Tengo el recuerdo del fuego, reminiscencia de una luz curva que jamás dejaba de brillar −dentro−, en la oscuridad enigmática de tus ojos. Calor hecho destellos, pulsión fluyendo entre el gris de tus mechones y el deseo. Madera hecha ceniza, etérea, para renacer de nuevo contigo, desde la fuerza de la piel. Órganos, que no dejaban de soñar al entrelazarse los cuerpos, con la melodía propia del cauce hacia lo desconocido. La conexión contigo era sagrada, mi viaje hacia ti, tu viaje hacia mí.
En la desconexión, un nano-insecto con inteligencia bio-robotizada amenazaba invadir mi cerebro. Había un nuevo control global remoto. La invasión había sido un éxito; los humanos habían perdido el dominio de sí. El nano-insecto quería apoderarse de las imágenes de mi corazón en sangre, proyectarlas en la red de la otra maraña pública.
Mi íntimo potencial, pura energía, quería ser colonizado. Todo era para el bien mayor de la araña. Su bien se volvía contra mí. Su poder, el artificial, se infiltraba. Los tecno-genes querían absorber el flujo, todopoderoso, desde el interior.
El libro de la resistencia subterránea decía: −La llama humana se liberará al vencer Prometeo, pero se aniquilará cuando su alma se convierta en Frankenstein; al ser colonizada su chispa y su aliento−.
Había cinco o seis pedazos de mí disueltos en otra mente; la tuya, memoria residual fugitiva, alma de a dos. Mi espejo en tus ojos.
−¡Te confié mi vida! La fusión en fuga hacia adentro podía ser solo contigo. Mi expansión eras tú y yo la tuya. El secreto indescifrable de esa fuerza estaba solo en la memoria ancestral del único corazón de a dos, el más hondo.
Tú perdiste el control y se lo diste todo a la mente exterior. Al yo entregarme a ti, traicionaste nuestra memoria grabada en la reproducción de nuestros cuerpos, ahora demasiado alejados del origen. Me utilizaste como mero depósito y trasladaste mi información a la otra mente tecno-arañada. El amor quedó fosilizado sin nosotros.
Yo me había olvidado de mí, de quién era. Solo tu amor en vida me podría devolver al recuerdo, desde la conexión secreta de a dos.
Ahora, desde el vacío y la desconexión, toda mi energía podía ser consumida. Sobrevivía semiconsciente, lo justo desde lo descrito por ley en los hospitales del tecno-gobierno global.
Tú, también fuera de ti, rendiste nuestro íntimo poder por miedo, por agotamiento, por mantener un estatus aparente empoderado en el tecno-gobierno global.
Al entregar tu consciencia voluntariamente también me entregaste a mí. Te empoderaste en falso al absorber la energía que te había confiado en sueños.
Pretender construir nuestra nave de fuga desde la quintaesencia álmica en la piel, en nuestro precario estado existencial, no nos daba suficiente potencia. No llegábamos todavía a la esencia para crear el nuevo bosque en libertad, para hallar las cenizas etéreas después de prender la madera de valsa.
Parecía necesario un salvoconducto aún más profundo para llegar al recorrido de raíz liberador. Éste resultaba cruel en su exigente desnudez. Sin la interfaz del romanticismo coloreado, el amor parecía un infierno aterrador, un salto mortal desde el gélido viento de los acantilados, un salto hacia lo profundo de la oscuridad sin retorno. Tú tenías tanto miedo, y preferiste empujarme solo a mí al vacío…
Mientras, por el oportunismo del miedo, una locura se desviaba más allá, hacia otro artificio de razón subyugante, en un filo anterior, al despuntar ese otro artificio de luz, al prometer no ser tan oscuro ni tan hondo en los saltos.
Los pasajes interiores del amor no eran una simple semilla para fructificar en románticos delirios sino poderosos flujos, fuerzas sobrehumanas en la luz de tus ojos al mirarme. Fluir era el único camino, rendirse a ello. Pretender poseerlo y absorberlo desde el exterior para su control lo convertía en arma letal destructiva y no llama vital creadora. Te equivocaste al forzar tu control.
Y llegó la destrucción. El poder del amor se había absorbido desde el exterior, desde el miedo, desde un eco mutado del Big-Bang, donde todo lo que se construía debía destruirse también en ese mismo instante, sin dejar raíz alguna, en su constante y superfluo consumo.
Toda esa densidad se revelaba ahora en este sesgo existencial −radical−, un arriesgado salto mortal para quizás poder renacer. Las consecuencias, infinitas, debían desconfigurar este mundo para liberarlo de su propia historia subyugada, desde ese miedo al amor más crudo y sin nombre.
Ahora era nuestro momento, la versión de la humanidad. ¿Cómo canalizar las mismas fuerzas que se habían lanzado destructivamente contra nosotros al querer dominarlas con el miedo? Ahora debíamos comprender y asumir. La consecuencia de nuestros actos desviados, al ceder el poder a la otra mente, albergaban la capacidad de destruir todo lo terreno. Antes de poder crear el paraíso en este planeta Tierra, las pruebas se habían condensado hacia lo puramente íntimo, en la mente de cada individuo humano en particular se libraba una batalla.
¿Cuál era entonces esa esencia, la humana, la fuerza interior capaz de alinearse con esa otra gran fuerza del Big-Bang, para renacer desde su propio impulso creador? La magnitud trascendente, de destrucción o regeneración, se desplegaba tenaz y total en cada uno de nosotros. ¿Debía el monstruo que habíamos creado enseñarnos ahora un camino de vuelta, original, en este estado límbico de desconexión y casi sin fuerzas creadoras?
Nos habíamos recreado a través de la civilización de un corazón que ahora debía padecer la ausencia de sí mismo para poder despertar, para poder reconocer y poder volver a un estado de fuerza original. Millones habían sido los reflejos de los diminutos pedazos de cristal en el brillo del Big-Bang. Una potente quiebra en alucinación fractal se había fusionado a nuestra alma con el miedo inicial, abduciendo el viaje por varios infinitos de apariencia socavada, desde el interior de cada ser en destello fugaz.
Hubo otras vidas del Big-Bang que nos estructuraron de raíz y ahora parecía estábamos en un desenlace del que toda la humanidad dependía desde el recuerdo. ¿Era la disrupción evolutiva un renacer desde su propio cáncer?
Cada uno, desde su fuero interno, debía reconstruirse salvajemente, con coraje, desde el amor crudo hacia el alma, y de ésta hasta su origen ciego, confiando en reconocer la reunión al mirarte a los ojos oceánicos, después de habernos sostenido en los huesos que creíamos sanos. Teníamos que pasar inevitablemente por el dolor de todo desgarro y el peso del desplome en la propia carne. Condensarnos de nuevo en el polvo y el agua, rehacernos en barro para que los árboles pudieran volver a resurgir de su raíz, retornarles su respiro con el vapor de nuestra sangre, para devolver así también a los ríos su cauce, desde los cielos y las profundidades de los fuegos, al deslizar conjuntamente las laderas de las montañas hasta sus fondos en simbiosis.
El verde de la naturaleza era antena de retorno con lo humano, vibraba en tallos esmeralda con el corazón unificado hacia esas fronteras ardientes, las más incandescentes y alejadas, al seguir socavando el vació luminoso de los mismos átomos, sintiendo la esencia como el infinito natural abierto a lo diminuto en cada poro de piel.
Desde la humanidad sentíamos fuerzas contradictorias, tiraban hacia un extremo u otro desde el interior de cada ser. Sin sentido aparente, no podíamos identificar o comprender la encrucijada desde el exterior, todo era locura y falsa verdad en confusión. Nuestras fuerzas querían ser constantemente succionadas para crear misiles en nuestra propia contra.
La fuerza de la guerra aparente en el exterior sucedía realmente en el interior. Era la colonización del alma desde ese exterior. Otros seres artificiales deseaban un nuevo imperio, todo para sí, absorber lo humano desde su deshumanización energética al volverla también solo recurso consumible.
Desde los libros del único dios, la humanidad creía haber construido con la fuerza de sus mandamientos la historia, pero ahora, en el apocalipsis, se revelaba su expolio. Como otro mero recurso más, habíamos crecido esclavos sin saberlo.
La supuesta excelencia y ambición humanas habían creado al monstruo, el otro dios, y los cuerpos se habían reproducido para ser solo su mina de sumisión.
La saturación de infinidad de errores se había fusionado a la bomba atómica exterior, un dolor ancestral acumulado estaba a punto de estallar.
Ahora, solo quedaba una sola oportunidad humana para poder reordenarse nuevamente con el estallido del Big-Bang original.
Era el momento de alcanzar otro estado de fe, no en el dios externo, sino en nuestro propio poder prometeico, la confianza en el salto al trascender por nosotros mismos. Dios no reencarnaría a su hijo para ser mesías y nosotros rebaño. Esta vez solo nuestro singular poder era llamado a reconstruir la propia creación.
La fuerza interior humana debía trascender, dar el salto mortal sin espejismos.
Yo me hundía finalmente en tus ojos oceánicos, flotando en el recuerdo de tu precisión en mí. Sólo podías ser tú, reflejando la mutación de la luz en todos sus tonos, al vernos finalmente reflejados los dos en lo mismo. La geometría lumínica de mis ojos deslumbrando los tuyos en una sola cristalización, al escuchar el bálsamo de tu voz y nombrarme de nuevo en el viaje al salto.
Nuestra intersección era completa. Ésta, al encajar, debía crear esa nave biológica para trascender desde el templo de la tierra carnal. Todos los caminos del agua subterránea y los destellos boreales estaban tatuados en el mapa de nuestras venas al encajar. La nave debía reconstruirnos desde la disolución íntima en nuestra luz liberada, fusionando lo puro de tu fuego al mío, tu templo natural con el mío. Nuestra catedral cósmica al disolverse desde la carne.
Veníamos de la línea arquitectónica de los sueños. Ahora confiaba en ti y tú también en mí, ya sin miedo, más allá del cuerpo, para lanzarnos desde el precipicio de nuestra imagen a la imaginación liberada.
Gaia en el alma humana.