Para amargarnos la vida nos bastamos con nosotras o nosotros mismos. Amargarse la vida tiene mucho que ver con la sublimación del pasado. Echamos de menos lo que vivimos, cómo vivimos o lo que tuvimos, y terminamos haciendo comparaciones. Hay a quien, los errores de ayer, particularmente aquello que no se ha acabado de aceptar, le persiguen y le carcomen el presente.
Darle vueltas a la cabeza, con lo que hicimos o dejamos de hacer es una práctica frecuente que puede acabar convirtiéndonos en esclavos de nuestros pensamientos. Cuando pasamos más tiempo pensando que viviendo podemos acabar perdiendo contacto con el presente. Amargarse la vida no es difícil. No hace falta que nadie nos eche una mano o nos empuje, para sentirnos desengañados e incluso resentidos con nosotros, somos capaces, particularmente, de desarrollar un estado de poca consciencia ante las amarguras que, paradójicamente, nos provoca poco cargo de conciencia.
Todos tenemos días malos. En diferentes ocasiones y ante distintas circunstancias, nuestra actitud es apesadumbrada. Incluso, podemos llegar a proyectar amargura en momentos en que supuestamente estamos felices. Sin embargo, hay personas cuya manera de vivir manifiesta una constante amargura por casi todo y durante una gran parte de su tiempo. Las atribuciones de las personas que manifiestan esta tendencia al sufrimiento y al victimismo son poco realistas, sus interpretaciones suelen estar alimentadas por una ansiedad anticipatoria. Tienen algo así como un locus maniático.
Sin saber por qué, o ignorando el por qué, la persona amargada siente, digamos, un cierto placer en su desdicha. Son personas que experimentan una mezcla compleja de emociones; entre las que resultan más difíciles de gestionar de manera más asertiva están la tristeza y la ira. Cuando alguien tiene dificultad para drenar y liberar este tipo de emocione y, por el contrario, las interioriza sobremanera, pueden acabar transformándose en resentimiento.
Las decepciones, los sentimientos de injusticia, la frustración de las expectativas, son el caldo en el que se cuece la amargura, las dificultades para asumir responsabilidades. Señalar a otras personas como culpables de sus desdichas es una estrategia de uso común, a través de ella justifican el coste de sus errores. Una estrategia, muchas veces iniciada inconscientemente en edades tempranas, que posteriormente acaba convirtiéndose en hábito.
Sin embargo, y a diferencia de lo que ocurre con los niños y su escaso desarrollo cognitivo y moral para entender la importancia de las responsabilidades, en la persona amargada esta conducta obedece mayormente a problemas, por un lado, de falta de autonomía personal, en los que se manifiesta gran dependencia de autoridad y miedo a las consecuencias, y por el otro a comportamientos narcisistas compensatorios de sentimientos de inferioridad.
La dificultad para aceptar errores en las personas que se victimizan a través de la amargura es fruto de su inseguridad y, también hay que decirlo claramente, de su falta de humildad. Equivocarse (y por ello culpan a otras personas) es un acto de imperfección y lo imperfecto es una herida que no toleran sus egos.
Algunas personas piensan que cometer un error les quita valía, o pone en entredicho sus capacidades o méritos. No entienden el error como un factor de aprendizaje. Por el contrario, viven con miedo la equivocación. Se muestran con poca autenticidad y falta de franqueza en sus relaciones. La estrategia de la persona amargada contiene, también, elementos de manipulación a través de la victimización cuya finalidad es poder, de alguna manera, controlar a otras personas.
Quien más y quien menos hemos pasado por periodos de nuestras vidas en las que nos ha venido extraordinariamente bien el consuelo y la compasión de las personas que nos quieren y aprecian. Suelen ser etapas transitorias que acabamos superando a través de la aceptación de la realidad y el afrontamiento de las contingencias que han influido en que lo pasáramos mal. Nuestro agradecimiento hacia esas personas afianza en los vínculos afectivos con ellas y en el bienestar recíproco. Quien se victimiza amargamente, hace de la necesidad de consuelo una constante, una exigencia. El cansancio de las personas a esta exigencia retroalimenta la conducta de «martirio» autoinfligido.
Saber por qué alguien se amarga la vida, comprender las razones que le llevan a una existencia cargada de malestar, es algo complicado de responder. Básicamente, como ya he indicado, la amargura es, con frecuencia, el resultado del enfado, la decepción o la tristeza, de una pobre gestión de estas emociones y de la presencia y prevalencia de sentimientos de inseguridad y de falta de confianza.
El síndrome de la amargura
Un síndrome es un conjunto de síntomas que caracterizan a una patología, a un trastorno o a una condición que se manifiesta en un sujeto y que puede tener o no causa conocida.
Podemos identificar los síntomas ansioso-depresivos de las personas amargadas, porque su aflicción, su disgusto, su pesadumbre y su melancolía se manifiestan en forma de ira, en la ausencia de serenidad. La queja y la crítica es la forma de expresión de su enojo con todo. Son personas volátiles y ofensivas, que tratan de compensar su baja autoestima haciendo sentir mal a otras personas. La amargura no solo es dañina para quien la experimenta, sino para todas aquellas personas que están más cerca. Uno de los síntomas más severos y difíciles de revertir en el síndrome de la amargura es desconectarse de la gente y no considerar los sentimientos de los demás.
Los diferentes síntomas que forman parte de este síndrome se reflejan tanto en la esfera física, como en la psicológica y en la emocional. A nivel psicosomático amargarse la vida produce cansancio y falta de energía, hipertensión, trastornos digestivos y cardiovasculares o insomnio. Psicológicamente, las afectaciones más frecuentes tienen que ver con la preocupación excesiva, el estrés, la ansiedad y la depresión (que definen más que ninguna otra cosa este síndrome), miedos y temores. Las dificultades y los desajustes emocionales provocan, principalmente, un sentimiento de desconexión con la vida.
Los pensamientos distorsionados y rumiantes que acompañan en casi todo momento al desarrollo de este síndrome denotan una afectación psicológica de carácter obsesivo, en la comparación y en la victimización. Esta afectación está en el origen de los trastornos del ánimo habituales en estas personas.
Una persona amargada no nace, se hace, y también se deshace
Los pensamientos y las conductas de quienes viven amargadamente no aparecen sin motivo alguno, ni lo traemos escrito en nuestro material genético. No nacemos amargados, sino que las experiencias vividas y la falta de aceptación y afrontamiento de la realidad, pueden llevar a una persona a desarrollar un carácter tremendista y, en consecuencia, a que estas mantengan actitudes tóxicas con el entorno.
Si has tomado consciencia de ti, y crees que eres una persona amargada y estás dispuesta a cambiar esas actitudes que tanto daño te hacen a ti y a quienes te rodean en tu vida, aquí te voy a dejar unas recomendaciones, como psicoterapeuta, que pueden servirte de ayuda para afrontar una vida con mayor bienestar emocional que, como toda persona, tú también mereces.
Recoge todos los pensamientos negativos que tienes en la cabeza sobre ti, analiza la forma en que te vienes percibiendo, lo que te genera malestar, lo que hace que en tu vida te resulta difícil de asimilar. Quizá sea tu aspecto físico, pobres relaciones afectivas, tu inseguridad personal, laboral, o cualquier otra cosa por el estilo. Estos pensamientos no son necesariamente la realidad y, cuando los hagas conscientes podrás ponerles remedio.
Observa cómo interactúas con tu entorno y si te provoca disfrute rebajar los ánimos o despreciar los sentimientos positivos de la gente que te rodea. Aun sin llegar a esos extremos, puedes estar causando un impacto malo en las personas que te importan. Si decides cambiar tu forma de ver las cosas, no lo hagas solo por ti, hazlo por ellos.
Busca el origen de cada cosa que te haga sentir mal, eso te dará pistas para ponerle una solución.
Tu objetivo es reconciliarte con tu entorno próximo, así pues, proponte ser más positivo para las personas que te rodean. Aprende a compartir su entusiasmo y haz que la felicidad de las personas que te importan sea parte de tu felicidad.