La rabia y el dolor se abren paso estos días en Líbano, miles de personas han salido a la calle en Beirut tras un año de las explosiones que devastaron la ciudad y causaron cientos de muertos. El gobierno almacenaba toneladas de nitrato de amonio, un fertilizante altamente inflamable, sin condiciones de seguridad y sin hacer nada por prevenir la tragedia. Las investigaciones han revelado que el nitrato de amonio se almacenaba en la nave portuaria desde 2014 y que funcionarios de diverso nivel de responsabilidad sabían de su presencia, pero nada se hizo. El entonces primer ministro, Hasan Diab, dimitió admitiendo que «la corrupción es más grande que el Estado». Desde entonces el ejecutivo se ha mantenido en funciones, porque los dos intentos para formar nuevo gabinete han sido negativos. Ahora, el encargado de formar gobierno es el «mago» Najib Mikati. Un personaje bastante rico, con permiso de Saad Hariri, según la revista Forbes que estima su fortuna en 2,700 millones de dólares. Con algunos tentáculos en Europa, América y África, nuestro Mikati se ha forjado en la construcción y la telefonía, tiene inversiones en tecnología financiera y en los sectores de transporte e hidrocarburos.
Conclusión, si depende de la magia del primer ministro, Líbano tardará en encontrar ejecutivo un tiempecito. ¿He mencionado que Mikati es amigo personal del presidente sirio Bashar Asad? Además, se considera, asimismo, próximo a Hezbolá, milicia-partido chií prosiria y proiraní que se ha convertido en un Estado dentro del Estado libanés. Najib Mikati encarna esa oligarquía que nada en la opulencia y el nepotismo, aunque vaya, tampoco hay que irse al desierto para encontrarse con esto, aquí en España tenemos los nuestros.
El problema en sí, no es Líbano, o que sea vecino de Siria, el papel de bailar con la más fea le ha costado a Beirut la fama de no tener identidad, de no tener fronteras y ser el satélite de Bashar Asad. El Parlamento libanés se compone de más de una decena de confesiones religiosas, lo que supone un problema para configurar un Estado democrático.
Desde la independencia del país, quedó pactado que el presidente sería siempre maronita, el primer ministro suní y el presidente del Parlamento profesaría el chiismo. Esto se traduce en un inmovilismo político reorientado a un sistema de alianzas fijas entre los grupos más tradicionales, siempre bajo el mecenazgo de actores antagónicos como Arabia Saudí o Irán.
En el Líbano, por un lado, está el bloque del 8 de marzo, alianza de aquellos grupos a favor de permanecer en la órbita de Bashar al Asad, mientras que la agrupación 14 de marzo congrega los que detestan la influencia siria. El primer bloque lo configuran los partidos chiitas —Amal y Hezbolá— y algunos de tendencia maronita. Por su parte, el bloque 14 de marzo está constituido por el partido suní Movimiento Futuro, y otros partidos como el Nacional Liberal de Dory Chamoun. Si se está en la orbita de Siria se está en la de Irán, Rusia y Turquía, lo que también significa estar contra Israel, Arabia Saudí y países occidentales como EE. UU., Francia o Gran Bretaña.
Rusia es el gran aliado de Bashar y lleva más de cinco años en Siria; entró con el objetivo de combatir la organización terrorista Estado Islámico. Inicialmente, solo la Fuerza Aérea debía apoyar al ejército sirio, pero Putin a día de hoy ha alcanzado su rol de liderazgo en Oriente Medio. La dependencia de Damasco respecto a Irán no es menor, Teherán proporciona tropas e inteligencia militar, prestamos y fondos, además gestiona las relaciones comerciales. Turquía por su parte, ocupa militarmente la zona fronteriza de las milicias Kurdas. La cooperación entre Rusia, Irán y Turquía conforma un triunvirato que está lejos de convertirse en alianza. Son relaciones asimétricas y no existe confianza entre ellos, por no hablar de la dependencia energética de Turquía respecto a Rusia; sin la bendición de Moscú los turcos no pueden actuar libremente.
En este juego bélico y geopolítico, Líbano vive huérfano, es un campo de entrenamiento militar que sirve a diferentes intereses, que además soporta, desde principios de agosto, una nueva escalada con Israel. Las hostilidades parten del lanzamiento de una decena de cohetes, reivindicado por Hezbolá, en territorios disputados en la región de la meseta del Golán, ocupada por Israel desde 1967, en respuesta a ataques aéreos israelíes en el sur de Líbano. La aviación israelí bombardea de manera regular presuntas posiciones del movimiento islamita palestino Hamás en la Franja de Gaza y también lleva adelante operaciones en la vecina Siria, donde ataca elementos proiraníes.
Beirut se enfrenta a una triple crisis, social, económica y política, sin gobierno en plenitud y hundido en una de las peores recesiones desde 1850 según el Banco Mundial. Líbano, diez años después de la Primavera Árabe, con miles de muertos, es menos libre y está en lamentables condiciones. Las protestas populares y pacíficas consiguieron derrocar a los dictadores de Túnez, Egipto, Libia y Yemen. Solo en Túnez existe una democracia incipiente. La elección de un presidente islamista en Egipto, Mohamed Morsi, fue respondida con un golpe militar que ha aumentado la represión. Libia y Yemen se sumieron en sendas guerras civiles, al igual que ha sucedido en Siria. Todos son países destruidos con millones de personas desplazadas de sus hogares, y son incontables los muertos. Aún así, Líbano se echa a la calle para protestar, para desafiar al orden político, y suplicar una transición democrática.
Experimentar con el aguante del pueblo libanés, es indecente, se responde a las demandas de tipo económico y político con medidas de represión y mano dura. No solo por parte de los que dirigen el país, desde el exterior se sigue favoreciendo de forma descarada el modelo de estabilidad basado en el autoritarismo y la supresión de libertades antes de experimentar con cualquier sistema alternativo. Las petromonarquías, compran voluntades y la paz social con los beneficios de los hidrocarburos, apuestan por suprimir las libertades políticas y por ser más represivos que hace diez años cuando comenzó la Primavera Árabe.
¿Es incompatible la democracia con la cultura árabe?