En el invierno de 1952, específicamente el 12 de diciembre, todo estaba preparado en el Instituto Carolingio sueco para proceder a la entrega del premio Nobel de medicina. Hacía cincuenta y un años que se había iniciado esta práctica, cuando el 10 de diciembre del año 1901, este ilustre premio fue entregado por vez primera al Dr. Von Behring, por su descubrimiento del suero contra la difteria, enfermedad que segaba la vida de centenares de miles de niños en todo el mundo, de manos del propio rey de Suecia. Ahora se le iba a dar a otro gran benefactor de la humanidad, que había encontrado el primer medicamento realmente efectivo contra una enfermedad que también causaba estragos en la humanidad, desde la más remota antigüedad: la tuberculosis. El rey de Noruega, en esta ocasión iba a ser la persona que entregaría el premio.
De hecho, la persona galardonada recibe tres tipos de premiaciones. En primer lugar, un diploma que es una verdadera obra de arte, creada por artistas y calígrafos suecos y noruegos. Una medalla de oro de 18 kilates de oro, elaborada a mano por verdaderos expertos en la materia, caracterizados por una cuidadosa precisión. Y, por último, un documento legal que estipula la entrega del monto otorgado al ganador.
El premiado en ese momento de 1952 era un hombre de sesenta y cuatro años, de pelo semicanoso, de amplias entradas a ambos lados de su cabeza, con rostro adusto enmarcado en un grueso bigote marrón, con grandes ojos protegidos por unos lentes redondos bastante llamativos. Al recibir el galardón, dio un breve discurso, quizás el más corto que algún premiado con el Nobel haya dado y con una sonrisa agradeció, acompañándola con una leve inclinación al soberano. Se retiró a sentarse en su silla, recordando en un breve chispazo que cruzó su mente, su vida que lo había llevado desde una aldea ucraniana en Priluka, cercana a Kiev, en donde había nacido un 22 de julio de 1888, siendo el hijo de Jacob Waksman, que había sido soldado y luego un afortunado terrateniente, y de Fradia London, una mujer que se dedicó al negocio textil. Creció como hijo único ya que una hermana menor falleció siendo muy niña. Se trataba, en suma, de un matrimonio judío exitoso en lo económico, trabajador y muy piadoso, especialmente su madre que le trasmitió tales sentimientos al niño. Se dice que este a muy poca edad, era capaz de recitar en hebreo de memoria la biblia. Y ahora él, después de tantos años le había tocado llegar hasta ese momento de triunfo máximo científico. Pero el camino había sido largo y nada fácil.
Recordó brevemente sus inicios de educación primaria, especialmente a cargo de tutores privados, teniendo que completar sus estudios lejos del hogar, en Odesa. A los doce años de edad, obtuvo su diploma y, encontrando muchas dificultades para seguir estudios superiores, que en la Rusia zarista eran usuales en contra de los judíos, e incluso habiendo fracasado en su intento de ingresar a la universidad de Berlín, muy pronto, sus padres lo enviaron a los Estados Unidos. En 1911, entró al colegio de Rutgers con la ayuda de una beca que había ganado meses atrás. Cuatro años después, demostrando mucha capacidad para los estudios, se graduó de bachiller en ciencias de la agricultura. Conoció en ese entonces e hizo amistad con el Dr. Lipman, quien trabajaba en la estación experimental agrícola, siendo esta la persona la que le consiguió un cargo de investigador asistente de bacteriología de suelos, permitiéndosele continuar sus estudios en Rutgers, hasta obtener la maestría.
Su vida en el nuevo país ya estaba asegurada y muy pronto se hizo ciudadano norteamericano. Selman Abraham Waksman, al recibir el premio Nobel de medicina, sintió una enorme satisfacción y pensó que todo el enorme esfuerzo que le costó hasta llegar a ese momento crucial de su existencia, había valido la pena. Y un orgullo que llegaba hasta el infinito, cuando el rey le dijo muy ceremoniosamente: «lo consideramos uno de los grandes benefactores de la humanidad».
Los primeros años
Waksman siguió estudiando y al conseguir un nombramiento en la universidad de California como profesor asociado, obtuvo su doctorado en bioquímica en 1918. Había llegado a la cumbre académica y le tocaba obtener más logros.
Al regresar a Rutgers, fue nombrado profesor asociado en 1925 y profesor en 1930. Al organizarse el departamento de microbiología en 1940, se convirtió en profesor de la materia y jefe del departamento. En 1949, fue nombrado director del Instituto de Microbiología.
Durante sus primeros veinte años de vida profesional, se dedicó al estudio de la bacteriología agrícola, «siendo considerado para la época un referente por sus múltiples aportes en la investigación sobre la composición del suelo, los microorganismos y sus efectos sobre el cultivo de plantas y cría de animales» (Cerón-Hernández E., Arbeláez-Quintero). Publicó varios libros, entre ellos, Soil Microbiology (1924), Principles of Soil Microbiology (1927), The Soil and the Microbe (1931) y Humus (1936), los cuales cimentaron su fama obteniendo así, recursos, prestigio y reconocimiento, suficiente para disponer de su propio laboratorio universitario, al que acudieron muchos investigadores que contribuirían a descubrimientos de mucho valor, que acrecentaron su ya lograda fama.
Al conocer que en Inglaterra Fleming había descubierto la penicilina, a partir del hongo Penicillinum notatum, Waksman encaminó sus pasos científicos a la búsqueda de nuevos antibióticos. En febrero de 1944, uno de sus jóvenes ayudantes, el Dr. Albert Schatz, aisló la estreptomicina a partir del Actinomyces griseus (ahora llamado Streptomyces griseus). Este antibiótico al cual se le dio el nombre de estreptomicina muy prontamente demostró tener un efecto letal contra las bacterias gran negativas y muy en especial, en contra del agente causal de la tuberculosis, enfermedad que, a través de los siglos, se había convertido en una de las principales segadoras de vidas humanas y para la cual, no se disponía de tratamiento efectivo alguno. Acto seguido, Waksman se puso en contacto con investigadores de la Clínica Mayo en Rochester (EE. UU.), quienes mediante pruebas en animales de experimentación y luego con seres humanos, demostraron la efectividad del antibiótico y, por el momento, la ausencia de efectos colaterales.
Legado científico
Es realmente impresionante la obra científica que aportó Waksman. Con sus estudiantes, aisló innumerables antibióticos (de hecho, él fue quien inventó tal nombre), entre los que se mencionan la actinomicina, la estreptomicina, la clavacina, la griseína, la neomicina, la candicidina y otros muchos más.
En vida, publicó más de cuatrocientos artículos científicos y solo él, o con la colaboración de otros autores publicó 18 libros. Fue nombrado profesor honorario de muchas universidades europeas y de América, así como miembros de numerosas asociaciones científicas.
Gran parte de las regalías que recibió por el descubrimiento de la estreptomicina y de la neomicina, las otorgó al Instituto de Microbiología de la universidad de Rutgers y de la Fundación para la Microbiología que tanto él como su esposa fundaron.
Honores
Fueron muchos los premios que en vida recibió Selman Waksman, entre ellos, Miembro en 1948 de la Academia de Ciencias de Norteamérica; Premio Albert Lasker en 1948; Caballero de la Legión de Honor de Francia, 1950; Medalla Leeuwnhoeck que cada diez años se otorga por mayor contribución a la microbiología, 1950; Premio Nobel de medicina, 1952.
Aspectos personales
A la edad de 28 años, casó con Deborah Mitnik, a quien conocía desde los primeros años vividos en Rusia y quien antes que él, había emigrado a los Estados Unidos. Ella fue una artista y cantante muy talentosa. Tuvieron un hijo, Byron Halsted Waksman, el cual llegó a ser profesor de inmunología de la universidad de Yale.
Se retiró de trabajar en su laboratorio a la edad de 70 años, pero continuó escribiendo y dando conferencias por mucho tiempo más. Falleció a los 85 años, el 16 de agosto de 1973, en Woods Hole, Massachusetts. Le sobrevivieron su esposa, hijo y nietos.
Albert Schatz
La historia de Selman Abraham Waksman no puede escribirse sin dejar de mencionar la figuración que tuvo en ella, Albert Schatz, científico estadounidense nacido en 1920, de padre judío y madre inglesa, muy pobres ambos, quien con grandes esfuerzos se graduó en agricultura en 1939 y luego en microbiología de suelos, llegando a ser alumno de Waksman mientras realizaba su doctorado en Rutgers.
Para llevar a cabo su trabajo, a Schatz se le asignó una lóbrega sala en el sótano del departamento de suelos, asignándosele como tarea trabajar con actinobacterias que viven en la tierra, siendo precisamente una de ellas, la actinomicina, de acción bactericida, el primer antibiótico aislado por Waksman en 1940 (Pérez Schael, I.).Luego de unos meses de servicio militar en Florida, fue dado de baja por problemas de salud y regresó al laboratorio de Rutgers, en esta ocasión, buscando material del suelo que pudiera inhibir el crecimiento del agente causal de la tuberculosis. De esa manera, necesitó manipular cepas muy virulentas del Mycobacterium tuberculosis, razón por la cual Waksman, temeroso de contagiarse, nunca lo visitó en su sala de trabajo. Muy pronto, al realizar el experimento número once, Schatz encontró lo que buscaba, dos cepas de Actinomyces griseus productoras de estreptomicina, una de ellas proveniente del suelo y otra de la garganta de un pollo que le había sido suministrada por una compañera de trabajo, ambas con una acción indudable contra el M. tuberculosis. Al conocer Waksman el hallazgo tomó en sus manos la situación y se encargó de coordinar los pasos a seguir. Vinieron a continuación, las pruebas en animales y luego en humanos, para demostrar la efectividad del producto y su incapacidad de producir daños importantes.
En 1944, el laboratorio Merck desarrolló ensayos clínicos a gran escala que determinaron sin lugar a dudas, que la estreptomicina era muy efectiva contra varios patógenos resistentes a la penicilina, como la tuberculosis, el cólera, la peste bubónica y la fiebre tifoidea. El laboratorio construyó un complejo para producir la estreptomicina y el Dr. Waksman comenzó a visitar diferentes ciudades, dando conferencias en centros hospitalarios, universidades y medios de comunicación para anunciar el nuevo gran descubrimiento. También se enviaron a revistas científicas reputadas artículos relacionados con la estreptomicina en los que figuraba el Dr. Schatz como coautor. Pero dada la enorme reputación del Dr. Waksman y al ser el director del laboratorio de Rutgers, rápidamente el descubrimiento del antibiótico le fue atribuido a su autoría. Por otra parte, tampoco él, hizo algo por aclarar la verdad.
Cuando Schatz se enteró de la situación, hizo lo posible para que su sombre apareciera como el del verdadero descubridor del antibiótico, pero le fue imposible revertir la situación. Más bien el entorno se volvió contra él y decidió abandonar la universidad. El problema se complicó cuando se enteró de que Waksman cobró gananciales por su descubrimiento y decide entablar juicio contra la universidad y contra Waksman. Para evitar mayor escándalo, las partes deciden llegar a un acuerdo mediante el cual se le reconoce la coautoría del descubrimiento a Schatz y el pago de un porcentaje de los derechos de autor (la mitad de los mismos fueron a parar a manos del abogado).
Sin embargo, el perdedor del conflicto fue el Dr. Schatz, cuyo prestigio quedó por el suelo por atacar a una eminencia reconocida en su país y en el mundo, cerrándosele las puertas de trabajo en las universidades estadounidenses. La situación se complicó aún más, cuando en 1952 se le concede el premio Nobel de medicina a Waksman y ni siquiera se menciona su nombre como coautor del brillante descubrimiento de la estreptomicina. El comité del Nobel ignora su reclamo y el de algunas poquísimas personalidades que lo apoyaron en su momento. Lleno de despecho y frustración, Schatz emigra con su esposa a Chile en donde, por algunos años, ejerce su profesión en una universidad, mientras ella se encarga de una escuela norteamericana.
Con los años, la verdad se abre paso y se repara en parte la injusticia cometida contra el científico norteamericano. El primero en reivindicarlo públicamente fue el inglés Milton Wainwright en 1991. Dos años después, el mismo Schatz escribe «La verdadera historia del descubrimiento de la estreptomicina» y en 1994, cuando precisamente se está celebrando el cincuentenario del descubrimiento de ese medicamento, la universidad de Rutgers reconoce su error y le otorga el máximo premio académico que da esa institución. Sin embargo, el puntillazo a su reivindicación lo da el periodista Peter Pringle, cuando descubre en los archivos de la universidad de Rutgers, el original de la descripción del experimento número once hecho por Schatz, en donde se detallan los pormenores del descubrimiento de la estreptomicina.
Los últimos años de su vida los dedicó a revelar la verdad de su gran hallazgo e incluso llega a escribir un libro biográfico con la colaboración de Inge Auerbacher, una judía sobreviviente del holocausto. El texto salió publicado en el 2006, un año después de la muerte del atormentado descubridor de la estreptomicina, acaecida el 17 de enero del 2005. El nombre del mismo: Buscando al Dr. Schatz.
Diversos científicos están de acuerdo en que Waksman, por sus múltiples méritos en el campo de la investigación, especialmente en cuanto al descubrimiento de los antibióticos, merecía el premio Nobel de medicina, pero debió haberlo compartido con el Dr. Albert Schatz, y la Academia sueca debió haber escuchado las voces que pedían que el premio fuese compartido.
Notas
Cerón-Hernández E., Arbeláez-Quintero I. Grandes aportes a la medicina: Revisión de los premios Nobel de Medicina dedicados a la invención farmacológica. Salutem Scientia Spiritus. 2020; 6(2):32-43.
Famous Scientists. The art of genius. Selman Waksman.
Mistiaen, V. (2002). Time, and great healer. The Guardian.
Nobelprize.org. The Nobel Prize in Physiology or Medicine 1952: Selman A. Waksman.
Pérez Schael, I. La triste historia del descubrimiento de la estreptomicina. Historia de la medicina. Mirador Salud.