Paula Dapena tiene 24 años y es jugadora del Viajes InterRías, un equipo de la segunda división española. Conocimos su nombre y el de su escuadra por los artículos del 30 de noviembre de algunos medios: «Jugadora se niega a homenajear a Maradona», tituló la agencia EFE. Antes de iniciar el minuto de silencio que se le dedicó a Diego Armando Maradona —fallecido en su forma mortal el 25 de noviembre— en ese y en miles de partidos alrededor del mundo —porque estoy seguro de que hasta en las canchas de cada barrio hubo alguien que miró al cielo pensando en el jugador argentino—, Dapena se puso de espaldas y se sentó en la cancha. «Dije que yo me negaba a guardar ese minuto de silencio por un violador, pedófilo, putero y maltratador y que, si tenía que sentarme en el suelo y dar la espalda, pues lo hacía», comentó al medio Pontevedra Viva. Luego del suceso, la jugadora contó a medios españoles que ha recibido insultos, comentarios machistas y amenazas de muerte.
Bruno Conti, exjugador de fútbol, muy querido por los fanáticos de la Roma, fue hasta el Quartieri Spagnoli a homenajear a su amigo, Maradona, donde el rostro de Diego se repite de varias maneras en los muros. Aquel barrio de Nápoles es uno de los más pobres y de los que más ama al 10 de Villa Fiorito; vendían sus camisetas por montones: «había mucho trabajo en la época que estuvo Maradona», dijo un napolitano en el programa deportivo El día después, de España. En el mismo medio, otro italiano recordó cómo su ídolo les ayudó a recuperarse del terremoto sufrido en 1980. Los goles no te resuelven la vida, pero ayudan al alma, creo yo.
El exarquero inglés, Peter Shilton, dijo que no perdona a Maradona. Aun así, lamentó la muerte de quien le anotara los dos más célebres en la historia de los mundiales en el mismo partido: la mano de Dios y el mejor gol de la competición. «Jamás se disculpó, nunca dijo 'hice trampa' e inventó eso que llaman la mano de Dios», dijo Shilton, quien también afirma que el segundo gol —el mejor—, no habría sido posible sin el primero —la mano. Antes de saltar al campo del Azteca ese 22 de junio de 1986, Carlos Bilardo le pidió a sus dirigidos que no pensaran en política y en las Malvinas; Diego, por el contrario, les dijo a los suyos que recordaran que los ingleses les habían matado a muchos «pibes».
Tuvo que llegar su muerte para recordar eso: Diego Armando Maradona fue el mejor jugador de toda la historia. Uno que juntaba lo humano de los jugadores —que ahora parece que siempre quieren esconder detrás de las fotos perfectas de Instagram y los espacios controlados, como los restaurantes exclusivos— y lo divino de este deporte, lo que cada uno logra hacer con la pelota. Lo recordaremos por México 86, por sus problemas de drogas, por triunfar en el norte de Italia con un equipo del desdeñado sur, por esos escándalos que daban audiencia, por clasificar a su país a un mundial y mandar a los periodistas a que la chuparan, por los casos de violencia contra sus parejas, por ser amigo de Fidel Castro, por no ser amigo de la FIFA, por llenar de alegría a un país que venía de la dictadura y por no poder entrar a Japón.
Si en el fútbol solo importara lo que ocurre en la cancha, no sería el espectáculo que es hoy. Por eso Diego Armando Maradona es el mejor: de él podemos criticar y alabar muchas cosas, cada uno tiene de donde agarrar. Lo importante es que nos sobrará siempre de qué hablar, la prueba está en que los días pasan y aún puedo escribir esto. ¡Gracias, Diego!