Estoy en Neuenburg del Rin (en alemán, Neuenburg am Rhein, literalmente Castillo Nuevo del Rin), Alemania. Desde la ventana del cuarto veo el rio; al otro lado, Francia. En realidad estaba en Basilea, en Suiza y entré a un hotel, donde me dijeron que iba a ser difícil encontrar un cuarto, porque esa noche se jugaba un partido de futbol y la ciudad había sido invadida por fanáticos de este deporte. Hablando con el conserje del hotel, éste me aconsejo buscar algo en Alemania y así lo hice. Llegué a esta ciudad turística, llena de hoteles, fuera de temporada y descubrí que el costo de un cuarto cómodo por una noche era menos de la mitad de lo que hubiera pagado en Basilea. Al lado del hotel, hay una estación de servicio y la gasolina también cuesta mucho menos, así que decidí llenar el estanque del coche, que estaba medio vacío o medio lleno y sin combustible no se llega muy lejos.
Al hacerlo me encontré con una fila de coches franceses que cruzaron la frontera para cargar combustible y comprar cigarrillos. La persona que estaba delante de mí, compró dos cartones de dos marcas diferentes y salió contento del negocio, después de haber pagado la cuenta, ya que irse sin pagan sería algo completamente inconcebible en estos parajes. El euro y la libertad de tránsito entre los piases europeos ha creado un nuevo mercado fronterizo y seguramente los alemanes compran sus vinos y quesos en Francia o el emmental directamente en Suiza, donde sigue vigente el franco. No el generalísimo español, que ha cambiado de dirección recientemente, sino la moneda.
Esta mañana en Zúrich, visité a una persona ya conocida que la noche anterior había festejado con algunos clientes de su empresa. Al parecer todo fue bien y se divirtió muchísimo. Tanto que llegó atrasada a nuestra cita. Al verme, me contó riendo que había olvidado su bolsa en un restaurante con el ordenador portátil y su teléfono, además de un poco dinero contante, sus tarjetas de créditos y documentos personales.
Afortunadamente, Suiza no es Chile y ella encontró todo sin que le faltase nada. Hablar de saqueos después sería algo inconcebible, para no mencionar la policía que dispara indiscriminadamente, mientras desconocidos prenden fuego al metro.
El hotel donde estoy también tiene un restaurante y el dueño me ha confirmado que pueden hacerme una ensalada, pero he decidido cruzar el rio e ir a comer en Francia. La distancia es menos de 500 metros y seguramente el gusto de las verduras y el aceite de oliva serán mejores. Pero el motivo principal es que tendré la posibilidad de comprar alguna revista de actualidades o Le Monde para saber qué dicen de Chile. Desgraciadamente en esta parte del mundo se habla menos de los saqueos e incendios y mucho más de la necesidad de cambios en un país, donde la policía y el ejército aún maltratan a las personas en la calle o las detienen a fuerza de golpes.
Mañana regreso a Basilea con el estanque y la barriga llenos y completamente reposado después de un buen sueño. Tengo una cita a las 10 de la mañana y hablaremos de temas serios, ya que lo que hace noticia en un país lejano no tiene mucha resonancia por estos lados. Esto no quita que me hayan pedido aclarar cómo un presidente un día habla de guerra y dos días después pide perdón por no haberse enterado que la desigualdad social es para algunos un problema grave. Confieso que a veces no me gusta ser como soy, vegano y abstemio, ya que los quesos y el vino en esta parte del mundo son muy buenos. Por no hablar del dunkel Brot (pan negro o de centeno), que con la mantequilla salada es una golosina que mi dieta me prohíbe, pero que desde mis años en Dinamarca siempre me trae buenos recuerdos. Pensando en estos temas, concluyo que una integración mayor en Europa es seguramente inevitable y recuento en voz baja las razones que hacen de Chile un país tan diferente de Suiza, a pesar de los lagos, montañas y volcanes.