«En esta profesión es necesario tener otro talento para ganarse un extra». Esas fueron las palabras de Don Jorge, rector del colegio donde -en el 2017- fui a hacer mis prácticas como docente de religión. Mientras mencionaba esta frase cargada de sabiduría -la cual tomaba en aquel entonces como palabrería producto de la vejez- nos exponía a mi compañero de prácticas y a mí, los frutos de su pasatiempo y segunda fuente de ingreso: La carpintería.
Don Jorge, a sus quizás 67-70 años tenía su oficina llena de madera pulida y cajones con herramientas y clavos que empleaba a veces durante sus horas muertas en la oficina para trabajar y tener listo los proyectos que entregaba los fines de semana a los clientes. Sorprendentemente, a pesar de no haber conectado con su apreciación de lo que era el oficio docente, en aquella mañana de febrero de 2017 me obsequió un crucifijo hecho por él en su taller, y que obsequiaba a veces a sus profes nuevos para recordarles la importancia de desarrollar una dimensión espiritual en sus vidas.
Aquel recuerdo me ha encontrado en los últimos años con mi orgullo por el suelo, al darme cuenta de que, en efecto, la profesión de docente en este país -y en Latinoamérica en general- es probablemente una de las peores recompensadas en términos económicos y emocionales. Don Jorge tenía razón, la profesión deja tanto que desear en la parte retributiva que algunos de mis compañeros docentes de colegios privados (y públicos) tienen hasta dos y tres trabajos al tiempo para poder tener una vida medianamente digna para ellos, sus hijos y esposos/as.
Con vida medianamente digna hago referencia a tener el dinero necesario para el mercado, pagar las deudas, la educación de los hijos y -por supuesto- uno o máximo dos salidas locales al año con la familia. Al contemplar ese panorama solo puedo preguntarme: ¿Cómo hacen para sobrevivir esos profesores con varios hijos y deudas cuando han quedado sin trabajo por meses o, a veces, años? ¿De verdad estamos condenados a depender de salarios minúsculos o labores extras para poder vivir tranquilamente en una profesión que todo lo entrega y poco recibe? En este artículo, quisiera producir una reflexión autocrítica del ejercicio docente y las formas bajo las cuales hemos permitido que nuestra retribución al trabajo de una jornada de fin de semana sea una porción de pizza con gaseosa servida en un vaso de plástico.
Maestra si, tía no
En mis épocas universitarias, hubo un autor que fue tan mencionado hasta llegar al punto de causarnos el hastío a mí y mis compañeros. Paulo Freire, uno de los máximos exponentes de la pedagogía latinoamericana era referenciado en cada trabajo, asignatura o paper académico por los que debíamos pasar en la universidad. Uno de los trabajos más mencionados de Freire es un compendio de cartas o reflexiones pedagógicas dirigidos a aquellos que -por vocación o convicción- han optado por una vida ligada a la pedagogía o a la enseñanza, hablo de Cartas a quien pretende enseñar.
En su libro, Freire presenta un panorama muy común en la pedagogía latinoamericana de la época (siglo XX). Se solía confundir tanto a la maestra con un familiar o cuidador de los niños que era llamada en muchísimas ocasiones «tía». A pesar de la aparente cercanía y afecto entre profesores y alumnos, Freire argumenta que esta relación de «tía» contiene un problema fundamental. Al etiquetar al profesor como una figura maternal o nutricia, se minimiza su verdadero papel como facilitador del aprendizaje y como guía en la formación crítica de los alumnos. Según Freire, esta confusión ha relegado la educación a un papel más pasivo y conformista en el que el profesor se limita a transmitir información en lugar de fomentar el pensamiento crítico y la transformación social.
Freire aboga por una pedagogía liberadora en la que el profesor no sólo imparta conocimientos, sino que también estimule la conciencia crítica de los alumnos ayudándoles a cuestionar las estructuras de poder y las desigualdades de la sociedad. Considera que la pedagogía de la «tía» no aborda adecuadamente la necesidad de capacitar a los estudiantes para que se conviertan en agentes de cambio en sus comunidades. Para ser maestro no basta con «cuidar» a los infantes o estudiantes a nuestro cargo, por el contrario, el maestro requiere de formación permanente, actualización del discurso, enriquecimiento del contexto en el que se encuentra, posturas políticas y culturales bien fundamentadas e incluso conocimientos en teorías cognitivas que permitan facilitar la apropiación de dichos saberes. Por ello, Freire había puesto un título distinto para este libro: Maestra si, tía no.
En su crítica, Freire subraya la importancia de redefinir el papel de los educadores y repensar la dinámica educativa para lograr una verdadera liberación y justicia social en América Latina.
Resignación y miedo
En este panorama universitario fuimos formados mis compañeros y yo, las ideas eran claras: nuestra labor es excesivamente valiosa para los procesos de socialización de los sujetos. Pero al llegar a la vida laboral te das cuenta de que, inconscientemente, el papel de tía/o no solamente es tranquilizador, también es cómodo. Sin crítica en clase y discursos impactantes no hay estudiantes haciendo comentarios en los descansos, no hay emoción en el aula, y por supuesto, no hay controversias o inconformidades sobre nuestros trabajos. El papel de profe cercano y familiar permite esto: asegurar un año más de salario.
Así, muchos de los profesionales que se dedican a la docencia, olvidan que tienen una gran gama de habilidades adquiridas en su época universitaria y producto de estilos de vida divergentes, permitiéndose únicamente vivir en el molde del maestro que repite contenido y sube notas al sistema. La formación universitaria proporciona a los profesores valiosas herramientas para convertirse en agentes del cambio educativo y social. Sin embargo, la presión para ajustarse al sistema educativo actual, centrado en la evaluación y la repetición de contenidos de aprendizaje, limita a menudo su capacidad para adoptar enfoques más innovadores y eficaces en el aula.
Don Jorge acertó en que era complicado ser un maestro genuino a nivel económico, pero también debió afirmar que probablemente lo más complejo era mantener a flote otras habilidades desarrolladas y que, en la vida empresarial, terminan siendo profundamente valoradas. A lo largo de mi carrera pedagógica he podido convivir con artistas, economistas, escritores, capacitadores, estadistas, empresarios e incluso traductores. Todos con talentos excepcionales, pero incapaces de verse a sí mismos lejos de las aulas, todo porque «es el lugar que corresponde a un profe».
Estas autolimitaciones, basadas en nociones preconcebidas y expectativas tradicionales de la profesión, pueden ser un grave impedimento para que los maestros desarrollen sus capacidades y contribuyan a la sociedad de diversas maneras. La docencia no debe verse como una profesión que define estrechamente la trayectoria de desarrollo de un individuo. De hecho, las habilidades y conocimientos adquiridos en pedagogía pueden aplicarse a una amplia gama de campos y profesiones. Aunque la enseñanza es una carrera gratificante, también es importante reconocer que la pedagogía puede proporcionar una base sólida para explorar y desarrollar otras carreras. A este punto quería llegar con el presente escrito.
Decodificar al profe
Al dejar momentáneamente las aulas, y permitirme usar mis habilidades complementando mis pasatiempos, he notado que las empresas y lugares que requieren constantemente profesionales para sus equipos necesitan saberes similares o iguales a los que mis compañeros de trabajo escolar tienen. Algunos de las más requeridas son:
- Comunicación efectiva, manejo de grupos y capacitación.
- Diseño y planificación de experiencias formativas.
- Análisis de datos estadísticos y toma de decisiones.
- Manejo de presupuesto y análisis de riesgos.
- Evaluación de procesos y sistemas de calidad.
- Diseño de planes formativos y acompañamiento a empleados.
- Habilidades de traducción e interpretación.
- Programación y habilidades informáticas.
- Manejo de herramientas ofimáticas, edición de videos y creación de contenido digital.
No digo, con lo anterior, que un docente pueda reemplazar fácilmente a un contador o a un comunicador social. Sin embargo, con el tiempo, adaptabilidad y capacitación suficiente algunos podrían ofrecer un rendimiento igual o superior a profesionales de otras áreas o campos. La versatilidad de las habilidades adquiridas por los docentes a lo largo de su carrera puede permitirles desempeñar roles adicionales o complementarios en entornos empresariales o en otros campos. La educación y la formación continua son fundamentales para adaptarse a nuevas responsabilidades y desafíos, y para adquirir la experiencia necesaria en áreas específicas.
Este enfoque de desarrollo de habilidades y adaptabilidad puede ser especialmente valioso en un mundo laboral en constante evolución, donde la diversidad de habilidades y la capacidad de aprender y adaptarse son cada vez más importantes. En última instancia, la formación y el compromiso con el crecimiento profesional pueden permitir a los docentes expandir su impacto y contribución en una variedad de roles y contextos. Si el docente no se siente apreciado(a) en su labor, probablemente haya una empresa requiriendo sus habilidades con salarios económicos y emocionales mejor remunerados. ¿Qué se necesita para poder acceder a este tipo de labores? Lidiar con el código o estructura mental que afirma que la única forma de triunfar en el mundo académico/pedagógico es la escuela o universidad. Romper con las expectativas convencionales sobre el éxito en el ámbito académico/pedagógico puede ser un proceso desafiante, pero con dedicación, aprendizaje continuo y un fuerte deseo de explorar nuevos horizontes, los docentes podemos encontrar oportunidades en una variedad de campos y roles que nos permitan aprovechar nuestras habilidades y experiencias de manera significativa.
Innovar implica transgredir
Los docentes poseemos una riqueza de habilidades y conocimientos que pueden trascender las fronteras tradicionales de la educación y abrir nuevas oportunidades en campos más empresariales, mejor retribuidos y con retos profesionales y personales estimulantes.
La superación de las barreras mentales y la creencia en la versatilidad de las habilidades docentes son pasos cruciales en esta transformación. La capacitación adicional, la adaptabilidad y la perseverancia son elementos clave para abrir puertas en entornos empresariales y otros campos de interés. Esta expansión de horizontes no solo enriquece la carrera de los docentes, sino que también aporta una perspectiva valiosa a las empresas y organizaciones que pueden beneficiarse de su experiencia en comunicación efectiva, liderazgo, resolución de problemas y enseñanza.
Creo firmemente en que todo inicia modificando nuestro enfoque y formas de pensar, el mismo Freire decía que la justicia social era nuestro objetivo, pero creo que no puede haberla sin docentes y maestros en buenas condiciones, con sueldos emocionales justos y económicamente estables.
El maestro debe enseñar. Es preciso que lo haga. Sólo que enseñar no es transmitir conocimiento. (…) enseñar y aprender se van transformando en conocer y reconocer, donde el educando va conociendo lo que aún no conoce y el educador reconociendo lo antes sabido.
Al romper con las limitaciones preconcebidas, los docentes pueden desempeñar un papel fundamental en la evolución de la educación y en la creación de un impacto positivo en una variedad de contextos profesionales. Afirmo aquí, que somos más que «profes», hay un don poderoso en aquellos que encuentran placer en aprender y transmitir. Este don no puede encapsularse en entornos específicos mucho menos por perspectivas tradicionales en torno al trabajo, innovar significa transgredir y no hay mejor forma de revolución, que aquella que tiene lugar en el corazón y mente de quienes han sido limitados y que ahora, se perciben como potencia y proyecto inacabado.