Justicia no es «dar a cada quien lo suyo», sino «dar más al que menos tiene».

(AMLO)

Recientemente, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), propuso un proyecto para combatir la pobreza, o más bien la desigualdad, a nivel mundial. Y lo presentó ante el órgano de Naciones Unidas encargado de mantener la paz, el Consejo de Seguridad, argumentando que no lo hacía desde un punto de vista militar sino humanístico, político y económico. Seguramente tenía presente que la MDA (Mutua Destrucción Asegurada) de las potencias nucleares hace cada vez más anacrónico e injustificable el inmenso dispendio en armas estratégicas a nivel mundial.

Hay quienes, con mentalidad tradicionalista y burocrática, criticaron su participación en la ONU al proponer un Plan Global para el Bienestar, señalando que no es en el Consejo de Seguridad, sino en ECOSOC, la Asamblea General u otros organismos donde podrían presentarse esas iniciativas. Como si no fuese un grave peligro, sino el mayor, para la paz en el mundo la polarización del ingreso y el incremento generalizado de la pobreza, lo cual se ha reconocido incluso en Davos, el BM y otras entidades y diversos liderazgos internacionales.

A las palabras se las lleva el viento, sí, pero cuando se convierten en hechos algo queda de ellas. Cuando se afirma que «la mejor política exterior es la política interior» lo que se pretende es no ser «candil de la calle y oscuridad de su casa». La autoridad de un líder político depende de su legitimidad, es decir de la congruencia entre los dichos y los hechos. Cuanto más sea consistente esa congruencia a lo largo de una trayectoria de vida pública y privada, y de gobierno, sin duda eso hará más sólida la credibilidad. Poco después de ir a New York, AMLO fue a Washington, donde reiteró sus iniciativas sobre el combate a la pobreza y a la corrupción ante dos mandatarios, Biden y Trudeau que, dicho sea de paso, ni de lejos pueden tener la autoridad, la formación intelectual, la experiencia y la visión de futuro que dan a López Obrador un liderazgo ético y político con mucha mayor potencia y proyección internacional. Fue este sin duda el que llevó la batuta y el que dio allí la nota principal e innovadora: invertir en Centroamérica para crear oportunidades, contener con empleos la migración e integrar económicamente a todas las Américas, y elaborar un plan de bienestar mundial.

Llama la atención que analistas políticos con cierta reputación pongan los ojos en detalles protocolarios y no en el significado de la comunicación sustantiva, verbal y corporal, de quien emite los mensajes. En este sentido es claro el ejemplo que acabamos de tener en la Cumbre de América del Norte, donde se ha señalado como una deficiencia de AMLO que no conozca el idioma inglés, mientras que nadie reprocha a Biden y Trudeau que no sepan hablar español. O bien que el mandatario mexicano se extienda en los parlamentos y que, además, recurra con frecuencia a referencias de hechos históricos que a algunos parecerán fuera de lugar. No obstante, en el diálogo tripartita que recién se produjo en Washington las diferencias entre los tres líderes políticos quedaron de manifiesto. Por un lado, las posiciones tradicionalistas de Biden y Trudeau, y por otro las nuevas visiones e iniciativas planteadas desde el Sur latino por el presidente mexicano. La real politik frente a la new social reality.

Cada uno defiende lo propio, pero ello no significa que a cada uno asista por igual la justicia y la razón. El pragmatismo suele chocar con el humanismo. «Cada quien para su santo», reza el dicho, solo que algunos se acercan más Dios que otros. Viejo asunto y viejo problema: la relación desigual entre presuntos pares que, en última instancia, solo se aproximan a lo justo cuando se logra «dar más al que menos tiene». ¿Por qué no además de priorizar el apoyo a los conciudadanos, invertir y promover el avance social entre los más pobres del mundo y, por tanto, entre los más necesitados y desfavorecidos cuyas vidas tienen, o debieran tener, el mismo valor que cualesquiera «otros» seres humanos?

Al hablar en la sesión que México presidía, AMLO llamó a la ONU a «despertar de su letargo» para enfrentrar la corrupción y desigualdad en el mundo, al tiempo que hizo la propuesta de un pobreza. Y puso de ejemplo el caso de México, en donde dijo que se han enfrentado los problemas que vive el país atendiendo las causas y dando oportunidades de desarrollo a través de los programas «Sembrando Vida» y «Jóvenes Construyendo el Futuro», los cuales propuso que se puedan promover e implementar a través de la ONU. Y en tono poco usual pasó a exponer crudas verdades, de las que se presentan las siguientes ideas principales:

No vengo hablar de seguridad como sinónimo de poderío militar ni como argumento para el empleo de la fuerza contra nadie; en cambio, mi planteamiento se basa en lo que postuló ese titán de las libertades, según Pablo Neruda, que fue el presidente Franklin Delano Roosevelt cuando se creó la Organización de las Naciones Unidas: el derecho a una vida libre de temores y miserias, que sigue siendo el más sólido fundamento de la seguridad para todas las sociedades y los Estados.

El principal obstáculo para el ejercicio de ese derecho es la corrupción en todas sus expresiones: los poderes trasnacionales, la opulencia y la frivolidad como formas de vida de las élites, el modelo neoliberal, que socializa pérdidas, privatiza ganancias y alienta el saqueo de los recursos naturales y de los bienes de los pueblos y naciones.

Es corrupción el que tribunales castiguen a quienes no tienen con qué comprar su inocencia y protejan a potentados y a grandes corporaciones empresariales que roban al erario o no pagan impuestos. Es corrupción la impunidad de quienes solapan y esconden fondos ilícitos en paraísos fiscales. Y es corrupción también la usura que practican accionistas y administradores de los llamados fondos buitres, sin perder siquiera su respetabilidad.

Sería hipócrita ignorar que el principal problema del planeta es la corrupción en todas sus dimensiones: la política, la moral, la económica, la legal, la fiscal y la financiera. Sería insensato omitir que la corrupción es la causa principal de la desigualdad, de la pobreza, de la frustración, de la violencia, de la migración y de graves conflictos sociales.

Estamos en decadencia porque nunca en la historia del mundo se había acumulado tanta riqueza en tan pocas manos mediante el influyentismo y a costa del sufrimiento de otras personas, privatizando lo que es de todos o lo que no debe tener dueño, adulterando las leyes para legalizar lo inmoral, desvirtuando valores sociales para hacer que lo abominable parezca negocio aceptable.

Veamos, por ejemplo, lo sucedido con la distribución de la vacuna contra el COVID-19. Mientras las farmacéuticas privadas han vendido el 94 por ciento de las vacunas, el mecanismo Covax, creado por la ONU para países pobres apenas ha distribuido el seis por ciento. Un doloroso y rotundo fracaso.

Este dato simple debiera llevarnos a admitir lo evidente: en el mundo actual la generosidad y el sentido de lo común están siendo desplazados por el egoísmo y la ambición privada. El espíritu de cooperación pierde terreno ante el afán de lucro y, con ello, nos deslizamos de la civilización a la barbarie y caminamos como enajenados, olvidando principios morales y dando la espalda a los dolores de la humanidad. Si no somos capaces de revertir estas tendencias mediante acciones concretas, no podremos resolver ninguno de los otros problemas que aquejan a los pueblos del mundo.

¿Qué estamos haciendo en México?

Hemos aplicado la fórmula de desterrar la corrupción y destinar al bienestar del pueblo todo el dinero liberado con el criterio de que, por el bien de todos, primero los pobres. Optar por los pobres implica, adicionalmente, asumir que la paz es fruto de la justicia y que ningún país puede ser viable si persisten y se incrementan la marginación y la miseria.

En México podríamos llevarnos tiempo pacificar el país, pero la fórmula más segura es atender el fondo, como lo estamos haciendo. Por ejemplo, otorgar a los jóvenes opciones de estudio y trabajo para evitar que sean enganchados por la delincuencia. La verdadera victoria sobre las bandas delictivas siempre consistirá en privarlas de su semillero y de su ejército de reserva.

Con este mismo criterio estamos enfrentando el fenómeno migratorio. Las acciones fundamentales no son las coercitivas, sino las que incorporan a todas las personas al estudio, al trabajo, a la salud y al bienestar en los lugares en los que nacieron o residen, de modo que no se vean obligadas a abandonar sus pueblos por hambre o violencia, y que únicamente emigren quienes deseen hacerlo, que la migración sea opcional y no forzosa, una decisión individual y no un fenómeno de proporciones demográficas.

Hace poco le expuse respetuosamente al presidente Biden una nueva forma de enfrentar el fenómeno migratorio, sin ignorar la necesidad de ordenar el flujo, de evitar el descontrol y la violencia, y garantizar los derechos humanos. Le propuse aplicar de inmediato en tres naciones hermanas dos programas que nosotros estamos llevando a cabo con éxito en Chiapas, estado vecino de Centroamérica.

Hoy estamos plantando ahí 200 mil hectáreas de árboles frutales y maderables, y ese programa da trabajo a 80 mil sembradores. Asimismo, en esa entidad del sureste mexicano trabajan como aprendices 30 mil jóvenes que reciben un salario mínimo para capacitarse en talleres, empresas y otras actividades productivas y sociales.

Si estas dos acciones se aplicaran de inmediato en Guatemala, Honduras y El Salvador, se podría lograr que permanezcan en sus países unas 330 mil personas que hoy están en riesgo de migrar por falta de trabajo. Pienso que estas propuestas deben ser aplicadas por la ONU a fin de ir al fondo de los problemas en los países pobres.

Es necesario que el más relevante organismo de la comunidad internacional despierte de su letargo y salga de la rutina, del formalismo; que se reforme y que denuncie, combata la corrupción en el mundo, que luche contra la desigualdad y el malestar social que cunden en el planeta con más decisión, profundidad, con más protagonismo, con más liderazgo.Nunca en la historia de esta organización se ha hecho algo realmente sustancial en beneficio de los pobres, pero nunca es tarde para hacer justicia. Hoy es tiempo de actuar contra la marginación atendiendo las causas y no solo las consecuencias.

A tono con esta idea, en los próximos días la representación de México propondrá a la Asamblea General de las Naciones Unidas un Plan Mundial de Fraternidad y Bienestar. El objetivo es garantizar el derecho a una vida digna a 750 millones de personas que sobreviven con menos de dos dólares diarios. La propuesta de México para establecer el Estado mundial de fraternidad y bienestar se puede financiar con un fondo procedente de al menos tres fuentes:

  1. El cobro de una contribución voluntaria anual del cuatro por ciento de sus fortunas a las mil personas más ricas del planeta.
  2. Una aportación similar por parte de las mil corporaciones privadas más importantes por su valor en el mercado mundial.
  3. Y una cooperación del 0.2 por ciento del PIB de cada uno de los países integrantes del Grupo de los 20.

De cumplirse esta meta de ingresos, el fondo podría disponer anualmente de alrededor de un billón de dólares. Los recursos de este fondo deben llegar a los beneficiarios de manera directa, sin intermediación alguna, mediante una tarjeta o un monedero electrónico personalizado.

El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional podrían colaborar en la creación de la estructura requerida y desde el año próximo hacer un censo de los más pobres del mundo y, una vez definida la población objetivo, en cada país comenzar a dispersar los recursos para el otorgamiento de pensiones a adultos mayores, a niñas y niños con discapacidad, becas a estudiantes, apoyos a sembradores y a jóvenes que trabajen como aprendices en actividades productivas, así como hacer llegar vacunas y medicamentos gratuitos.

No creo, lo digo con sinceridad, que alguno de los miembros permanentes de este Consejo de Seguridad se oponga a nuestra propuesta pues esta no se refiere a armas nucleares o invasiones militares, ni pone en riesgo la seguridad de ningún Estado; por el contrario, busca construir estabilidad y paz por medio de la solidaridad con quienes más necesitan de nuestro apoyo.

Estoy seguro de que todas y todos, ricos y pobres, donantes y beneficiarios, vamos a estar más tranquilos con nuestra conciencia y viviremos con mayor fortaleza moral. Y nunca olvidemos que es un deber colectivo de las naciones ofrecer a cada una de sus hijas e hijos el derecho a la alimentación, la salud, la educación, el trabajo, la seguridad social, el deporte y la recreación.

Cierro recordando a dos patriotas y libertadores de nuestra América: José María Morelos y Pavón, siervo de la nación mexicana, que hace poco más de dos siglos demandaba que se modere la indigencia y la opulencia; y casi al mismo tiempo, Simón Bolívar aseguraba que el sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política.

Es un honor estar con ustedes, miembros permanentes y no permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, que es lo más parecido a un gobierno mundial y que puede llegar a ser el organismo más eficaz para el combate a la corrupción y el más noble benefactor de los pobres y olvidados de la Tierra.

No han faltado, desde luego, quienes califican de «idealista» o «poco realista» el discurso del presidente mexicano. Así, pareciera no tomarse en cuenta que la dinámica de los ciclos económicos, ubicados y combinados en las coyunturas políticas de cada época, permiten corroborar que ya el auge del neoliberalismo global está llegando a su fin. Y son múltiples los datos y argumentos que así lo demuestran. Por solo mencionar algunos, recordemos que el gran hegemón liberal, EE. UU., pasó de representar en 1950 el 50% del PIB mundial y el 60% de la producción industrial a solo un 20 y un 25 % respectivamente al finalizar 1999; y en el año 2000 de 100 grandes corporaciones solo 23 eran de Estados Unidos y de Europa. Y esta tendencia se ha mantenido e inclusive se ha profundizado.

Es por ello por lo que un líder político del Sur, el presidente mexicano, no ha hecho sino corroborar la realidad de que en 2021 la globalidad neoliberal está agonizando o en trance de cambio para dar paso a opciones y alternativas aún impredecibles, pero seguramente orientadas a nuevas y probablemente más justas opciones de organización social a nivel planetario. Antes de convertirse en gusano tejedor de la seda, la crisálida tiene que madurar y romper su envoltura. En ese punto estamos. Por lo cual ya se anuncian en el Este y el Oeste, en el Norte y el Sur, los primeros rayos de un nuevo amanecer.