Algunas interrogantes acerca de cómo el imperio de Ptolomeo I el Salvador que gobernó durante cuatro décadas a Egipto (323-283 a.C.) dominó una época en la historia egipcia y mediterránea. Sin embargo, hemos continuado pensando más en el mito de Alejandro Magno como fundador de una dinastía que al parecer helenizó al mundo Mediterráneo y Oriental, sin percatarnos de que el conquistador fue conquistado y nunca todo sucede en una sola dirección.1 Así que para el último fundador de una dinastía en el Egipto Antiguo la imagen perfecta es el hacedor de mucho entre las sombras, el guía velado que consiguió hacer del mito al fundador de una nueva relación entre Occidente y Oriente, en la que él impulsó incluso reinados: como el de Pirro en Epiro; nada pírrico.
Si Alejandro Magno es la figura icónica del periodo helenístico: quien expandió un reinado que recién había logrado imponerse sobre las demás ciudades estado griegas incluso al inexpugnable Egipto y a la India. El hijo de Filipo consiguió reunir a Grecia en una liga y desplegó una carrera militar impresionante, Alejandro heredó un reino imperialista y ambiciones desmedidas, en cambio, no vivió para terminar su obra. Fue su general Ptolomeo I hijo de Lagos, y de una de las flores del tálamo infiel del padre Filipo de Macedonia, uno de los más beneficiados con las campañas, al convertirse en Sátrapa -al modo persa– a la muerte del Magno, y en faraón del pueblo egipcio. Un salto impresionante de la trastienda del campamento militar a la gloria del fundador.
Para los historiadores la personalidad diplomática y ambiciosa, junto a la gran visión de estratega militar que mantiene a sus huestes contratadas en pie de combate; primero, contra los otros pretendientes al trono macedonio por apoderarse de él, y después que se declara abiertamente lo que ya era de facto: el soberano en Egipto por ampliar sus posesiones e intervenir en Grecia.
Llega a controlar el territorio egipcio con la anuencia de las élites locales que se habían mantenido, sino intactas, vitales en el periodo de ocupación persa. Se legitima siguiendo los cultos y mitos tradicionales autóctonos y los importados de la Magna Grecia, mezclando manifestaciones artísticas, tradiciones literarias y escrituras, no se abandona el sistema jeroglífico pero el demótico es usado por las élites locales para copiar incluso textos y nombres de sacerdotes del culto a los reyes, y leyendas. No obstante, importa una corte compuesta por griegos y macedonios, distinción muy difícil de hacer en la época donde cada quien se identificaba con una región griega de origen y no con un panhelenismo muy definido. Lo que sí es innegable es que establece una nueva capital desde la que importar un mito: el mito de Egipto unificado bajo la superioridad de los griegos, sin importar que él mismo al igual que Alejandro de quien se dice sucesor, y hasta llega a renegar de su padre Lagos para crear otro mito más, el de ser hijo de Filipo.
No obstante, este es parte del éxito de Ptolomeo quien lleva a la práctica los planes de Alejandro de expandir la cultura griega, aunque no sea en territorio heleno propiamente, por medio de la explotación de la agricultura de un país considerado exótico por los griegos, con un clima muy versátil dependiente de las estaciones del Nilo, río soberano, regente de la vida, que cuando no se lanza a la deriva sobre las tierras negras trae consigo la hambruna y la muerte. Ptolomeo explota al campesino sin pensar en que esta ira acrecerá la distancia entre sus sucesores y aquellos de quienes dependían para seguir usufructuando el mito faraónico, puesto que ellos solo son extranjeros.
A pesar de todo consigue mantenerse empleando la astucia, con el apoyo de las teocracias que quieren estabilidad. Empeñado en lo que ahora llamaríamos sincretismo religioso, rituales viejos y nuevos se levantan, trae especialistas en todas las artes a su corte, sobre todo griegos, adopta algunos usos del país, pero se cuida de ser llamado rey-dios, hasta que su hijo establece el culto oficialmente: él insinúa sus aspiraciones, aunque las mantiene veladas, hay todo un juego de ocultamientos en su actuación.
Un ser y no ser que solo se declara cuando otros ya lo han proclamado. Y tiene éxito. Incluso en manejar su sucesión de la sucesión, por un tiempo hay dos Ptolomeos en la historia de este período: él y Ptolomeo II Philadelphos. Sin embargo, para Arriano, aunque no puede mentir porque es a quien menos beneficiaría el no contar la verdad en la historia testimonial que escribió Ptolomeo I Soter sobre su antecesor, solo el primero tenía la grandeza, no mentir no era suficiente, había que saber arrepentirse de sus errores y corregirlos. Honestidad y valor que solo le concedió al Magno macedonio.
Nota
1 Arriano es el autor del libro consultado en inglés: Arrian of Nicomedia (2014), The Anabasis of Alexander or, The History of the Wars and Conquests of Alexander the Great, Translator E. J. Chinnock, Project Gutenberg eBook.