La violencia en general, y las guerras como expresiones organizadas y sistemáticas de la violencia en particular, han estado presentes en la vida humana desde tiempos prehistóricos. Es como si formaran parte de la condición antropológico-existencial y, por lo tanto, no pudiesen eliminarse o desaparecer. Existe una profusa tradición de pensamiento filosófico, jurídico, político, ideológico, económico y social, dentro de la cual se asume como inevitable la guerra, y desde este postulado la reflexión se concentra en temas como guerras justas e injustas, reglas y normas de la guerra, legitimidad e ilegitimidad de las guerras, derechos de los prisioneros, negociaciones entre bandos enemigos, protección de los no combatientes, entre otros.
La perspectiva asumida en este ensayo, contraria a lo comúnmente aceptado y a la realidad histórica hasta el presente, sostiene que las guerras se pueden evitar e incluso suprimir como experiencia humana, a condición de generar un cambio paradigmático en el plano de los conceptos (teorías), erradicar el complejo militar-industrial de los Imperios, sociedades y movimientos sociales subordinados, e introducir cambios emocional-afectivos, psicológicos y conductuales a través de la educación y la cultura. Dicho de otra manera, los conflictos humanos son inevitables, pero por sí mismos no tienen por qué conducir, de modo fatal y determinístico, al asesinato masivo, como ocurre en el caso de las guerras; cuando esto acontece es señal inequívoca de una enfermedad que corroe el cerebro, el alma y el cuerpo.
Del conflicto a la guerra
La dinámica política de las sociedades, como es evidente por simple y directa observación, se caracteriza por la existencia de personas, fuerzas y movimientos opuestos entre sí debido a la singularidad de sus cosmovisiones, intereses y experiencias; esta circunstancia es natural y comprensible, incluso saludable. Una sociedad, en cualquier civilización, es un coloquio de muchas voces entrelazadas, a veces de modo armónico y en otras ocasiones a través de conflictos; pero si tal condición conduce a los horrores y asesinatos de las guerras y la violencia generalizada, esto se debe a la presencia de un elemento corrosivo en el mundo mental y emocional de las personas y de las sociedades ¿Qué elemento es este? ¿Cómo denominarlo? ¿Se puede verificar su presencia en términos empíricos?
El paradigma del odio
Lo denomino paradigma del odio. Algunos dicen que el odio no es un paradigma, pero este es un tema alejado de mi interés en el presente ensayo. Quizás en una ocasión posterior me refiera al asunto, pero por ahora reténgase la tesis central: existe, en el mundo psicológico-emocional (psique) y en las estructuras conocidas de las sociedades, socio-históricas, socio-políticas y socio-económicas, un esquema mental, emocional e ideológico, dentro del cual el odio ocupa el lugar central y decisivo. ¿Cuáles son los enunciados principales de este esquema que, a lo largo de la historia, cambia sus formas de expresión, pero conserva intacto su contenido? Los postulados del paradigma del odio son:
Primero, existe un orden necesario en la historia y en el conjunto del universo, regido según leyes físicas y psíquicas.
Segundo, existe una ciencia perfecta de tal orden cósmico e histórico-social, es decir, de las leyes físicas y psíquicas que lo rigen.
Tercero, algunas personas y grupos de personas poseen el conocimiento de esa ciencia sobre el orden cósmico e histórico-social.
Cuarto, tales personas y grupos de personas, detentadoras del conocimiento sobre el orden cósmico e histórico-social, en virtud de semejante saber, poseen el derecho de imponer a los demás, reputados como irredentos ignorantes, su visión de la realidad, por los medios necesarios, incluyendo, por supuesto, la aniquilación.
Este es el contenido del paradigma del odio en su perfil general, cada uno de sus postulados puede ser sustituido en el lenguaje de las expresiones específicas que adopta en las distintas épocas.
Tres ejemplos del paradigma del odio
El esquema referido se ha concretado en los postulados de sus manifestaciones históricas específicas; a continuación cito tres ejemplos.
Naturalismo historicista
Primero, existe un orden histórico social y económico regido por leyes objetivas.
Segundo, existe una ciencia (conocimiento) de la Historia, es decir, de ese orden histórico, social y económico regido por leyes tan comprensibles como las leyes explicadas en las ciencias naturales.
Tercero, existe un grupo de personas conocedoras de la ciencia sobre las leyes del orden histórico, social y económico.
Cuarto, tal grupo de personas, en virtud del conocimiento detentado, tiene el derecho de imponer a los demás sus ideas y su voluntad.
Otra de las concreciones del paradigma del odio es el reduccionismo economicista. Sus postulados son:
Reduccionismo economicista
Primero, existe un orden económico de mercado regido por leyes objetivas.
Segundo, existe una ciencia del orden económico de mercado.
Tercero, existe un grupo humano conocedor de las leyes objetivas del desenvolvimiento económico de mercado.
Cuarto, tal grupo humano posee el derecho de imponer su voluntad.
Este es el modelo derivado del enfoque económico neo-clásico cuando tal paradigma se interpreta en la forma extrema del economicismo de mercado (Véase el ensayo "Competencia económica y equilibrio económico: crítica al reduccionismo economicista neoclásico", 19 de marzo, 2024).
La otra expresión del paradigma del odio es el fundamentalismo religioso, y estos son sus postulados:
Fundamentalismo religioso
Primero, existe un Dios o Energía Cósmica Divina.
Segundo, existe una ciencia-sabiduría respecto a ese Dios o Energía Cómica.
Tercero, existen personas, grupos de personas e instituciones a las cuales aquel Dios o Energía Cósmica les ha revelado la verdad absoluta, es decir, los contenidos de la ciencia-sabiduría.
Cuarto, tales personas, grupos e instituciones, en virtud de poseer la revelación de Dios o Energía Cósmica, poseen el derecho de imponer su voluntad.
Los ejemplos pueden multiplicarse, pero con los tres referidos es factible derivar con relativa facilidad muchos de ellos. Tómese el esquema primigenio del paradigma del odio e identifíquese cualquiera de las configuraciones ideológicas actuales o pretéritas, y se encontrarán variedad de expresiones. En los siglos XX y XXI, dicho sea de paso, tenemos claras manifestaciones de este paradigma en los siguientes movimientos: comunismo, marxismo, fascismo, nazismo, nacionalismos exacerbados, economicismos de mercado y de Estado, dogmatismos y sectarismos religiosos. La cifra de asesinados por este tipo de movimientos alcanza a millones de seres humanos.
Coloquio social, pluralismo y sistema de libertades: el camino a la autogestión
Llegado a este punto conviene preguntar: ¿existe algún principio o valor a partir del cual sea posible construir experiencias distintas a las del paradigma del odio? La respuesta es por completo afirmativa. Se trata del principio pluralista, desde el cual se concibe toda sociedad como un coloquio permanente de distintos pensamientos, ámbitos emocionales y afectivos, convicciones, intereses y experiencias. Esta pluralidad, ínsita en la condición antropológico-existencial del ser humano, implica formas de vida donde los conflictos se gestionan en el marco de la concordia sustancial, alcanzándose la unidad histórica en la diversidad de las distintas singularidades. Tales realidades implican de modo simultáneo un régimen de libertades individuales y grupales, refrendadas constitucionalmente, y sobre esa base se da la posibilidad de lograr niveles relevantes de autogestión individual y social, esto es, de una realidad donde el desenvolvimiento personal y grupal acontece sin requerir de ideólogos iluministas, políticos salvadores, religiosos mesiánicos o instancias colectivas (partidos políticos, Estados, gobiernos) que se autoproclaman como las voces legítimas y autorizadas de Dios, la Historia, el Mercado, la Justicia o alguna otra instancia supra-histórico o transpersonal.
El paradigma del odio en la Organización de las Naciones Unidas
Un claro ejemplo de la presencia corrosiva del paradigma del odio en el mundo contemporáneo lo ofrece la Organización de las Naciones Unidas. El Consejo de Seguridad de esta instancia se encuentra formado por los principales productores de armamento nuclear para el aniquilamiento masivo y selectivo de las poblaciones humanas, lo cual implica, por supuesto, la destrucción de la Naturaleza y de todas las formas de vida. Es sintomático, en este mismo sentido, que la totalidad de los miembros de las Naciones Unidas formen parte directa e indirecta del Complejo Militar Industrial de los Imperios, en calidad de productores menores, exportadores e importadores de armas. Tal como recordé en otro ensayo ("El hedor del mundo: las narrativas ideológicas y mediáticas son disfraces homicidas de un carnaval asesino", 19 de enero, 2024), en el Informe SIPRI 2023 se lee:
El SIPRI ha identificado a 167 estados como importadores de grandes armas en 2018-2022 [número casi igual al número de miembros de las Naciones Unidas —193] Los cinco mayores fueron India, Arabia Saudí, Qatar, Australia y China, en conjunto el 36 por ciento de las importaciones de armas. La región que recibió el mayor volumen de importaciones de grandes armas en 2018-2022 fue Asia y Oceanía, con el 41 por ciento del total, seguida de Oriente Medio (31 por ciento), Europa (16 por ciento), América (5.8 por ciento) y África (5 por ciento)…
Conviene tener presente, en este contexto, que países como Italia, China, Estados Unidos, Francia, Rusia, Inglaterra y Alemania, son los principales productores, exportadores e importadores de armas para la destrucción masiva de seres humanos, de infraestructuras y de ecosistemas. Cuando se analizan las narrativas y estrategias de comunicación de quienes dirigen estas y otras naciones es evidente la presencia de los elementos típicos del paradigma del odio, en el nombre de los cuales se les pide (exige) a las personas ofrendar sus vidas en el altar de la violencia sistemática, envolvente y organizada. ¿Cómo hablar de paz cuando se practica la guerra y se financia el complejo militar industrial de los Imperios? ¿Cómo rasgarse las vestiduras en nombre de la ecología, el medio ambiente y la reversión del cambio climático, cuando al mismo tiempo se financia la destrucción de la infraestructura, de los ecosistemas naturales y todas las formas de vida a través de las guerras?
Una tesis sobre la tesis de Carl von Clausewitz
Lo escrito hasta aquí evidencia la existencia de una conexión orgánica, estructural, entre la política y la guerra, y esto conduce a la obra del general prusiano Carl von Clausewitz para quien toda guerra es la continuación de la política por otros medios; en la guerra la política aniquila la vida de seres humanos asesinándolos. Esta tesis amerita dos precisiones: primera, si la guerra es la continuación de la política entonces su inversa también es cierta, la política es la continuación de la guerra, y esto explica la lógica común inspiradora de ambas: la dialéctica amigo-enemigo. En tiempos denominados “de paz” la acción política desacredita, anula y destroza la vida de los adversarios (enemigos) sin aniquilar su existencia, pero cuando esos tiempos “de paz” desaparecen entonces se toman decisiones políticas, económicas, ideológicas y religiosas para matar a los otros, a los distintos, asesinarlos sin el menor atisbo de compasión. La segunda precisión a la tesis de Clausewitz, que constituye una ampliación sustantiva, es la siguiente: la guerra no se reduce a la política, ni la política a la guerra, ambas se encuentran entrelazadas entre sí y con las identidades culturales e históricas, la ciencia, la tecnología y la economía, sobre todo cuando estas otras dimensiones de la realidad se gestionan no bajo el principio de la unidad en la pluralidad y la concordia, sino como realidades para acumular poder e imponerlo a la sociedad. En el fondo, cuando la Vida no importa, las conexiones son criminales, pero cuando la Vida y las vidas importan y constituyen el núcleo determinativo de la existencia, entonces las conexiones pueden significar muchos saltos cualitativos en el ascenso evolutivo de los cuerpos, las mentes, las emociones y el espíritu.