La comunidad internacional, todavía no encuentra la manera de detener la invasión rusa en Ucrania. La que aumenta y retrocede, para tomar nuevos impulsos, con matanzas de militares, civiles inocentes y destrucción de ciudades, vulnerando el sistema vigente. Todo lo que una guerra en pleno siglo XXI puede causar, no obstante, la abrumadora condena mundial, tímidas negociaciones, y múltiples iniciativas de paz. Sin resultados. Ha pasado a ser una noticia más, en la gran parte de los medios de comunicación, transformándose en algo indeseado, pero rutinario, y que a nadie extrañaría si se prolonga por largo tiempo, de casi tres meses que dura. Es el riesgo de pasar a integrar otra de aquellas guerras que se tornan habituales, repetitivas, e imposibles de predecir su evolución. Sucede con algunas en diferentes zonas del mundo, que subsisten, y que muy pocos podrían identificar con precisión. Lo preocupante y trascendente, sería que pasara a ser intrascendente.
Se ha hecho todo lo necesario, tampoco ha faltado decisión y voluntad. ¿O la acción rusa ha sido tan bien planificada que nada ni nadie es capaz de contenerla? Por cierto, que no es así. Pocas veces el mundo organizado ha estado más unido, resuelto en oponerse, y reaccionado con mayor determinación. Pero debemos hacer una distinción indispensable: el objetivo ruso es bélico, no solo contra Ucrania, sino contra cualquiera que lo confronte directamente, aunque muy pocos lo respalden y algunos no desean inmiscuirse. En cambio, el objetivo inmensamente mayoritario de los países, es contener a Putin, impedir sus logros, hacer que ponga fin a la agresión, y que pague por todo lo que ha provocado, aunque se tarde años, pero sin motivar una conflagración a gran escala al este de Europa, o de alcance mundial. Putin lo sabe, y juega con sus amenazas cada vez más explícitas, incluso nucleares, sin importarle su propia destrucción ni la de su pueblo. Una situación sumamente peligrosa, pues ya no se trata solo de detener a un invasor, sino alguien fuera de su propia realidad, y dispuesto a sacrificarse junto a todos los suyos, disponiendo de ellos. No es la primera vez que están en pugna la racionalidad y la irracionalidad. Y ocurre ahora.
Occidente ha puesto en marcha diversas acciones, desde las sanciones económicas, comerciales, financieras, bancarias, y tantas otras menos llamativas, pero que, en conjunto, han creado una barrera que, poco a poco, comienza a poner fin a la globalización de la que Rusia pudo usufructuar por más de veinte años. No son medidas de fácil implementación, ni producen efectos inmediatos, si bien, finalmente sus resultados le serán contrarios y sumamente perjudiciales, por largo tiempo. Es natural que en definitiva todo el mundo resulte afectado, ya lo estamos viviendo. Pero, en todo caso, comparativamente, el costo siempre será menor que una guerra mundial. Es la respuesta de los principales países europeos, y de muchos otros, a pesar de que la OTAN junto a Estados Unidos, tienen la capacidad de enfrentar a Rusia en el campo militar, se ha fortalecido, aumentado potencialmente sus miembros y su ayuda en armamentos, cada vez más pesados y sofisticados a Ucrania, junto a crecientes contribuciones monetarias. En el campo político y de prestigio, Zelesnky se ha engrandecido. En contraste, la figura de Putin, pese a sus desplantes, ha quedado dañada irreversiblemente. Si decide participar en el G20 en Bali (Indonesia) en noviembre, se podrá comprobar su real aceptación por quienes lo critican y sancionan.
No hay certezas ni menos informaciones fidedignas sobre las pérdidas económicas ni en vidas del bando ruso. Otro tanto de su equipamiento y cambios en sus objetivos militares. Seguramente son mucho más que los estimados o que se reconocen. No se saben, y menos una población desinformada y reprimida que accede solo a lo que el régimen permite. Luego de intentar el control total de Ucrania y su anexión, todo indica que solo han alcanzado zonas fronterizas con Rusia, y se han centrado en la región del Donbás, con sus repúblicas inventadas que nadie reconoce, priorizando el acceso a Crimea. Un objetivo menor al previsto al inicio de la invasión, y que atenta flagrantemente contra la integridad territorial ucraniana y su población, por lo que cualquier partición no será aceptada por el mundo, salvo por incondicionales. Por ahora, se procura desgastar a Rusia, que obtendría logros bastante limitados para definirlos como una gran victoria. Será un estigma adicional de Putin, que se creyó vencedor, y que soportará de por vida.
Por su parte, el sistema internacional y el derecho en que se fundamenta, también se han visto trastocados gravemente, y cunde la sensación de que han fracasado. Hasta el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres en su visita a Kiev, ha reconocido que el Consejo de Seguridad no ha podido cumplir con sus funciones. Es cierto, a mi parecer, pero solo parcialmente. El Consejo, por el veto ruso no ha podido ejercer su mandato principal de la Carta. Sin embargo, si examinamos este punto con mayor atención, y según la propia Carta, debió aplicarse el Capítulo VII: «Acción en caso de amenazas a la paz, quebrantamiento de la paz, o actos de agresión». El cual establece una serie de medidas progresivas de sanciones al infractor, que culminan con la posibilidad de ejercer:
Por medio de fuerzas aéreas, navales o terrestres, la acción que sea necesaria para mantener o restablecer la paz y seguridad internacionales. Tal acción podrá comprender demostraciones, bloqueos y otras operaciones ejecutadas por fuerzas aéreas, navales o terrestres de Miembros de las Naciones Unidas (Art. 42).
Es decir, una guerra de agresión ilegítima, se puede contener por otra guerra legítima, con las fuerzas armadas de las Naciones Unidas. ¿Podría aplicarse contra una potencia como Rusia, cumpliéndose fielmente el papel del Consejo de Seguridad? Desataría una guerra mundial, con posibles destrucciones nucleares. Afortunadamente no ha sido así, pese a los crímenes contra Ucrania, pues la imposición por fuerza de la paz, sería peor que la guerra actual.
No obstante, los órganos de las Naciones Unidas han actuado, dentro de sus competencias. Varias resoluciones de la Asamblea General han aplicado la «Unión Pro Paz» (Res. 377A - V) de 1950, por inmensas mayorías, condenando y aislando a Rusia, calificándola de «agresor» (Res. 3314 (XXIX) de 1974). El mismo Consejo de Seguridad convocó esos Períodos Extraordinarios de Sesiones, por decisiones procesales sin aplicar el «veto». Otras, también han rechazado iniciativas rusas. Sabemos que la Asamblea General, recientemente, adoptó sin votación, una Resolución (A/77/L 52), «acordando que su presidente convocará, dentro de 10 días, una Sesión de Emergencia para un debate cuando se emite un veto en el Consejo de Seguridad». Lo que es sumamente novedoso. En síntesis: la ONU está actuando. También muchos otros organismos del sistema, inclusive la Corte Internacional de Justicia y la Corte Penal Internacional, aunque tarden en imponer sus decisiones.
Ni Putin ni Rusia obtendrán sus objetivos. No se han materializado las acciones internacionales previstas, y tampoco detener la invasión, hasta el momento. Se está lejos de lo ideal, pero sin una guerra mayor todavía. Habrá que tener paciencia y constancia, porque a la postre, no triunfarán.