En las tradiciones andinas ancestrales, el ser humano es tierra viva: soy un cuerpo, soy tierra. En el espacio de la exposición, la tierra se expresa a sí misma; es el centro y el espejo de lo que somos.
(Delcy Morelos)
Delcy Morelos (Tierralta, Colombia, 1967) investiga en las cosmovisiones mitológicas universales, y particularmente en las precolombinas, para insistir en la interdependencia entre los seres humanos, los animales, las plantas y los espíritus, nacidos todos de la misma semilla, la de la Pachamama de las culturas incaicas, la de la Bachué de los chibchas de su tierra natal, la de la «Madre Tierra», término recogido por las Naciones Unidas para referirse a nuestro planeta (2009). Para ello, utiliza desde la acuarela de gran formato hasta grandes instalaciones hechas con tierra que transforman el espacio que las acoge.
Delcy Morelos estudió en la Escuela de Bellas Artes de Cartagena y comenzó su carrera como pintora que trabajaba sobre superficies tradicionales con preferencia hacia los rojos —«Sentía que el rojo no era un simple color, lo percibía como una sustancia en sí misma que emanaba de mis dedos»—, pero, desde que empezó a trabajar con tierra, su investigación del color la llevó por otros derroteros: «La tierra puede ser de muchos colores: azul, gris verde, café claro, café oscuro, amarilla, ocre, naranja, negra o roja. […]. En mis primeras obras con tierra, la tierra es de color rojo. Lo que hace que la tierra sea roja es la gran cantidad de hierro que contiene, el mismo elemento que hace que la sangre que corre por nuestras venas sea roja. Hay una profunda relación entre nosotros, los humanos, con la tierra, y hemos perdido esa conciencia».
Así pues, desde la visión de una naturaleza que es sagrada, mítica y, a la vez, un ser vivo con el que estamos íntimamente conectados, Morelos propone respetar el espíritu de todos los elementos de la naturaleza y cuidar del equilibrio de los ecosistemas. La tierra, la arena, el albero, son los materiales de los que Morelos se sirve para diseñar, a través de un minimalismo geométrico, formas envolventes, inmersivas y multisensoriales en forma de cuevas, mastabas, zigurats, pirámides o umbrales, en los que el espectador se ve sensualmente rodeado por la fertilidad de la tierra y su poder generador, y puede llegar a alcanzar una comprensión más amplia de la realidad, que incluye dimensiones espirituales, energéticas y cósmicas más allá de lo visible. Mediante el uso de materiales orgánicos explora, pues, conceptos relacionados con la fertilidad, la creatividad y la transformación como catalizadores de cambios en la sociedad.
Profundis es un viaje hacia la reconexión con la memoria histórica a través del aroma, de la tierra como elemento ancestral, donde las especies y plantas como el tabaco, el maíz, el tomate o la patata, introducidas en Europa procedentes de las Américas, regresan invadiendo el espacio expositivo de la Zona Monumental del monasterio de la Cartuja con sus perfumes y texturas.