Nadie pone en duda que el cambio climático ha llegado para quedarse, incluso más rápidamente y con más fuerza de la que quizás se esperaba.
El calentamiento global ha seguido avanzando implacablemente, sobre todo a lo largo de las primeras décadas del siglo XXI. Unas décadas que, desgraciadamente, se han desperdiciado en la lucha multilateral contra el cambio climático, sumidos en demasiadas negociaciones fracasadas, dejando que las emisiones globales siguieran aumentando de forma desbocada, sin realizar unos esfuerzos de mitigación que, de haberse hecho, no estaríamos en el horizonte de no retorno en el que hoy ya prácticamente nos encontramos.
Las políticas de mitigación que deberían haber sido y ser obligadas y prioritarias son difíciles de asumir y aún más de implementar. En gran parte, esto es debido a las inercias de un mundo capitalista en el que la economía «debe» crecer y crecer. Inercias a las que están sometidas las estructuras político-económico-energéticas de la mayoría de los estados. De ahí, tanta negociación política infructuosa y tan poca implementación de lo que finalmente (a veces tarde y mal) se ha ido aprobando.
Desde siempre, además de mitigar, se ha hablado de la necesidad de adaptarse al cambio climático. Pero adaptarse supone saber a qué debe uno adaptarse realmente y, en el tema del cambio climático, tenemos ya algunas pistas claras de lo que sucede y sucederá, pero no tanto del cuán rápido y con qué características adicionales, inciertas y sorpresivas se irá produciendo. Es decir, adaptarse supone anticiparse, pero es necesario saber a qué y cómo.
A día de hoy, parece bastante claro que algunos cambios se irán produciendo de forma más o menos lenta, continuada y permanente: estamos hablando aquí del aumento de la temperatura (1.2 oC ya en 2020; 1.5 oC quizás en unos cinco años más); de la descongelación de las masas glaciales polares y de la consiguiente subida de los niveles de las aguas de mares y océanos en relación con sus costas; del aumento de superficie de las zonas desérticas, etc. Tradicionalmente, cuando hablábamos de adaptación, hablábamos de adaptarnos a este tipo de fenomenologías, es decir, a las que van evolucionando de forma lenta y, por lo tanto, más o menos previsible. Pero, en la actualidad, una nueva acepción de la adaptación está emergiendo ligada al aumento de la frecuencia de fenómenos meteorológicos extremos que ya se están manifestando de forma discontinua, abrupta y cada vez más intensa. Auténticos desastres naturales, poco predecibles y a los que será mucho más difícil adaptarse.
En este contexto se han generado nuevos conceptos: los riesgos, sus incertidumbres, la gestión de dichos riesgos, la vulnerabilidad, las pérdidas y los daños, etc. En función de los niveles de incertidumbre que seamos capaces de manejar (prever o gestionar) tendremos capacidad de anticiparnos. Será entonces cuando la adaptación, en su acepción tradicional, será posible. Pero, en muchas otras ocasiones, solo podremos actuar y «adaptarnos» a los daños y pérdidas ya producidos. En el lenguaje de la Convención Climática y, también del Acuerdo de París, se ha acuñado en relación con esta última acepción de la adaptación el término: Loss and Damage (pérdidas y daños). En definitiva, ante los fenómenos meteorológicos extremos que están apareciendo cada vez con más frecuencia e intensidad, es imprescindible hablar de pérdidas y de reparación de daños. En este caso, los procesos de adaptación necesarios que estos fenómenos extremos conllevarán son de unas características completamente distintas a las del concepto tradicional de adaptación. Y es preciso mencionar que tampoco sabemos hasta qué punto reparar daños y compensar las pérdidas va a ser posible.
Pero todo es más complejo aún. Las condiciones en las que los países llegan al presente estadio de eclosión del cambio climático no son las mismas y su capacidad de adaptación es muy desigual. Muchos de los países que habían empezado dinámicas de desarrollo las ven truncadas por frecuentes fenomenologías climáticas extremas. En este sentido, la adaptación en todas sus acepciones debe formar parte de la agenda 2030 del desarrollo humano sostenible. Si nos creemos realmente aquello de que «nadie debe quedarse atrás», entonces tiene que quedar muy claro que la lucha contra el cambio climático (mitigando, adaptándose, etc.) no puede saldarse introduciendo aún más injusticia en la historia y, por lo tanto, impidiendo el desarrollo humano sostenible allí donde es realmente imprescindible y donde, a nivel de desarrollo, está casi todo por hacer.
En este artículo abordaremos dos cuestiones que creemos clave. La primera es la dicotomía entre adaptación y mitigación. La segunda la adaptación a los desastres, a los daños y la compensación por las pérdidas.
La mitigación frente a la adaptación. Las repercusiones de centrarnos en la adaptación y dar por «perdida o imposible» la mitigación
Los compromisos que hasta ahora los Países han puesto sobre la mesa, nos sitúan en 2030 muy lejos de los objetivos de estabilización de temperatura del Acuerdo de París. La comunidad científica nos dice que, en este contexto, es muy probable que el aumento de la temperatura media global en la superficie del planeta esté por encima de los 3.2 oC y llegue incluso a los 4.5 oC, situando a la totalidad de los ecosistemas del planeta en unas condiciones nunca registradas a lo largo del Holoceno que, recordemos que es el periodo geológico en el que se ha desarrollado nuestra especie.
La situación es extremadamente preocupante y, en consecuencia, debemos imaginar un futuro en que la adaptación a los efectos adversos del cambio climático será imprescindible. Pero esta adaptación deberá hacerse paralelamente a unas políticas de mitigación muy ambiciosas, porque, de no ser así, la problemática climática empeorará, realimentándose negativamente.
A modo de ejemplo, podríamos hacer un ejercicio simplista de optimismo tecnológico y pensar que, si la temperatura sube, con un buen aire acondicionado ya nos adaptaremos. Mucho cuidado, porqué si esta política de adaptación no va acompañada de la mitigación que transforme radicalmente un modelo energético basado en combustibles fósiles, el consumo de los equipos de aire acondicionado que en muchas latitudes pronto serán imprescindibles, provocará un aumento de las emisiones que, a su vez, empeorará la problemática climática. En otras palabras, la adaptación sin una mitigación muy ambiciosa nos conduce a un bucle sin fin de aumento del calentamiento global, aumento de sus impactos y a una mayor necesidad de adaptación.
Llegados a este punto también debemos hacer las siguientes reflexiones (ligadas a las del principio del artículo):
El cambio climático ya está haciendo estragos: huracanes que literalmente barren extensas zonas de los países de Centroamérica, olas de calor sin precedentes en los veranos de Siberia, incendios forestales fuera de control en Australia y en la costa este de los EE. UU., sequías y hambrunas en el Cuerno de África… Impactos que provocan más pobreza, muertes y desolación. Cada día que pasa se está constatando que no hay adaptación posible ante estos impactos, y que las comunidades más vulnerables son aquellas que más los están sufriendo.
Según la FAO, la Organización para la Agricultura y la Alimentación de Naciones Unidas, la creciente frecuencia e intensidad de los desastres, junto con la naturaleza sistémica del riesgo, están poniendo en peligro todo nuestro sistema alimentario. Actualmente la agricultura debe hacer frente a una enorme variedad de riesgos que interactúan en un mundo hiperconectado y en un paisaje natural que cambia precipitadamente. Dedicaremos nuestro próximo artículo al tema de la agricultura y el hambre en el mundo. Sin lugar a dudas, este es el otro gran desafío de la humanidad del siglo XXI que, además, también se realimenta negativamente con el del cambio climático.
Abandonar la vía de la mitigación en pro de la adaptación aboca la humanidad a una «economía de la reconstrucción». Economía que proporcionará ingentes beneficios a grandes empresas que seguirán con su business as usual. Economía que a medida que la temperatura vaya subiendo, solo estará al alcance de aquellos países más ricos, y al servicio del mantenimiento del estilo de vida de una minoría cada vez más reducida de la población humana. Es una ingenuidad pensar que los nueve mil millones de personas que en 2050 habitarán la Tierra, estarán en las mismas condiciones de adaptarse al cambio climático. Y más aún, cuando, por poner un ejemplo, en una ciudad del norte rico global como es Sevilla ya hay familias que sufren pobreza energética y que sencillamente, no pueden permitirse el coste de un sencillo equipo de aire acondicionado.
Muy resumidamente, la adaptación, sin una mitigación ambiciosa, no es una opción para el conjunto de la humanidad. Es solo un parche que quedará al servicio de unas minorías que irán haciendo acopio de una fracción cada vez mayor de recursos públicos. Recursos que deberían estar al servicio de: la educación, la sanidad, la justicia, la erradicación de la pobreza y del hambre, el bienestar de las comunidades, etc. y que, si no reaccionamos, estarán al servicio de la reconstrucción, para solamente unos pocos, de aquello que podríamos haber evitado destruir.
Los desastres, los daños y la compensación por las pérdidas en la agenda mundial contra el cambio climático
El Artículo 8 del acuerdo de París sitúa la problemática en, seguramente, sus justos términos. Citemos textualmente alguna parte de su articulado:
8.1- Las Partes reconocen la importancia de evitar, reducir al mínimo y afrontar las pérdidas y los daños relacionados con los efectos adversos del cambio climático, incluidos los fenómenos meteorológicos extremos y los fenómenos de evolución lenta, y la contribución del desarrollo sostenible a la reducción del riesgo de pérdidas y daños.
8.3- Las Partes deberían reforzar la comprensión, las medidas y el apoyo, de manera cooperativa y facilitativa, entre otras cosas a través del Mecanismo Internacional de Varsovia, cuando corresponda, con respecto a las pérdidas y los daños relacionados con los efectos adversos del cambio climático.
8.4- … las esferas en las que se debería actuar… podrán incluir: a) los sistemas de alerta temprana; b) la preparación para situaciones de emergencia; c) los fenómenos de evolución lenta; d) los fenómenos que puedan producir pérdidas y daños permanentes e irreversibles; e) la evaluación y gestión integral del riesgo; f) los servicios de seguros de riesgos, la mancomunación del riesgo climático y otras soluciones en el ámbito de los seguros; g) las pérdidas no económicas; y h) la resiliencia de las comunidades, los medios de vida y los ecosistemas.
Es preciso insistir, como ya se ha dicho, que cada vez es mayor la evidencia científica del papel que juega el cambio climático en relación con algunos desastres naturales. Como resultado de ello, existe un consenso en que los daños y pérdidas constituyen una cuestión que debe abordarse urgentemente dentro de la agenda del cambio climático, y para ello ya se han asentado algunos cimientos.
En el contexto de las negociaciones internacionales sobre el cambio climático, las políticas sobre Loss and Damage (LD) están guiadas por el «Mecanismo Internacional de Varsovia» (WIM). El WIM utiliza el LD en referencia a las dos realidades, ya citadas, de eventos extremos (como ciclones, inundaciones, olas de calor, sequías…) y de eventos de aparición lenta (como el aumento del nivel del mar, la retirada glacial, la desertificación…). También comentar que el LD recogido del WIM incluye explícitamente tanto los aspectos económicos como las pérdidas no económicas.
Existen algunas ambigüedades en torno al LD que, en gran medida, se deben a reticencias de los países desarrollados a llegar a reconocer la responsabilidad que tienen sobre determinados impactos del cambio climático. El reconocimiento de tal responsabilidad podría dar lugar a posibles reclamaciones de indemnización. De hecho, dicha responsabilidad se podría incluso vincular a las débiles políticas de mitigación de los países desarrollados en las últimas décadas. Pese que a menudo hay discusiones sobre LD entrelazadas con las de financiación climática en sus diversas vertientes, el Acuerdo de París no dice nada sobre compensaciones económicas.
Sin embargo, sí hay acuerdo en el marco del WIM respecto a que debería promoverse una gestión integral del riesgo a corto y medio plazo, incluidos: evaluación del riesgo, reducción del riesgo, y transferencia y retención de riesgos. Estos temas están aún en fase de formulación rigurosa y desarrollo. Lógicamente, deberían encaminarse con una mirada muy clara hacia la evaluación, para minimizar e intentar evitar los riesgos de los impactos del cambio climático, y también para poder evaluar la eficacia de las diversas medidas que se puedan emprender para hacerles frente.
En relación con este camino, nada fácil de andar, pero muy necesario, se trata de intentar comprender la complejidad de eventos climáticos extremos, como requisito previo para evaluar los riesgos y desarrollar políticas y estrategias de adaptación al cambio climático. Deberá tenerse en cuenta que se pueden producir fenómenos extremos que sean, de hecho, interacciones compuestas entre la variabilidad climática natural y la inducida por el cambio climático antropogénico. Desde hace mucho tiempo se sabe que el cambio climático incluye variaciones en la frecuencia, intensidad, extensión espacial, duración y tiempo de eventos meteorológicos extremos y desastres. Sin embargo, determinar hasta qué punto las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero aumentan la probabilidad de un determinado evento extremo sigue siendo extremadamente difícil.
A modo de conclusión
Los compromisos de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero que a día de hoy están sobre la mesa, indican que en 2030 las emisiones globales solo se habrán reducido un 0.5% respecto a los niveles de 2010, mientras que la reducción necesaria sería de un 45%. No estamos pues, en absoluto, en el camino de conseguir estabilizar el aumento de la temperatura media global por debajo del umbral de seguridad de los 1.5 oC establecido por la comunidad científica; ni tan siquiera por debajo de los 2 oC.
Ante esta situación, debemos ser extremadamente cautos y no caer, sobre todo, en la trampa de pensar que tratar de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero es una tarea imposible. No lo es. Es difícil porque exige cambios radicales en los modelos económico, energético y agroalimentario imperantes, pero existen numerosas modelaciones que indican que estos cambios son factibles. La resistencia al cambio es titánica, ya que comportará una redefinición del mapa geopolítico y económico mundial. Pero a su vez, estos cambios son una gran oportunidad para empoderar a las sociedades, democratizando el acceso a la energía, y potenciando la seguridad y la soberanía energética y alimentaria en todo el planeta.
Tampoco debemos caer en la trampa de pensar que si no conseguimos el objetivo de los 2 oC, ya nos iremos adaptando al progresivo aumento de la temperatura. Esto implicaría dejar en la cuneta, desde ya mismo, a una parte cada vez más importante de la humanidad que ya está sufriendo unos impactos ante los que no hay adaptación posible. El poner todos los esfuerzos en la adaptación y dar por perdida la posibilidad de reducir drásticamente las emisiones no es una vía de solución de la problemática climática, sino que, por lo contrario, la agravará.
Revertir la crisis climática revirtiendo la gran injustica que esta problemática entraña, implica que la necesaria adaptación al cambio climático debe realizarse de forma complementaria a unas políticas de mitigación ambiciosas que consigan poner al mundo en el camino de los objetivos de estabilización de la temperatura del acuerdo de París. Tales objetivos son irrenunciables y de ello depende el futuro de la humanidad. ¡No sigamos desperdiciando el poco tiempo que aún nos queda!
(Artículo en coautoría con Josep Xercavins i Valls, Profesor jubilado de la UPC y ex codirector del GGCC de la UPC)