Acababa de cruzar la escalerilla que lo condujo al navío, cuando volvió su mirada a tierra para despedirse con la mano de unos pocos familiares que en el muelle habían llegado para decirle adiós. Agarró fuertemente el maletín que llevaba en sus manos y prontamente un joven oficial le acompañó hasta el camarote reservado para él. Por un momento sintió cierta inquietud, algo de incertidumbre, pero apretó los dientes, pensando que a la larga, todo iría perfectamente. Era joven, apenas tenía veinticinco años y solamente unos pocos meses atrás se había recibido de médico, con honores académicos, al terminar el internado en un hospital de Copenhague. Le intrigaba conocer las razones por las cuales el Gobierno de Dinamarca lo había escogido a él para investigar una epidemia en desarrollo en unas lejanas islas, en vez de a un médico con experiencia y reconocimiento, adscrito al Real Colegio de Salud. O quizás a un político que tuviese interés en cosechar fama y admiración. Solamente el oficial gubernamental le dijo que confiaban en su capacidad, su firme personalidad, tacto y sus magníficos atestados como estudiante.
Muy poco sabía de su próximo destino. Las islas Feroe (Faroe) estaban a medio camino entre las británicas islas Shetland y la de Islandia, bien al norte de Inglaterra, en pleno océano Atlántico, específicamente a 900 kilómetros de Dinamarca, país al que pertenecían. Siempre estaban azotadas por fuertes vientos, tanto que, al decir de conocedores, impiden el crecimiento de árboles. Eran más de veinte islas, todas de origen volcánico, la mayoría habitadas en total por unos pocos miles de habitantes, que vivían de la pesca, el cultivo de cereales, los pastos para alimentar rebaños. Sus habitantes hablaban el nórdico, una mezcla de danés y noruego, que hace recordar sus orígenes. Grandes marinos los lugareños, acostumbrados a lidiar con un mar embravecido y peligroso (Diccionario Enciclopédico Salvar, tomo 5).
En los primeros meses del año 1846 había estallado una severa epidemia de sarampión en las islas Feroe y el joven médico de nombre Peter Ludwig Panum se dirigía con todo empeño a tratar los enfermos y conocer mejor las características de dicha enfermedad, sin imaginar por un instante que el informe final de su misión, se convertiría en un clásico de la naciente epidemiología, el cual junto con el de sus contemporáneos, John Snow y William Budd, sentarían las bases de esa nueva especialidad, llegando a ser también los pioneros de las investigaciones científicas de campo. Y más aún, que esos tres estudios del cólera, la fiebre tifoidea y el suyo sobre sarampión, enviarían a la tumba «la teoría miasmática» de las enfermedades, aún antes de la aparición de la teoría microbiana genialmente desarrollada por Pasteur y complementada por Robert Koch.
Estudio de la epidemia de sarampión
Lo primero que hizo Panum al llegar a las islas Feroe fue conocer el terreno en que se desarrollaba la epidemia, recorriendo las principales islas durante los cinco meses que estuvo en ellas, para determinar en particular, sus condiciones higiénicas, el clima, la alimentación, la fauna, la flora, el suelo, a fin de correlacionar todas estas características con las condiciones de salud de los habitantes. No pasó por alto sus costumbres sociales, religiosas, supersticiones, tratando de correlacionarlas con trastornos mentales. Le llamó la atención la elevada frecuencia de problemas respiratorios que asoció a las cabañas y chozas que habitaban, siempre llenas de humo. Conociendo los resultados del censo realizado hacía sesenta años, obtuvo las tasas de mortalidad y la expectativa de vida, extrañándole que las primeras eran bastante bajas y la segunda muy alta en comparación con las europeas, tratando de encontrar explicaciones a estas particularidades, llegando a la conclusión de que la baja prevalencia y mortalidad por las principales enfermedades infecciosas (tuberculosis, escarlatina, tosferina, viruela, entre otras) podrían ser la respuesta a esos resultados. De igual manera le extrañó la poca frecuencia de enfermedades crónicas como el cáncer, los padecimientos renales y en cambio observó muchos casos de influenza, fiebre tifoidea, tifus sífilis y sarna. Se enteró de igual manera que la viruela había causado estragos entre la población cien años atrás. (J.L.Litle).
Panum se encontró con un experimento natural casi perfecto. El primer caso de sarampión lo tuvo un obrero constructor de gabinetes, que llegó de Copenhague desembarcando en Thorshavn, capital de la isla principal, el 28 de julio. A los pocos días enfermó y se supo que antes de hacer el viaje, visitó a varios amigos que presentaban la enfermedad. Los dos primeros casos secundarios fueron dos socios que iniciaron el padecimiento 14 días después de haber estado en contacto con el constructor. A continuación, la enfermedad comenzó a desarrollarse en varias de las islas y Panum pudo iniciar su estudio clínico evolutivo. Así, pudo establecer las siguientes deducciones (J.L.Little):
Después de un contagio, hubo período silencioso de unos 13 o 14 días a partir de los cuales comenzaron a aparecer signos y síntomas preliminares que dieron paso a la aparición de un exantema, cuyas características ya habían sido descritas desde muy remota antigüedad.
La contagiosidad se vuelve extrema durante dicho estadio exantemático, no siendo así durante los prodrómos, ni tampoco durante la descamación.
Entre los ancianos que tuvieron sarampión en la última ocasión en que una epidemia de esta enfermedad afectó a las islas en 1781, no hubo ahora en esta epidemia ningún enfermo, en cambio entre quienes no sufrieron la enfermedad en esa primera instancia, ahora sí la padecieron. Esta larga inmunidad que confiere el sarampión pudo comprobarse años después cuando las islas Feroe tuvieron otra epidemia de sarampión en 1875 y solamente las personas menores de 35 años contrajeron la enfermedad.
El contagio se produjo de lugar a lugar y de persona a persona. Panum, en este caso, no dejó lugar a duda alguna. La enfermedad se expandió por contagio y nunca por vía «miasmática».
La enfermedad no permaneció latente en las islas, ni tampoco se desarrolló espontáneamente. Un enfermo llegó de afuera y trajo la enfermedad.
El sarampión puede ser transmitido por la ropa de un enfermo.
La enfermedad puede ser controlada por aislamiento y cuarentena.
Cuando Panum llegó a las islas Feroe su población se estimó en 7.864 habitantes, de los que entre abril y octubre de 1846, 6.100 enfermaron de sarampión. En ese lapso hubo 170 defunciones. El joven médíco danés visitó 52 aldeas y logró obtener información de varios miles de personas con dicha enfermedad, de los cuales pudo atender personalmente a un número de mil aproximadamente (A.M. Lilienfeld). De todo ese monumental trabajo pudo calcular que en el periodo de la epidemia hubo entre 78 y 164 defunciones debidas al sarampión. De acuerdo a esta estimación, en el primer caso hubo una defunción por cada 64 afectados y el segundo una muerte por cada 30,5 enfermos de sarampión. Las tasas de mortalidad fueron muy elevadas en el grupo etario de menores de un año, siendo inusualmente altas en el grupo de 60 y más años.
En sus «Observaciones realizadas durante la epidemia de sarampión en las islas Feroe en 1846» (El desafío de la epidemiología, OPS), Panum comparó la mortalidad específica por edad durante la epidemia, con las tasas habituales de las islas y en otro cuadro comparó la mortalidad en Dinamarca con la de las islas. En dichas observaciones, escritas con admirable estilo, acuciosidad y cierta gracia, no esperadas en un joven recién graduado, nos relata un hecho simpático que merece transcribirse:
En Fuglefjord de Ostero, debido a mis observaciones, adquirí la reputación de profetizar. Al llegar ahí, la hija del granjero J. Hansen, capellán, había padecido recientemente el sarampión, pero se había levantado y, excepto una ligera tos, estaba casi completamente curada. Las otras nueve personas de la casa se sentían bien en todos los aspectos y expresaron la esperanza de que no contraerían la enfermedad. Pregunté qué día había aparecido el exantema en la hija, pedí el almanaque, e indiqué el día 14 después del día en el que se había observado el exantema en la hija, con el comentario de que deberían trazar una línea negra debajo de aquella fecha, porque temía que en esa fecha el sarampión se manifestara en otras personas de la casa; si no aparecía ese día, quizás podrían tener alguna esperanza de quedar exentos. Lo que sucedió fue que me llamaron de nuevo a Fuglefjord 10 días más tarde y me recibieron con el grito: «¡Lo que dijo era correcto! En el día que indicó, brotó el sarampión, con sus manchas rojas, en las nueve personas».
Años de grandeza y honores
A su regreso de las Feroe, laboró en un hospital naval y tuvo ocasión de estudiar una epidemia de cólera en 1850. Ese fue un momento crucial en su vida, ya que tomó la decisión de abandonar la clínica y dedicarse a la investigación. En ese mismo año finalizó su tesis doctoral sobre la fibrina. Luego viajó a Alemania en donde hizo amistad con el célebre médico alemán Rudolph Virchow, quien por cierto fue el que le publicó sus «Observaciones» en su ya famosa revista Archivos. Por esa época inició sus investigaciones sobre lo que llamó «veneno pútrido», al que responsabilizó de los síntomas y signos de los pacientes que tenían sepsis.
Puede deducirse de sus experimentos que tal sustancia no era otra cosa que endotoxinas. Sobre esta materia realizó dos publicaciones y en la última llegó a hipotetizar que su descubrimiento era un producto bacteriano. Siempre estuvo conscientes de la importancia de sus hallazgos, llegando de deducir que en un futuro la sepsis podría atacarse con antimicrobianos y con sustancias anti endotoxinas, años y hasta décadas antes de las investigaciones de Ehrlich, Fleming y Domagk. Como reconocimiento a su fama, fue nombrado profesor de fisiología, química y patología en la universidad de Kiel. Ya con un renombre bien ganado, al quedar vacante la jefatura de la cátedra de fisiología en la universidad de Copenhague, le fue ofrecida y aceptada de inmediato. Allí ejercería la docencia y la investigación durante los siguientes veinte años, publicando numerosos trabajos muy bien recibidos por la comunidad científica europea. Sin duda, fue la figura principal en su tiempo de la medicina escandinava. Otro de sus logros fue la construcción de un instituto de fisiología, de donde saldrían una legión de brillantes jóvenes científicos (H.J.Kolmos).
Palabras finales
Peter Ludwig Panum nació en Dinamarca el 19 de diciembre de 1820, siendo hijo de un cirujano militar de un regimiento, quien falleció cuando Peter tenía 16 años. Empezó a estudiar medicina en la universidad de Kiel pero terminó su carrera en la universidad de Copenhague. Para poder sufragar sus gastos de estudiante, fue maestro de escuela por un tiempo y como un anticipo de lo que iba a ser en el futuro, escribió por esa época, un texto sobre el método científico.
A los 65 años de edad, en pleno gozo de sus facultades mentales, un primero de mayo de 1885 regresando a su hogar, tuvo un infarto agudo al miocardio que repitió al día siguiente ocasionándole la muerte de inmediato.