Si algo ha caracterizado a estos tiempos de pandemia ha sido el aislamiento que han sufrido muchas personas, ya no solo en los momentos de confinamiento en el que cada familia debía de permanecer el mayor tiempo posible en su domicilio, sino una vez superada esta situación, en los casos de cuarentena cuando se tiene noticias de que uno mismo o una persona con la que ha mantenido un contacto estrecho ha sido contagiada por COVID-19.
Hay que indicar que, en ocasiones, la soledad es algo buscado, al aislarse de los demás que «no le comprenden», o es algo «forzado» por un dolor provocado por una situación externa como un divorcio o separación; en otros casos, es algo «que sucede» con el paso del tiempo, cuando poco a poco van falleciendo familiares y amigos a medida que se alcanza una edad considerable.
Sea como fuere, el aislamiento impide a la persona obtener los muchos beneficios que las relaciones sociales ofrecen, no solo de apoyo sino también de intercambio de ideas.
A pesar de que es hasta recomendable cuando se vive un momento especialmente estresante, acuciado por las demandas externas; no todo el mundo lo vive como algo beneficioso si se prolonga en el tiempo, pero ¿qué consecuencias tiene la soledad sobre la salud mental? Esto es precisamente lo que se ha tratado de averiguar con una investigación realizada desde el Nathan S. Kline Institute for Psychiatric Research, junto con el Department of Psychiatry de la New York University School of Medicine, el Department of Psychiatry de la Columbia University, la University at Buffalo, la State University of New York, el Institute for Social and Psychiatric Initiatives (InSPIRES) y la New York University School of Medicine, cuyos resultados se han publicado en la revista científica Psychiatry Research.
En el estudio, participaron ciento nueve adultos, con edades comprendidas entre los 18 y 65 años, de los cuales cincuenta y uno estaban diagnosticados con esquizofrenia, no teniendo el resto problemas de salud mental, siendo el grupo control.
A todos se les administró una escala estandarizada sobre el grado de soledad percibido a través del Revised UCLA Loneliness Scale (UCLA-R); igualmente, se evaluaron los pensamientos a través de la Langdon and Coltheart’s Task, el Tromsø Social Intelligence Scale y, por último, pasaron por una prueba en que veían imágenes de emociones en caras humanas para observar su reacción.
Los participantes con esquizofrenia, además, pasaron pruebas de evaluación emocional denominadas Positive and Negative Syndrome Scale (PANSS), Assessment of Negative Symptoms (SANS) CDSS for Depression y Quick-IQ versión 3.
Igualmente, se les preguntó sobre los hábitos de consumo de sustancias como droga, alcohol o tabaco; además de si sufrían o no problemas de salud como hipertensión o diabetes.
Los resultados muestran niveles significativos de soledad entre los pacientes con esquizofrenia frente al grupo control.
Asimismo, las personas con mayores niveles de soledad son las que muestran significativamente más propensión al consumo y abuso de drogas, tabaco y antipsicóticos, y altos niveles de hipertensión.
Hay que destacar la fuerte relación entre la salud mental y la soledad, propia de la estigmatización que, lejos de buscar la integración de estos pacientes, los aíslan. Esto es algo que no ayuda ni beneficia ni al paciente ni a sus familiares, y que, además, acarrea una serie de problemas de adicción e incluso de salud como es la hipertensión.
Cabe indicar que algunos autores han definido al ser humano como un «animal social», por lo que la soledad se podría entender como contra natura. Es cierto que en algunos momentos es bueno y deseado tener unos momentos de soledad, pero no así el aislamiento social del que se tiende a evitar, pero ¿es la soledad causante del abuso de sustancias?
Esto es precisamente lo que se ha tratado de responder con una investigación realizada desde la University of New Brunswick, Saint John (Canadá), cuyos resultados han sido publicados en la revista científica Journal of Depression & Anxiety.
En el estudio participaron doscientos cuarenta y seis adultos, con edades comprendidas entre los 18 y 30 años, de los cuales el 71.3% eran mujeres. Todos los participantes tuvieron que rellenar un cuestionario estandarizado sobre el uso de sustancias, denominado University Life and Substance Use Survey; el Alcohol Use Disorder Identification Test (A.U.D.I.T.) sobre el uso y abuso de alcohol, y el Drug Use Disorder Identification Test (D.U.D.I.T.) para el abuso de sustancias. Igualmente, se evaluó el nivel de soledad percibido mediante el Social and Emotional Loneliness Scale for Adults-Short Version (S.E.L.S.A.-S.), y el estilo de relaciones íntimas mediante el Experiences in Close Relationships Scale (E.C.R.).
Los resultados muestran una correlación positiva significativa entre el nivel de soledad y el abuso de sustancias, siendo la más común el alcohol, en un 49.8% de los participantes. Es decir, en la medida que existe un aislamiento social crónico se incrementan sustancialmente las posibilidades de que la persona acabe convirtiéndose en un alcohólico.
Este resultado puede parecer contradictorio con lo que se puede observar en bares o discotecas, en que los amigos se reúnen a celebrar bebiendo alcohol. Pero, si recordamos la barra de los bares, aquellos que se quedan por horas son los más aislados del lugar, los que escasamente entablan conversación más allá de solicitar una nueva copa.
A pesar de que los autores resaltan los resultados, no plantean ningún tipo de relación causa-efecto, ya que las personas que consumen alcohol en exceso acaban siendo «apartadas» y, en ocasiones, rechazadas por los demás, aumentando así su sentimiento de soledad y aislamiento.
Igualmente queda por diseñar programas de prevención al respecto, donde se analicen las causas de la soledad crónica entre los jóvenes, para darles «solución» y evitar así que acaben siendo bebedores crónicos, con todos los problemas para la salud que entraña.