Parece que todo va volviendo a la normalidad a la espera de un inevitable rebrote en otoño, como tarde, para el que probablemente haya que volver a medidas restrictivas. Pero nadie piensa en eso, todo el mundo sale y aprovecha la nuevamente adquirida libertad, olvidándose de dónde venimos y teniendo muy poco respeto por las medidas que, aún, hay que tomar.
Hay algunos casos que llaman la atención, como que Barcelona haya tenido que cerrar de nuevo las playas en varias ocasiones ante la excesiva afluencia de bañistas. Es comprensible que todos tengamos ganas de desatarnos tras meses confinados, pero no es inteligente sucumbir a esas ganas como animales sin capacidad de raciocinio.
Pero si hay algo que parece haber calmado a un gran grueso de la población es el regreso de (algunas) competiciones deportivas, especialmente de La Liga de fútbol. El llamado «opio del pueblo» está haciendo su efecto con mucha mayor virulencia si cabe que antes del confinamiento. Es cierto que poder ver y seguir la competición habría sido útil estando confinados, pero ahora es algo que está impidiendo que algunos violen más las nuevas normas sociales y tengan un elemento en el que canalizar agresividad y frustraciones.
El fútbol ha calmado a muchos, las críticas al Gobierno han bajado, la ira y la locura en las redes sociales se ha redirigido e incluso las alocadas manifestaciones en los barrios más pudientes de Madrid han ido cesando con el regreso del fútbol y la apertura de sus exclusivos locales.
Lo cierto es que la nueva normalidad se parece mucho a la vieja. El fútbol ha amansado a muchas las fieras como si fuera la mejor música de Mozart, pero, mientras todo el mundo parece estar de acuerdo con la necesidad de reforzar la sanidad pública, el PP, responsable de los recortes que la han mutilado, parece subir enteros con su estrategia de confrontación directa, aunque no tenga ningún sentido y se contradigan entre ellos, y eso que sube el pan cada vez que Ayuso se acerca a menos de 10 metros de un micrófono.
Tampoco ha cambiado el ambiente de crispación que la política extiende a los habitantes; pues la campaña gallega no ha andado falta de ataques desde su mismo inicio, además ha sido muy similar a las de la vieja normalidad; sin demasiados detalles sobre propuestas ni programas políticos, más allá de zurrar con virulencia a los que no piensan igual.
Lo peor de todo es que esta horrible sensación de que no hemos aprendido nada la irradia más la propia población que los políticos, que parecen beneficiarse y nutrirse de ella. Aunque también podría ser que nos retroalimentemos todos de las antiguas tonterías de unos y otros que no parecen haberse bajado del tren en el nuevo mundo.
Se da muy por hecho el rebrote, la cuestión es cuándo será. Preferiblemente, que sea cuando vuelve el frío y hayamos pasado un verano de desfase como si fuera el último. Y que el rebrote no se nos lleve el fútbol otra vez, que si no igual nos acabamos matando los unos a los otros.