En el artículo anterior, donde se planteó la posibilidad que se diera un nuevo conflicto armado entre Israel y el brazo militar del grupo Hezbolá libanés, además de mencionar los riesgos de transformar al Líbano nuevamente (como en 2006) en un terreno de guerra híbrida con resultados nefastos para la sociedad libanesa, se mencionó el papel fundamental que juega la República Islámica de Irán en el patrocinio para que este enfrentamiento se haga realidad, como una manera de sacarse de encima un poco la atención que está recibiendo a nivel internacional por opositores políticos, y porque además, los iraníes optan por echar mano de la carta de la agrupación libanesa para lograr objetivos puntuales contra su enemigo hebreo, así también ha utilizado a Siria y Gaza para esta labor.
Sin embargo, en los últimos años han llevado los enfrentamientos al ciberespacio, campo donde se han producido los enfrentamientos más frontales que han tenido en su historia sin sonrojarse al reconocerlo y es en el ciberespacio donde, por supuesto, no están peleando solos, sino que tienen colaboradores, aliados y enemigos. Sumándose el tema cibernético a la multiplicidad de frentes abiertos de manera simultánea y donde además la cantidad de actores que interactúan al mismo tiempo hace más difícil llegar a una clara distinción entre los enemigos y aliados.
Los intentos de sabotear sistemas de seguridad del enemigo, interceptar información delicada (ciberespionaje) o el uso de malware para causar daños significativos en sistemas de uso civil y gubernamental, más la propaganda en redes sociales, formarían parte de este proceso de lo que algunos teóricos incluirían entre los mecanismos de las guerras de cuarta y quinta generación, donde además de la participación de las tácticas regulares e irregulares de la guerra, se sumaría el uso de alta tecnología, propaganda y en el último tipo de conflicto se sumaría todo lo relacionado con la virtualidad y las redes de información; la «globalización» borrando las fronteras en los conflictos del mundo.
Este tipo de guerras son de baja intensidad, que no ocasionan muertos directamente (hasta el momento), pero que la mejora en sus tácticas podría eventualmente causar daños en instalaciones que eventualmente podría cobrar vidas, lo cual ha pasado de un simple sabotaje o espionaje a tener objetivos destructivos que lograrían en algún momento pasar del enfrentamiento informático cuasi psicológico a una guerra al estilo convencional incorporando nuevas tecnologías en sistemas de defensa, armamento balístico y hasta armas de destrucción masiva.
El uso de las armas cibernéticas tiene una serie de beneficios que destacan diferentes autores:
- Son eficaces para la labor inmediata que se procuran.
- Son de costo bajo para su obtención.
- Existe dificultad de detección porque no siempre sale del lugar que está
patrocinando el ataque.
- Se impide atribuir inmediatamente al autor sin un análisis cruzado que lleve también
al uso de una táctica similar incluyendo el ciberespionaje contra los enemigos.
- Hay una alta vulnerabilidad y dificultad para poder protegerse debidamente.
- Un elemento innovador sería que puede ocasionar daños a infraestructura delicada
que podría poner en riesgo vidas humanas.
Ante el último punto del listado anterior, es importante señalar que el 1 de junio de 2020 el diario Aurora de Israel haciendo eco de una publicación revelada por Financial Times, señaló el intento del Gobierno iraní a través de un ataque cibernético contra una planta de tratamiento de agua potable, procurando elevar los niveles de cloro que podría haber significado un envenenamiento generalizado de la población que llegara a consumir de ese producto.
Yigal Unna, jefe del Directorio Nacional del Ciberespacio, denunciaría al respecto que «todas las líneas rojas fueron violadas, comenzó un nuevo tipo guerra». Posteriormente señalaría: «creo que recordaremos el mes pasado y mayo del 2020 como un punto de inflexión en la historia de la ciberguerra moderna».
Llegan a subir el nivel de amenaza que desde hace años se vienen intercambiando y no se queda solamente en las palabras, ya que días después, para ser más preciso, el 9 de mayo, The Washington Post señalaría a Israel como el causante de un ciberataque contra la terminal portuaria de Shahid Rajaae en Bandar Abbas, ubicado en Ormuz, donde se sugiere que fue el entonces ministro de defensa, Naftalí Bennett, quien habría dado la orden como una pequeña respuesta a lo que Israel es capaz de hacer para cobrarse un acto contra su territorio.
En años previos se dieron ataques cibernéticos contra objetivos entre ambos países que han ido mejorando conforme avanza el desarrollo tecnológico, donde los israelíes por el momento tienen una ventaja importante por su fuerte inversión en investigación y desarrollo incluyendo la seguridad informática, donde los israelíes son una gran potencia global y trabajan de la mano de grandes corporaciones a nivel mundial ofreciendo este servicio.
Algunos de los casos sonados anteriores destacan que, en junio de 2010, junto con el Gobierno estadounidense, Israel logró implantar un gusano informático denominado Stuxnet y atacaron la planta de enriquecimiento de uranio Natanz.
Mientras que en setiembre de 2011 se señalaría al gobierno de Teherán de estar tras un ataque cibernético masivo contra las agencias de inteligencia del MOSSAD y la CIA, según un informe presentado en su momento por diferentes consultoras de inteligencia informática como FOX-IT. Afectó además a cientos de miles de internautas dentro de su propio territorio.
Y como estos casos citados, la lista es extensa en las relaciones cibernéticas entre los Gobiernos de Irán e Israel, quienes a lo largo de estas cuatro décadas; desde la Revolución Islámica de 1979, han mezclado todo tipo de actos operativos para confrontarse, desde lo diplomático, pasando por lo militar (irregular), hasta el uso actual del campo cibernético. El ciberespacio es territorio rastreable pero poco controlado, como señalaría Leonid Savin teórico ruso, es terra incognita, y hay una fuerte lucha por dominar este espacio que a diferencia del espacio físico o marítimo no se le pueden plantear fronteras y esto lleva que sea más compleja su «conquista». A este intento de dominio y la agenda que lo procura, el analista le ha conferido el título de «cibergeopolítica», llevándolo más allá de las teorías ratzelianas del «espacio vital» físico, añadiendo la relación de codependencia hombre – máquina en el contexto político y geográfico.
El ciberespacio es una creación artificial con sus componentes fácilmente moldeables a las circunstancias del entorno en que se desarrolle y a diferencia del dominio sobre el poder marítimo y el poder terrestre de las teorías geopolíticas clásicas de la escuela norteamericana (mezclado actualmente con la escuela francesa de influencia cultural), el dominio de la zona ciberespacial es todo un dilema, donde se disputan entre la necesidad de dejarlo andar como un «ente libre», paradójicamente dominado por empresas privadas que tienen una agenda alineada con Gobiernos, mientras hay países como las potencias emergentes que según Savin procuran que el espacio sea soberano y que debería estar bajo la jurisdicción bien establecida de los organismos internacionales globales; ONU en la actualidad, sus órganos alternos e instituciones del derecho internacional.
En tanto no exista un marco regulatorio sobre el ciberespacio seguirán ocurriendo enfrentamientos entre actores del sistema internacional, tanto gubernamentales como no gubernamentales, tal y como pasa actualmente entre israelíes e iraníes, ya que un aspecto que no se aborda seriamente en el espectro del ciberespacio es la circunstancia que no hay un marco regulatorio eficiente para las acciones en este terreno.
Este espacio que contiene muchísima información; incluyendo delicada, pero también existen vacíos en los mecanismos para evitar abusos, y salvo los procedimientos establecidos por cada Estado de manera independiente cuando los abusos son ejecutados por sus ciudadanos, no hay necesariamente efectividad con los actos que atenten desde el exterior.
No hay intenciones reales de los principales líderes globales en llegar a una estructura controlada; al menos de manera oficial, ya que, de forma extraoficial, Gobiernos dominan las movidas de sus ciudadanos a través de protocolos informáticos; y no lo hacen solamente Gobiernos autocráticos ya que aun en esta época de pandemia, democracias están optando por vigilar las movidas de sus ciudadanos bajo el falso dilema de «seguridad versus privacidad». De igual manera rastrean y controlan lo que sucede en zonas fuera de su propio territorio físico.
El choque frontal cibernético entre los Gobiernos de Teherán y Jerusalén va aumentando su tono cada vez más, y los alcances de sus ataques van a seguir escalando, considerando oportuno utilizar esto como estrategia de disuasión contra sus opositores o como forma de amedrentar a la población y desmovilizar la voluntad de sus gobernantes de tomar represalias contra su enemigo.
Los riesgos de que la situación degenere en escenarios más nefastos no se deben descartar, así como en el artículo anterior se mencionaba la posibilidad de que se aprovechara la inestabilidad libanesa para impulsar un enfrentamiento entre el brazo armado del Hezbolá y las Fuerzas de Defensa de Israel (Tzahal) como un mecanismo de distracción frente a la tensa situación que pesa sobre Irán.
El uso de ciberataques puntuales y sus respectivas respuestas podrían poner en perspectiva una escalada en diferentes frentes ya no tanto informáticos sino golpeando directamente en áreas sensibles de infraestructura que traerían resultados letales y un efecto dominó de agresividad que se haría insostenible hasta hacer encender toda la región de las palabras a los hechos.