Minutos atrás estuve al teléfono con mi amigo Juan Carlos Corazza, Director de la famosa Escuela Internacional de Teatro en Madrid, y al mencionarle que estaba invitado a un congreso de economía, me citó un pasaje de García Lorca que aparece en un híbrido de Lorca y Chejov que ha producido y que está por estrenar. Dice allí uno de los personajes: “¿La economía? Es un misterio en el cual creo y que respetan todas las personas sensatas”.
Me ha parecido un buen comienzo a estas reflexiones ‒ aunque tal vez sea más exacto decir que las prácticas económicas sean un “enigma”, que sólo pretende ser un verdadero misterio. Un enigma que los ciegos ni siquiera pueden reconocer como tal, en su ceguera; y un enigma deliberadamente oculto porque así lo requiere la razón astuta y predadora de la mente patriarcal. Y fácil de ocultar, además, en vista de que “las personas sensatas” (es decir, los bien programados en la conformidad), no podrían siquiera sospechar, en vista de su devoción, el engaño rapaz por detrás de aquello que se envuelve en misterio; y que respetando el misterio se vuelven en esclavos de un padre político encubierto (un político que se las da de padre protector para así atraer a los que buscan un padre bueno y comérselos).
Lo que entrevemos de nuestra historia remota nos hace pensar que nuestros primeros padres políticos fueron sacerdotes bienintencionados, que luego pasaron a la función de consejeros de líderes militares (reyes y faraones) en forma semejante a como en el actual mundo cristiano el imperio escucha respetuosamente a la iglesia (que a su vez respetuosamente sabe no interferir).
Pero a pesar de que hemos llegado al poder militar máximo de la humanidad en la historia, ya no estamos en la era de lo reyes o de los emperadores. Y ya en los tiempos de las grandes revoluciones (en Francia y las Américas), con el ascenso de la burguesía nuestro patriarcado militar se transformó en un patriarcado económico. Y si bien se insertó este orden económico durante la era industrial en un “complejo militar industrial”, el poder militar no sirve tanto hoy a ésta o aquella nación, sino a la provincia transnacional del dinero y sus potentados.
Con el paso de los años se ha venido tornando siempre más transparente que hemos llegado a vivir en una tiranía económica global, por más que ésta haya intentado disimular sus voluntades a través de la atribución de sus decisiones a la contemplación racional del fenómeno de la oferta y demanda en el mercado. Como he comentado ya, el poder es tan astuto en el día de hoy como en los tiempos en que los Indoeuropeos con sus carros de guerra invadieron la Europa antigua matrística del Danubio. Y uno de los productos más notables (por su poder) de la mente patriarcal moderna, me parece, es lo que se da en llamar la ciencia económica, que permite que ciertos expertos saquen un número ilimitado de liebres de no se sabe dónde y consuman los bienes de la tierra en forma tan espectacular como un hoyo negro se traga a las galaxias.
Tan fraudulenta es la pretensión de la economía de comprender y explicar la realidad económica como en aquella de poder o querer mejorarla, y la fraudulencia de su sabiduría respecto a la naturaleza humana o lo que sería un orden económico apto para los humanos, pudiera compararse a la fraudulencia contemporánea de lo que en nuestros tiempos sigue llamándose educación a pesar de sus efectos deshumanizantes y su subordinación al orden económico. Y la razón es la misma: donde está el dinero, está el poder, y el poder violento, ejercido a través de la amenaza, nos está llevando a la crisis del orden socioeconómico y cultural de lo que solíamos idealizar como “civilización”.
La medida en que la cruenta realidad económica de hoy (en que queda atrás el concepto de “Estado de Bienestar” y se llenan las calles de personas que han perdido sus casas a causa de especulaciones financieras codiciosas, y que para colmo son perseguidos) es solo la consecuencia visible de un tipo de mentalidad que pudiéramos llamar bárbaro (por la desaparición de los vínculos solidarios y de los valores) puede apreciarse por las informaciones que ha reunido John Perkins en su libro autobiográfico Confesiones de un gángster económico, en el que comienza por explicar su especialidad en la elaboración de informes económicos falsamente optimistas destinados a que una oligarquía financiero-industrial los haya venido empleando como parte de una estrategia de conquista no militar que ha venido a introducir en la historia una nueva forma de colonialismo: una estrategia en que la toma de poder sobre las naciones se ha venido haciendo a través de grandes préstamos supuestamente justificados por el progreso técnico pero en el fondo destinados a crear un endeudamiento empobrecedor junto a la creación de la correspondiente dependencia respecto a la voluntad del imperio global.
Aunque el haber llegado a una estrategia de colonización “no violento” parecería que haya constituido un progreso ‒ es claro que debemos tomar en cuenta la violencia estructural, que no mete tanto ruido como los cañones y sin embargo mata aún más personas que aquellos. Y ¿no es el espíritu de las relaciones públicas en el mundo de hoy semejante a aquel de los tiempos de los conquistadores españoles, que les quitaban a las poblaciones indígenas de las Américas su oro, sus tierras y sus vidas en nombre de su muy cristiano y católico emperador? Ya los Romanos fundaron su imperio en su capacidad de conquista, como todos los imperios y nacionalismos anteriores, y al parecer, se debió todo ello a que algunos milenios atrás nuestro mundo neolítico de abundancia debió ser abandonado cuando en vista del calentamiento de la tierra nos vimos obligados a hacernos cazadores nómades nuevamente, solo que, ahora impulsados por el hambre, voraces depredadores de nuestros semejantes ‒ “los otros”, los de las demás tribus y especialmente los pobladores de las civilizaciones que surgieron en torno a los grandes ríos.
Si comparamos el patriarcado arcaico de los indoeuropeos o arios en la Grecia antigua o en la India con nuestro patriarcado comercial actual, no diría yo que hemos progresado en virtud o en sabiduría. Hemos seguido, más bien, las huellas de quienes alguna vez creyeron estar haciendo lo mejor que podían pero luego perdieron su dirección. ¿Acaso somos menos agresivos que las huestes de Genghis Khan? No somos maestros equitadores, naturalmente, pero hemos construido tanques, aviones, submarinos, bombas, misiles, etc., y en todo caso, lo que cuenta es la intención ‒ tan mortífera y falta de humanidad.
¿Y somos menos codiciosos o predadores que las huestes de vándalos u otros pueblos desplazados de la antigüedad? Nos hemos desplazado a nosotros mismos, pudiera decirse, y pareciera que queremos ya empujar a los pobres a sus tumbas antes de esperar que se mueran.
Nuestro moralismo ha venido encubriendo nuestra falta de virtud de manera comparable a cómo para el mismo Otelo, Yago (el villano que lo lleva a la muerte) es “un hombre honesto”. ¿Será por esto que tantos potentados neoconservadores son cristianos? Es difícil no pensar que dándole respetabilidad a su currículum (sin conciencia por su parte, por supuesto ‒ pues ello sería villanía) ello le confiere una apariencia de verdad a sus juicios, decisiones y motivaciones.
Hasta la técnica de conquista a través de shocks, explicada por Naomi Klein e ilustrada con el golpe militar en Chile en vísperas de convertir al país un gran experimento económico guiado por Milton Friedman, ya había sido descubierto por los Indoeuropeos, quienes prefirieron asaltos aterrorizadores a la destrucción masiva de aquellos a quienes quisieron dominar, para así conminarlos a tratos comerciales desventajosos. Así se explica, no sólo la destrucción de la vieja Europa matrística, sino la conquista de la India arcaica, cuya cultura desapareció sin que los arqueólogos hayan podido encontrar las huellas de una gran guerra.
Así como podemos distinguir el orden económico patriarcal que ha dominado nuestra historia de algún orden económico alternativo al que pudiéramos llegar a través del desarrollo de nuestra comprensión y nuestro cuidado, podríamos usar un vocabulario semejante para distinguir la ciencia económica patriarcal (que se ha elaborado para justificar nuestras prácticas económicas) de una ciencia económica futura, benévola y desprejuiciada, que tomase en consideración no sólo las cifras de las transacciones comerciales sino que las fuerzas que inciden en la realidad económica más allá de las fluctuaciones omnipresentes en la esfera de la oferta y la demanda.
Si nos preguntamos cuáles son las principales fuerzas que inciden en la marcha de nuestra economía, es altamente notorio que ninguna de ellas (aparte del deseo de ganancias y el correspondiente cálculo) hayan sido tomadas en consideración por la ciencia oficial de los economistas, por lo que me propongo a continuación una serie de breves comentarios acerca de algunas facetas de lo que pudiera llamarse nuestra economía patológica o patriarcal.
Parte segunda
http://wsimag.com/es/economia-y-politica/9650-reflexiones-sobre-nuestra-economia