Hace casi quince años, durante mis últimos meses como estudiante de Ciencias Políticas, tuve la oportunidad de participar de la primer Encuesta de Uso de Tiempo (EUT) en la ciudad de Rosario, Argentina.
Estas encuestas implican entrevistas exhaustivas donde los participantes relatan, con ayuda del entrevistador, un "Diario del Día de ayer", es decir, un registro detallado de qué tareas realiza el día laborable anterior a la entrevista.
Las EUT permiten dimensionar las conexiones que existen entre la estructura de los hogares y la distribución del ingreso, vinculándolas con la asignación de roles y responsabilidades entre hombres y mujeres, así como analizar las contribuciones que las mujeres aportan al desarrollo económico y social de la ciudad.
Al cruzar datos sobre la distribución de tareas y el tiempo dedicado por hombres y mujeres con el nivel de ingreso per cápita familiar (considerado como el indicador socioeconómico principal) y el tipo de hogar, se logra obtener información no solo acerca del tiempo dedicado por cada género y la carga de tareas no remuneradas relacionadas con el cuidado de personas y labores domésticas, sino también sobre el tipo de actividades realizadas, su horario y su nivel de complejidad (Ganem et al., 2012).
Conocer con exactitud cuáles son las actividades que realizamos en 24 horas y quiénes las realizan, el tiempo que insume cada una de ellas y cómo varían según las características socioeconómicas de la población, constituye una potente herramienta estadística de análisis para las políticas sociales (Informe INDEC, 2021).
Este acercamiento inicial me permitió observar las inequidades dentro de los hogares, llevándome a indagar sobre la importancia de las tareas no remuneradas para el sostenimiento de la vida. Los datos de estas encuestas ofrecen un panorama sobre la "pobreza de tiempo", entendida como la insuficiencia de tiempo para descansar o disfrutar del ocio debido a una carga excesiva de trabajo, remunerado o doméstico. También arrojan luz sobre el aporte del trabajo no remunerado, especialmente de las mujeres, a la economía nacional.
Las labores diarias relacionadas con el cuidado, históricamente invisibles y sin reconocimiento público, han sido consideradas como parte "natural" de la condición femenina y de la división tradicional del trabajo por género (Faur y Jelin, 2013). Esta concepción se basa en estereotipos de género y valoraciones culturales que se perpetúan a través de diversos mecanismos como la educación, la publicidad, la tradición, las religiones y las instituciones.
Existe la expectativa de que sean las mujeres, especialmente las madres, quienes asuman las responsabilidades cotidianas de cuidado de niños, personas mayores, enfermos, entre otros. Esta distribución injusta de las responsabilidades de cuidado se basa en la naturalización de la capacidad de las mujeres para desempeñar esta función (Esquivel, 2011:13).
En las últimas décadas, con los aportes de los estudios feministas, los conceptos de "cuidar" y "cuidados" han adquirido importancia, como una categoría teórica significativa, para examinar y poner de manifiesto los procesos sociales contemporáneos, en particular aquellos relacionados con la protección y el bienestar de las ciudades y sus habitantes.
Todos necesitamos atención y cuidados en algún momento de nuestras vidas. Durante la infancia y la vejez y en menor medida durante la juventud y la adultez, el rol de cuidador se distribuye de manera desigual. Identificar estas desigualdades en las responsabilidades de cuidado es crucial.
La noción de cuidado es compleja y posee múltiples significados. Para Iesso (2015:88-89) el cuidado es una herramienta intelectual que identifica y describe las prácticas sociales encaminadas a asegurar la supervivencia básica de las personas a lo largo de la vida. Sostiene que no es un concepto neutro, pues materializa desigualdades y diferencias, por ello es fundamental contar con conocimientos que amplíen las oportunidades para fomentar el bienestar a través de políticas sociales e intervenciones institucionales.
Por su parte, Rosa Arias Campos (2007:26) entiende al cuidado como una práctica sedimentada en la cultura, que se vincula con la protección afectiva de las relaciones vitales, configurando una construcción social, dinámica y contextual, que incluye razonamientos, sentimientos, tradiciones, prácticas, imaginarios y regulaciones valorativas, jurídicas y políticas. Afirma que el término se configuró en estas últimas décadas como una categoría teórica relevante para analizar y visibilizar procesos sociales contemporáneos, especialmente vinculados con la protección y el bienestar de las sociedades y los sujetos. Es decir, se trata de prácticas en situación, en el espacio-tiempo de la vida cotidiana.
En consonancia con las autoras, la socióloga argentina Eleonor Faur (2014) concibe al cuidado como una dimensión analítica para explorar imágenes y prácticas institucionales, reconociendo su potencial como herramienta para diseñar políticas sociales, que promuevan la igualdad de género e intervenciones que visibilicen el trabajo que desarrollan las mujeres en el ámbito del hogar, elemento vital para sustentar tanto la continuidad generacional como las operaciones diarias de la fuerza laboral y el funcionamiento del sistema económico.
Los cuidados y el trabajo doméstico no remunerados contribuyen de forma sustancial a las economías de los países. Se calcula que el valor total del trabajo doméstico y de cuidados no remunerado genera entre el 10% y el 39% del producto interior bruto. Contribuyendo más a la economía que sectores como la manufactura, el comercio o el transporte.
Por otro lado, como destacan Faur y Jelin (2013), el incremento en la participación laboral de las mujeres no se traduce automáticamente en una redistribución equitativa del trabajo de cuidado. En cambio, se genera una sobrecarga de responsabilidades cotidianas para las mujeres, quienes deben conciliar el trabajo remunerado con las labores domésticas de cuidado no remuneradas. Este fenómeno se conoce como “doble jornada laboral”.
Esto también conduce a una mayor disparidad entre mujeres, donde algunas pueden acceder a servicios de cuidado mercantilizados (como personal doméstico o instituciones de cuidado para niños/as o ancianos/as), mientras que otras carecen de los recursos para hacerlo. La pobreza de ingresos resulta en pobreza de tiempo, combinando y magnificando sus efectos.
Parafraseando a Rodríguez Enríquez (2019:82) las mujeres de hogares con mayores recursos pueden derivar con mayor facilidad las responsabilidades de cuidado y liberar tiempo propio utilizable para generar recursos adicionales, lo que fortalece su situación aventajada. Por el contrario, la inmensa mayoría de mujeres en hogares de menores recursos deben destinar mucho más de su propio tiempo al trabajo de cuidado no remunerado, restringiendo sus posibilidades de participación económica, limitando sus chances de generar recursos y profundizando así su situación de desventaja.
Las políticas de cuidado son esenciales para la autonomía económica de las mujeres. El principal obstáculo para la participación femenina en la economía es la limitación de tiempo. Revertir esta situación requiere la intervención de los Estados mediante políticas públicas que reconozcan el cuidado como un bien público esencial, parte integral de las responsabilidades sociales colectivas.
El cuidado proporcionado por las madres y otras mujeres de la familia puede ser un “trabajo de amor” , pero no se reduce únicamente al plano afectivo: implica esfuerzo y responsabilidad; involucra dedicación y tiempo, energía, dinero y renuncia a oportunidades alternativas. Las políticas de cuidado son fundamentales para el desarrollo social y su inclusión en las Agendas de Gobierno permitirá visibilizar y abordar estas demandas.
Según la literatura, existen diversos modelos de políticas públicas vinculadas al cuidado, como: transferencias de recursos monetarios; regulaciones laborales (licencias con y sin goce de sueldo) y provisión de servicios de cuidado (guarderías, servicios de cuidado de ancianos, entre otros). Estas políticas deben complementarse, introduciendo el cuidado como categoría central de análisis y promoviendo la igualdad de género.
En ese sentido, podemos identificar algunos ejes clave en las políticas de cuidado hacia el desafío de fomentar mayores niveles de bienestar en las sociedades contemporáneas:
- Diseñar políticas que se complementen entre sí: infraestructuras y servicios sociales básicos, ingresos regulares, servicios y programas de cuidado social, y reconocimiento y respeto por los derechos de quienes desempeñan labores de cuidado.
- Dar mayor visibilidad al cuidado en las estadísticas, comprometiéndose en la recopilación regular de indicadores que permitan monitorear el impacto de las políticas y medir las desigualdades en la distribución de las cargas y en las formas efectivas de prestación de cuidado.
- Establecer una agenda de investigación actualizada y fomentar el debate público sobre el tema.
En resumen, avanzar hacia Sistemas Integrales de Cuidado permitirá reducir significativamente la carga de trabajo de las mujeres y garantizar condiciones equitativas y de calidad para aquellos hogares que necesiten externalizar el cuidado. La socialización del cuidado como responsabilidad colectiva es clave para el bienestar en las sociedades contemporáneas.
Bibliografía consultada
Arias Campos, Rosa Ludy (2007). Aportes de una lectura en relación con la ética del cuidado y los derechos humanos para la intervención social en el siglo. Revista del Departamento de Trabajo Social, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de Colombia.
De Ieso, Lía Carla (2015). Prácticas del cuidar en entramados familiares. Aportes desde un análisis situado en un núcleo urbano segregado del Gran Buenos Aires Revista Debate Público. Reflexión de Trabajo Social.
- Esquivel, Valeria (2011). La Economía del Cuidado en América Latina: Poniendo a los cuidados en el centro de la agenda Serie: Atando nudos.
- Faur, Eleonor (2014). El cuidado infantil en el siglo XXI: Mujeres malabaristas en una sociedad desigual. Buenos Aires: Siglo Veintiuno editores.
- Faur, Eleonor y Jelin, Elizabeth (2013). Cuidado, género y bienestar. Una perspectiva desde la desigualdad social Revista: Voces en el Fénix
- Ganem, Javier; Giustiniani, Patricia y Peinado, Guillermo (2012). Mujeres y trabajo no remunerado La Encuesta de Uso del Tiempo en la ciudad de Rosario Trabajo presentado en el V Congreso de la Asociación Latinoamericana de Población, Montevideo, Uruguay. Octubre 2012.
- Instituto Nacional de Estadística y Censos Encuesta Nacional de Uso del Tiempo 2021. Resultados definitivos
1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Instituto Nacional de Estadística y Censos - INDEC, 2022. Libro digital, PDF.
- Rodríguez Enríquez, Corina (2019). Trabajo de cuidados y trabajo asalariado: desarmando nudos de reproducción de desigualdad1
Revista “THEOMAI Estudios críticos sobre Sociedad y Desarrollo”.