baño cotidiano y otros logros superiores de la civilización.
Por eso, al celebrar el Quinto Centenario del Empréstito, podremos preguntarnos: ¿Han hecho los hermanos europeos un uso racional, responsable o por lo menos productivo de los fondos tan generosamente adelantados por el Fondo Indoamericano Internacional?
Deploramos decir que no.
En lo estratégico, lo dilapidaron en las batallas de Lepanto, en armadas invencibles, en terceros reichs y otras formas de exterminio mutuo, sin otro destino que terminar ocupados por las tropas gringas de la OTAN, como en Panamá, pero sin canal.
En lo financiero, han sido incapaces, después de una moratoria de 500 años, tanto de cancelar el capital y sus intereses, cuanto de independizarse de las rentas líquidas, las materias primas y la energía barata que les exporta y provee todo el Tercer Mundo.
Este deplorable cuadro corrobora la afirmación de Milton Friedman según la cual una economía subsidiada jamás puede funcionar y nos obliga a reclamarles, para su propio bien, el pago del capital y los intereses que, tan generosamente hemos demorado todos estos siglos en cobrar.
Al decir esto, aclaramos que no nos rebajaremos a cobrarles a nuestros hermanos europeos las viles y sanguinarias tasas del 20 y hasta el 30 por ciento de interés, que los hermanos europeos le cobran a los pueblos del Tercer Mundo. Nos limitaremos a exigir la devolución de los metales preciosos adelantados, más el módico interés fijo del 10 por ciento, acumulado solo durante los últimos 300 años, con 200 años de gracia.
Sobre esta base, y aplicando la fórmula europea del interés compuesto, informamos a los descubridores que nos deben, como primer pago de su deuda, una masa de 185 mil kilos de oro y 16 millones de plata, ambas cifras elevadas a la potencia de 300. Es decir, un número para cuya expresión total, serían necesarias más de 300 cifras, y que supera ampliamente el peso total del planeta Tierra.
Muy pesadas son esas moles de oro y plata. ¿Cuánto pesarían, calculadas en sangre?
Aducir que Europa, en medio milenio, no ha podido generar riquezas suficientes para cancelar ese módico interés, sería tanto como admitir su absoluto fracaso financiero y/o la demencial irracionalidad de los supuestos del capitalismo.
Tales cuestiones metafísicas, desde luego, no nos inquietan a los indoamericanos.
Pero sí exigimos la firma de una Carta de Intención que discipline a los pueblos deudores del Viejo Continente, y que los obligue a cumplir su compromiso mediante una pronta privatización o reconversión de Europa, que les permita entregárnosla entera, como primer pago de la deuda histórica”.
El humor de la propuesta del presidente boliviano está en que, a pesar de que para una persona honesta su lógica es no menos razonable ni válida que la de los actuales bancos, no esperamos que su proposición (de que le sea devuelta a Bolivia la deuda de los conquistadores) constituya un argumento suficiente para siquiera liberar a su país de la deuda reclamada. ¿Por qué? Porque todos comprendemos que este asunto aparentemente razonable no depende de la razón, sino que de un poder militar y económico que bien podría aniquilarlo.
También ocurre que las verdades que sustentan la “justica económica” han sido formuladas en algo así como un vacío de contexto, en que no entra sino lo que han puesto ya en la ciencia económica los economistas. Y aunque sea ciertamente un engaño pretender que deba ser reconocida una deuda reciente de naturaleza encubiertamente criminal antes que aquella que correspondería en justicia saldarles a los herederos de las víctimas de los rapaces conquistadores europeos (que en su tiempo se sintieron amparados por la ley, pero que el conocimiento histórico ya ha puesto al descubierto como tales), y sea también un engaño el pretender que transacciones económicas (como las deudas en cuestión) obedezcan a razones de justicia o lógica, cuando más bien se trata de que la justicia y los argumentos lógicos son utilizados como manera para guardar las apariencias o para disimular la injusticia y el arbitrio de voluntades que siguen siendo sustentadas por el poder y su fuerza amenazante, está tan prohibido por la conformidad pensar de este modo como solía ser perseguido por la inquisición el cuestionamiento de las verdades proclamadas por la iglesia.
Hoy en día se suele repetir (con Popper) que hemos dejado atrás el despotismo de la época de Hitler, Stalin, Mussolini y otros, pero parecería que en lugar de vivir en una sociedad de explotadores y explotados vivimos en un curioso mundo de oprimidos en que no es fácil identificar a los opresores; sólo que, naturalmente, ello se debe a que el poder opresivo violento y explotador ha aprendido a disfrazarse mejor que nunca. Así, aunque se dice que vivimos bajo un despotismo económico, se tiende a pensar que se trate de un despotismo sin déspotas, en el que la comunidad mundial sufre las consecuencias de “las leyes del mercado”.
Pero ¿no es esta apariencia el resultado de la actividad de los economistas, en tanto que la realidad es que el poder de hoy, semejante al de ayer, es el de una oligarquía plutocrática?
Pienso que no habría sido posible el éxito de los explotadores a través de la historia sin el éxito de su engaño, que debe ser considerado como intrínseco a la economía patriarcal pese a su aparente invisibilidad para los teóricos y su público.
A menudo he dicho que al “inconsciente freudiano” (que resulta de la represión de los aspectos primitivos e instintivos de la vida psíquica como la agresión y la sexualidad) y al “inconsciente junguiano” que resulta del desconocimiento de los aspectos espirituales de nuestra existencia, se ha agregado en nuestros tiempos un “inconsciente político”, resultante del tabú implícito a darle expresión a la verdad de lo que ocurre en torno a nosotros en el ámbito social y económico. Pero eso no es todo: al auto-engaño o ceguera de la ciudadanía (inculcados por la conformidad y la educación) se agregan altos muros de secreto en torno a los gobiernos, y, como si ello fuese poco, una hipertrofia del espionaje, que antaño estuvo dirigido hacia las naciones enemigas, pero que ahora se interesa en la vida y comunicaciones privadas de todos. El cuadro total es, entonces, el de un poder oculto que quiere controlarlo todo. Y es más, un poder que oculta sus acciones porque sería escandaloso que se conocieran (como ya nos ha permitido apreciarlo las iniciativas de Wikileaks y Snowden). En otras palabras: el poder se ha vuelto demasiado maligno para ser aceptable por aquellos a quienes la política pretende representar.
Nota
(1) http://luisbrittogarcia.blogspot.it/2007_11_11_archive.html
Parte primera
http://wsimag.com/es/economia-y-politica/9037-el-patriarcado-y-sus-dominios