En una sociedad que se ha ocupado siempre por convertirnos en modelos de revista superficiales o amas de casa, no resulta extraño que, de un momento a otro, la balanza se haya inclinado al rechazo del rol sumiso que ello significaba, pues hoy ellas ya no dependen del salario de un marido.
La mujer de hoy ha adquirido una personalidad muy definida: si su novio la deja, busca otro; si queda embarazada fuera de matrimonio no se avergüenza, se enfrenta a su presente con valentía; si la despiden de su trabajo, aprenderá otro idioma y buscará la forma de superarse; si no quiere casarse, no se casa.
La mujer que recorre en la actualidad las calles ya no es la prostituta en busca de dinero, es esa fuerte mujer que mira de frente y se mueve a estudiar y a forjar su destino. Porque en tiempos anteriores la mujer solo debía estar en su casa preparando biberones y las que andaban en la calle era porque andaban «en otra cosa» y eran objeto de explotación y burla.
Sin embargo, si hablamos de la mujer occidental, la misma que es alta ejecutiva de grandes empresas, la profesional que día a día se supera en un medio que no ha logrado desprenderse del todo de su carácter patriarcal, también hablamos de esa niña que desnuda sus senos en público para pedir que, si algún día queda embarazada, le permitan abortar.
2019: año decisivo, la mujer asume un nuevo rostro
El año 2019 nos mostró la ruta firme y decidida del movimiento social femenino. Hubo, a lo largo de casi todos los países occidentales, sendas marchas pidiendo un no definitivo al feminicidio y la violación, los grandes problemas que enfrenta la mujer en su realidad de hoy. Miles de mujeres son asesinadas y violadas anualmente en un círculo de crueldad que pareciera que nunca va a acabar en el mundo.
Y es que no hay una mano decidida por parte de políticos y magistrados de la ley, dirigida a castigar como es debido el feminicidio y la violación, de manera tal que quien lo practique sea consumido en una cárcel de por vida, para que no salga a hacérselo a otra. Entonces, es un drama que nunca termina.
Pero las mujeres, en el año 2019, bajo el lema «El violador eres tú» enfrentaron esta realidad, quizás un poquito extremista la forma, pues no todos los hombres son violadores, así como no todas las mujeres son prostitutas.
Chile asombró y destacó. El movimiento femenino de Chile movió todos los cimientos de la sociedad patriarcal chilena. Y el mundo pudo ver a un ejército chileno represivo, casi tan represivo como lo fue en la era pinochetista. Pero también la sociedad chilena pudo ver a un ejército de mujeres organizadas dispuestas a luchar.
El principio de estas marchas es muy válido y absolutamente necesario. La CEPAL calcula que en el año 2019, solo en América Latina, ocurrieron 3,800 feminicidios, una cifra escandalosa. Así, por ejemplo, en Argentina cada 32 horas hubo un asesinato de una mujer por parte de su pareja y 175 niños se quedaron sin madre.
Algo más que una moda
Una cosa que me resultó maravillosa en estas manifestaciones fue ver a mujeres de Turquía y de Líbano, también Nigeria, levantando el estandarte de sus derechos, en una zona del mundo caracterizada por gran violencia machista.
Ya quisiéramos ver las mujeres occidentales a esas mujeres iraníes, árabes, iraquíes, egipcias y de todos estos países musulmanes levantándose contra el dominio de que son objeto. Hay quienes dicen: pero ellas son felices viviendo así, y digo yo, quizás porque no conocen otra cosa.
Lo cierto es que las sociedades patriarcales árabes se mueven aplicando sobre la mujer la fuerza, se aprovechan de la debilidad social y económica de las mujeres de sus países para arrebatarles inclusive su identidad.
¿Qué es lo que da a una mujer su identidad?
Su rostro, primero que nada
Sus derechos legales y sociales
Su educación
Su personalidad basada en el ejercicio de todo lo anterior.
En los países musulmanes la forma de ejercer control total y absoluto sobre la mujer es robándole precisamente su identidad, empezando por su rostro, su derecho a estudiar, su derecho a elegir con quién se casa y si se casa o no, en fin, su identidad legal y humana.
La forma más brutal de aplastar a la mujer es ponerle un trapo en la cara y en la cabeza y obligarla a llevarlo aún contra su voluntad. Es negarle el derecho de saber en qué mundo vive y cómo vivirlo, es quitarle la libertad de elegir su propio destino.
Por eso, es tan valioso el aporte y el ejemplo dado por la jovencita Malala Yousafzai, quien demostró con hechos que, aún desde su debilidad, es una persona digna y valiente, capaz de cargar sobre sus hombros la responsabilidad de pedir el derecho a la educación de las niñas musulmanas.
Precisamente en Irán, las jovencitas, sobre todo, han estado rebelándose contra el régimen quitándose el burka en público. Para el hombre musulmán esto es una afrenta, porque la mujer debe hacer lo que el sistema le dice, aunque ni siquiera lo señale El Corán.
En Arabia Saudita e Irán, es común mirar a las mujeres que defienden su derecho a la libertad, les dan latigazos y las mandan a la cárcel, cobarde forma de demostrar hombría. Tal es el caso de las abogadas pro derechos humanos Samar Badawi, de Arabia Saudita y Nasrín Sotudé, de Irán.
Unión y solidaridad: la respuesta
Nosotras en Occidente simplemente llevamos más trecho recorrido que las mujeres en Medio Oriente; fue Nueva Zelanda, primero, Australia, luego, seguida por Finlandia y, en efecto dominó, toda Europa donde empezando el siglo XX se dio la mayor lucha por el derecho al voto por parte de la mujer. En Inglaterra la lucha fue ardua, las mujeres al pedir el derecho al voto fueron encarceladas, hicieron huelgas de hambre y los gobernantes las alimentaron entonces a la fuerza con sondas en nariz y boca; cuentan que fue pavoroso. Estados Unidos es el lugar donde desde 1848 las mujeres empezaron a organizarse por el derecho al voto, a partir de ese momento empezaron las principales luchas a favor de las garantías sociales femeninas. Hasta hubo derramamiento de sangre y cárcel para muchas mujeres; el 8 de marzo es el Día Internacional de la Mujer.
Yo abogo por la libertad en todos los terrenos, pero una libertad respetuosa, donde el hecho de ser mujer no signifique que yo voy a ganar menos porque soy mujer, donde no estoy obligada a quedarme haciendo oficio doméstico porque soy mujer, donde no corro el riesgo de ser explotada en cuerpo y alma por una sociedad que no ha aprendido aún de la experiencia.
Pienso que, si la mujer occidental y su lucha por los derechos humanos se encamina a ser solidaria, el movimiento adquirirá mayor relevancia. ¿Qué acción podría ser más digna que luchar por arrancar a la mujer musulmana el trapo de la cara y devolverle su rostro y su identidad, eso que le robaron desde antes de nacer?
La lucha no debe desvirtuarse, no debe irse por camino equivocado, no es el aborto el más digno ejemplo de ser mujer; la lucha es demostrar que somos mujeres haciéndonos dueñas de nosotras mismas en el camino hacia el bien y hacia el ejercicio de nuestra dignidad humana. Por supuesto, es obligar a nuestras sociedades a crear y hacer cumplir las leyes que velen por la integridad física de la mujer.
¿Y en medio oriente?
En Medio Oriente ellas también tienen derecho a ver la luz y liberar su rostro para mirar de frente. Pido el respeto a la integridad física y a la libertad de las abogadas Samar Badawi, de Arabia Saudita, y Nasrín Sotudé, de Irán. Ningún ser humano en el siglo XXI debería ser víctima de la violencia de recibir latigazos por defender lo justo.