Por norma general, se entiende por altruismo algún tipo de cesión o sacrificio personal en beneficio de otros, sin esperar nada a cambio. Véase como ejemplo la cesión de un riñón a un miembro de la familia.
También se puede aludir al altruismo recíproco. Es decir, cuando alguien le deja dinero a otra persona pensando que esta hará lo mismo si se invierten las circunstancias. Y es aquí cuando surge el interrogante: ¿siempre hay algún tipo de reciprocidad oculta y, en realidad, un verdadero altruismo no existe?
Con el fin de obtener la respuesta más adecuada, un equipo de investigadores de la Universidad de Milán y otros centros de investigación italianos han llevado a cabo un trabajo de exploración de la conducta y el cerebro altruista en ratones, mamíferos como nosotros, con resultados recientemente publicados en Nature Neuroscience. Tal y como explica Ignacio Morgado:
El escenario experimental consistía en dos compartimentos adyacentes separados por una mampara transparente. En uno de ellos un ratón podía introducir su nariz en dos agujeros diferentes. Cuando lo hacía en uno de ellos recibía una dosis de comida él solo (elección egoísta). Cuando lo hacía en el otro agujero, tanto él como otro ratón, al que podía observar a través de la mampara en el compartimento adyacente, recibían una dosis de comida (elección altruista). O pido comida solo para mí, o la pido para los dos, podríamos decir.
Con los sucesivos ensayos y siempre que había un ratón al otro lado de la mampara, los ratones macho mostraron mayoritariamente una preferencia altruista, mientras que los ratones hembra tuvieron un comportamiento altruista o egoísta al 50%. Pero todas esas preferencias dejaron de desarrollarse cuando al otro lado de la mampara en lugar de otro ratón lo que había era un objeto inanimado, o cuando entre ambos compartimentos se interponía una barrera opaca. Sorprendentemente, todo eso parecía indicar que la conducta preferente de los ratones, ya fuera egoísmo o altruismo, era motivada por razones sociales. En otras palabras, era originada por la presencia de otro ratón, pero no de un objeto, en el compartimento adyacente, añade Morgado. Según el mismo especialista:
También se observó que la elección altruista (comida para ambos ratones) fue mayor cuando los dos roedores habían estado en contacto antes del experimento. El contacto social, por tanto, desarrolló la conducta altruista de los ratones. Además, los machos continuaron teniendo conducta altruista incluso cuando aumentó el requerimiento (hasta seis incursiones en el agujero) para obtener la comida. Las hembras también la mantuvieron, aunque algo menos.
Los resultados también indicaron que el comportamiento altruista de los ratones no era innato, sino aprendido por la experiencia. Motivo por el que los investigadores acabaron preguntándose si esa actitud era o no un verdadero altruismo. Asimismo, y siempre según sostiene Ignacio Morgado:
Como los estudios con resonancia magnética funcional han mostrado que cuando los humanos tomamos decisiones altruistas pueden activarse zonas de nuestro cerebro como la corteza prefrontal o la amígdala, los investigadores italianos estudiaron también si algo parecido podía ocurrir en el cerebro de los ratones. Efectivamente, así fue, pues mediante modernas técnicas de registro observaron que las elecciones altruistas de los ratones se acompañaban de un aumento de la actividad de las neuronas de su amígdala basolateral, cosa que no ocurría cuando las elecciones eran egoístas.
Además, la supresión de esa actividad en la amígdala de los ratones mediante técnicas quimiogenéticas redujo las elecciones altruistas cuando los ratones estaban adquiriendo una preferencia, es decir, durante el tiempo de aprendizaje. Parecía, en definitiva, que el aumento de actividad de las neuronas de la amígdala podría ser el responsable del establecimiento de las preferencias altruistas de los ratones.
Si así fuera, ¿cómo esas neuronas lo consiguen?
Al parecer, actuando sobre la corteza cerebral, pues cuando los investigadores inhibieron la actividad de las neuronas que proyectan desde la amígdala a la corteza cerebral prelímbica de los ratones, cayeron las preferencias y disminuyeron las elecciones altruistas. En contraste, la inhibición de las neuronas contrarias, las que van de la corteza cerebral a la amígdala, incrementó el número de elecciones altruistas.
Finalmente, y a modo de conclusión, Morgado ultima que:
Muchos de los resultados obtenidos por los investigadores italianos son susceptibles de interpretaciones diversas y alternativas, pero si los extrapolamos a nosotros los humanos (con un cerebro también de mamífero, aunque más evolucionado que el de los ratones), dejan entrever al menos dos cosas importantes. Una es que todo comportamiento altruista (o aparentemente altruista) podría ocultar alguna gratificación o recompensa de carácter emocional (cuando somos generosos, nos sentimos mejores personas) o social (cuando los demás perciben nuestra generosidad, nos valoran más). La otra conclusión es que ese tipo de conducta resulta siempre, como era de esperar, de una interacción entre las regiones emocionales (amígdala) y las regiones racionales (corteza) del cerebro.
Nota
Morgado, I. 2023. ¿Existe el verdadero altruismo? Los secretos de la naturaleza para hacernos menos egoístas. El País. Agosto, 14.