Cuando pensábamos en el medio ambiente siendo niñes, nos solía venir a la mente una única acción planetaria beneficiosa: reciclar. Compartir, reducir, reutilizar, reapropiarse, donar, cultivar; no eran parte del vocabulario más accesible.

Pero hoy, debido al desgaste que ha producido modificar y explotar la geología terrestre, estas palabras nos resultan cada vez más familiares. El antropoceno no va de la mano con la romantizada idea de ‘progreso’ tecnológico del Siglo XX. El progreso ha devenido en un fracaso; y aún así, trata de prorrogar su figura ficcional. Disponiendo de medios avanzados para adaptarnos al ecosistema, se ha demostrado la preferencia por la industrialización masiva por fines económicos; y por ello, la destrucción de espacios y especies.

Los propios ingenieros tuvieron que aceptar ir en contra de sus valores o abandonar el oficio cuando se les propuso crear objetos destinados a romperse. La obsolescencia programada era la estrategia encargada de mantener el mercado en un movimiento ágil y asegurado, aliándose con el tiempo, en pro del consumo perpetuo. Que los ordenadores y los móviles nos duren dos o tres años no es casualidad.

La propuesta individual que aquí se presenta se compone de muchas acciones, algunas son más favorables que otras, pero todas son necesarias en un momento tan crítico. Simplemente ayudaría el dejar de comprar aquello que no necesitamos o elegir comprar en un lugar local en vez de en una gran empresa, por ejemplo. Sin duda, es una cuestión que nos ataña económicamente, que requiere una modificación exhaustiva de nuestros hábitos como ‘clientes’ del mercado mundial.

Esta reducción y selección de los productos es útil, pero reducir el consumo no es suficiente. Lo verdaderamente significativo es modificarlo. Buscar otras vías, más sostenibles. Esto supone tomar decisiones y comenzar procesos, rutinas o cambios.

Para empezar, las industrias que más contaminan son las textiles y las cárnicas. Ambas financiadas por nuestra cartera. Por poner unos ejemplos: para fabricar unos simples vaqueros se necesitan 10.000 litros de agua; para alimentar al macro-ganado, se necesitan miles de hectáreas de cultivos; para la pesca se necesita arrastrar y destruir toda la fauna marina desertizando los bosques marinos.

La alimentación normativa no es sostenible. La compra compulsiva de ropa tampoco lo es. Encima se ha demostrado que tenemos ropa para sobrevivir hasta el fin de los tiempos y nos sobre. Se ha demostrado que los productos animales no son beneficiosos o necesarios para sobrevivir; el propio pescado está contaminado en la actualidad y aún así se dice que posee Omega-3; aunque el Omega-3 provenga del alga que come el pez, que es solo un intermediario entre la fuente directa.

Genera mucha disonancia el saber que los científicos llevan abordando la problemática desde todos los frentes posibles durante muchos años. Se han realizado múltiples investigaciones que no son ignoradas o aisladas de nuestro aprendizaje cotidiano. El cambio climático, las malas condiciones el agua, el vertido de residuos al mar, el turismo, la masificación, la sequía, las altas temperaturas, las especies extintas y en extinción… Son tantas las cosas que inciden lo que lo hacen un tema ya pormenorizado; pero que se prefiere dejar aparcado en la conversación.

¿Qué opciones hay? Veganismo y reciclaje de prendas son solo algunas propuestas aquí. Actualmente muchas diseñadoras de moda hablan del upcycling, una moda que utiliza únicamente prendas de vestir ya usadas para hacer una nueva. Suelen ser prendas de mayor valor económico por ser únicas, pero también existe la opción de intercambiar o comprar a diseñadoras locales. Y si lo económico sigue siendo un problema frente al modelo fast-fashion, puede ser el momento de ponerte a crear tus propios diseños en casa. El momento de construir desde las ruinas. Junto a investigar qué está cambiando planetariamente.

Hay algunas soluciones prácticas que solo dependen de ti:

  1. Manifestarse, compartir ideas, abrir diálogos.

  2. Dejar de comer productos que provengan de animales.

  3. Reutilizar ropa, material escolar, herramientas, juguetes…

  4. Reinventar objetos diversos con objetos que ya se tienen.

  5. Donar a asociaciones y colectivos que apoyen diversas causas ambientales.

  6. No hacer un turismo que deteriore o contribuya al mal funcionamiento local.

  7. Hablar con los locales al viajar a un lugar y enterarse de sus problemáticas.

  8. Tener un filtro de agua y dejar de comprar embotellada.

  9. Hacer que tu profesión sea sostenible estudiando y buscando los materiales/herramientas que más puedan ayudarte a ti y al medio.

  10. No dejar basura en entornos naturales.

Por no hablar del más importante, no tener hijos. No tener hijos es el mayor gesto ambiental que se puede hacer. Opción muy asequible para las jóvenes mejores preparadas en formación de la historia, pero que no pueden optar ni a cuidarse a sí mismas por la escasez de trabajos, de trabajos dignos. La mejor opción para el planeta y para los hijos de esta decadencia que ha sido heredada, es cesar o reducir la procreación.

No somos una especie superior a las demás. No tenemos que destruir todo aquello que consideramos nuestro sin saber por qué. Cuando un plato llega a la mesa no nos preguntamos de dónde vino ese pescado y qué proceso hay en medio. Sin embargo, se sabe que la mano de obra, casi siempre, es racializada y explotada; que muchos locales que vivían de sus mares y ríos para sobrevivir, ya no pueden hacerlo porque la pesca masiva les ha quitado su alimento (a su vez, un alimento ya contaminado). Y que encima se ven forzados a ilegalidades que ponen sus vidas en una situación crítica.

Para cerrar esta breve preocupación, me viene a la mente un texto de Rodrigo García, filósofo-director de teatro, de su obra ‘Agamenón. Volví́ del supermercado y le di una paliza a mi hijo’, donde deja claro cómo nos sentimos muchas de las personas que hemos vivido desde nuestro nacimiento en sociedades capitalistas, tecnócratas y despersonalizadas de los procesos; ignorando de dónde vienen las cosas y alejadas de una raíz cultural verdadera:

Está así́ el patio porque nos hemos tirado la vida sin hacer nada
Porque nos hemos tirado la vida haciendo lo que nos dijeron
Que era bueno hacer Saludable hacer Razonable hacer
Al final, hemos hecho lo que nos han ordenado
Y me como el tarro Y me vuelvo loco
Y me voy a la cama llorando
Y cuando desayuno, joder, desayuno llorando ¿Y sabes por qué?
Porque no inventé nada, hostias. No inventé nada.
No participé en la creación de nada de lo que me rodea
Ni de los vasos en los que bebo agua a diario
Ni del avión que me trajo hasta aquí
No sé cómo funciona mi ordenador
No construí con mis manos mi casa
No he plantado ni criado nada de lo que como a diario
Me encontré todo hecho No sé cómo se fabrica el papel de los libros que he leído
No inventé la televisión Ni las vacunas
No inventé las reglas del fútbol
No se me ocurrió antes que a nadie ponerles a las casas ventanas
Ni descubrí el huevo frito
Solo manejé información
Es decir: toda la vida con las manos vacías
Sucias [...] Hago cosas de animales simples:
Criar hijos y enseñarles a manejar
Objetos que inventaron unos desconocidos
Luego nos quejamos de que esas cosas
No mejoran sus vidas
Ni mejoran nuestras vidas