La orientación de dominación social es una variable de personalidad que predice actitudes sociales y políticas. Se refiere a una preferencia por la desigualdad social en la que el grupo de referencia en el que se inscribe uno, se adhiere o se afilia es siempre superior a los demás. Así descubrimos que los hombres están más orientados al dominio social que las mujeres, o como las personas con alta orientación de dominación buscan roles que mejoren su jerarquía autoritaria. La orientación de dominación social se relaciona directamente con las creencias que sostienen determinadas ideologías sociales y políticas que apoyan las relaciones intergrupales de control y sometimiento en base al conservadurismo y el autoritarismo y que correlacionan negativamente con la empatía, la tolerancia, la comunidad y el altruismo.
El cesarismo despótico de la extrema derecha se refiere a una combinación de tres características específicas: someterse a las autoridades sin cuestionamientos, adhesión a las normas y morales más convencionales, y agresividad hacia los grupos o individuos considerados externos o desviados. Meritocracia, racismo, prejuicios, machismo, desprecio por la cohesión social y perpetuación de privilegios, o lo que es lo mismo, de la desigualdad, son algunas de las singularidades que más los distinguen, especialmente a la hora de apoyar políticas relacionadas con los derechos civiles y programas sociales.
Bonapartistas franceses, excepcionalistas británicos, supremacistas estadounidenses, lligadistas italianos y recientemente el déjà vu que muchos experimentamos con la irrupción del nacional catolicismo español, se afanan por introducir en el sistema democrático el germen de su autodestrucción. La historia está que rebosa de ejemplos de utilización de las libertades y garantías de la democracia para acabar con la democracia. Y no parece demasiado lejano que en el marco del neoliberalismo la historia se vuelva a repetir de alguna forma. En la mentalidad de los dirigentes de ultraderecha y en el mimetismo de sus acólitos y seguidores, está como grabada a fuego la idea de que una sociedad ideal requiere que algunos grupos estén arriba y otros estén debajo, con todo lo que eso supone y significa.
Las desigualdades democráticas, los políticos mediocres y corruptos, los narcisistas del escaño, la metástasis de las ideas roñosas, los discursos vacíos y el hartazgo de la gente, son para los populismos y los extremismos como el maná de dios para el pueblo elegido perdido en el desierto; les saca del ostracismo, les da el impulso necesario para ir parasitando por el tejido social hasta coger entidad y sumar escuadras fanatizadas y legiones de seguidores. ¿A qué te suena?
¿Por qué la gente apoya opiniones políticas de extrema derecha?
Los prejuicios son longitudinales. Los arrastramos toda la vida. Los prejuicios hacia el diferente están muy generalizados. Y los prejuicios están vinculados con el apoyo a quienes los promueven para ser percibidos como amenazantes y desafiantes a la vez del orden y la seguridad, pero también del bienestar particular. No es extraño que estos mensajes de exclusión y hasta de odio, penetren furibundamente en aquellos que, en sus relaciones particulares, domésticas y laborales, suelen desarrollar pensamientos y conductas muy convencionales y no exentas de agresión y sumisión autoritaria.
La dominancia social en la extrema derecha mantiene muy malas relaciones, contenidas en su expresión más radical mientras la democracia esté presente, con grupos y colectivos como: obesos, discapacitados, homosexuales, inmigrantes, prostitutas, ancianos. Contra algunos de ellos sería capaz, si las circunstancias les sean favorable, de arremeter con fuerza física y gubernamental, y con otros, a través de la exclusión social y de la caridad institucionalizada. Las intenciones de apoyo y votación hacia las posiciones ultraliberales y las amalgamas neofascistas están arraigadas en estas creencias.
Individuos como Trump, Salvini, Farage, Le Pen o los más destacados próceres de la ultraderecha española comparten, con diferente matiz e idiosincrasia, estructuras de comportamiento psicológico similar en el discurso ideológico delirante. Diríase (aunque nos faltan datos al respecto) que comparten y reparten mentalidad paranoica. La paranoia, para que ustedes me entiendan, es algo así como tener un pensamiento paralelo que permite distorsionar la realidad.
El carácter populista de los líderes ultraconservadores en torno a su visión del orden racional y las necesidades insatisfechas les confiere la fuerza de un ariete capaz de echar abajo las puertas y las defensas de muchas personas preocupadas por el orden público y la defensa de las normas y valores tradicionales, pero que comúnmente se movían en el marco de los valores de orden democrático y constitucional. Desde el este al oeste de Europa y de las Islas Británicas a Italia, pasando por los países bálticos, la extrema derecha, penetrando en las instituciones, está llevando a la Unión Europea a una crisis existencial de consecuencias ya conocidas.
Los líderes de la ultraderecha son carismáticos; sí, están bien cargados de magnetismo personal, tanto como de desconfianza. Podemos afirmar que se trata de tipos intrépidos y emocionalmente planos en lo que a tolerancia al diferente se refiere. Digo tipo en masculino, todo el mundo creo que deducirá porqué. Los líderes de la extrema derecha desarrollan habilidades de persuasión en base a la exaltación del nacionalismo y la homogeneidad cultural y psicosocial, que funcionan como un mecanismo de refuerzo hacia sus ideas y tácticas, que condicionan a una parte del electorado susceptible de ser manipulada a partir de la estimulación de sus propios juicios de valor, prejuicios, racismo, xenofobia y en toda suerte de personas propensas a la radicalización.
De igual manera tienen un cierto éxito, no desdeñable, sobre la gente agotada por las promesas, por las carencias y todo tipo de penalidades. Los que desconfían del sistema democrático y del amparo de sus administraciones. Las políticas de al pueblo pan y circo, repletas de parabienes exclusivos para los nativos, calan, en según quién, hasta los huesos.
Los argumentos políticos y sociales de la extrema derecha tienen que ver con la disonancia cognitiva. ¡Vaya! ¿Y esto qué es? Trataré de explicarme sencillamente. La disonancia cognitiva hace referencia al conflicto que sostiene una persona que tiene dos pensamientos sobre una misma cosa al mismo tiempo, o un comportamiento contradictorio con sus creencias. La ultraderecha convive en un sistema político, del que utiliza sus recursos de libertad y representatividad, con la intencionalidad final de alcanzar el poder que les permita finiquitar el sistema, aprovechando las debilidades de las democracias sociales y liberales arrinconadas por las inseguridades provocadas por una globalización feroz.
La derecha radical, representada por organizaciones como el Frente Nacional en Francia, el Partido de la Independencia en el Reino Unido, el Partido de la Libertad de Wilders en Países Bajos, la Alternativa para Alemania, o lo hoy parece querer venir a representar Vox en España, inocula su mensaje adaptándose a esa realidad social y política que desprecia. Para ello se institucionaliza en el marco democrático, se profesionaliza y hasta modera su perfil antisistema. El anhelo de dinamitar las instituciones democráticas, derrotar terminantemente al oponente y reestablecer un estado autócrata, exige un esfuerzo de auto represión necesaria para participar en el juego democrático. Al menos, hasta que se den las condiciones óptimas para mostrarse tal cual. Camuflar sus disonancias cognitivas rebaja el umbral ideológico extremista, permitiendo transmitir un perfil psicológico de los líderes, cabezas y caudillos que mejora las expectativas de que muchos más votantes los elijan. Lo sorprendente es que esta interpretación la están escenificando aparentemente bien, sin contradicciones internas ni voces discordantes.
En un mundo en confrontación lo primero son los nuestros
Un razonamiento con casi tantos muertos como partículas de polvo delatan lo obsoleto. Sin embargo, no deja de impactarnos como vuelve a funcionar de manera eficiente. Si existe un elemento psicológico capaz de modificar, retrotraer o retorcer cualquier cosa, ese es el miedo. El miedo y el rechazo al diferente, especialmente al inmigrante, al extranjero, la aporofobia, término que propone la filósofa Adela Cortina para describir el miedo al pobre, sigue siendo la emoción que más se explota por los extremismos neoliberales o filofascistas.
La manipulación emocional a través del apego al grupo de pertenencia facilita la influencia sobre las opiniones, pero, sobre todo, en la toma de decisiones. Es una estrategia de mucho control por parte del grupo de influencia de la organización cuya finalidad es instalar en la “cabeza” del acólito o del probable votante la semilla del pensamiento no crítico.
La vulnerabilidad cognitiva es la puerta de entrada de las ideas superficiales y malintencionadas a la corteza frontal de los cerebros humanos, zona donde un único grupo neuronal procesa la información con la que tomamos, finalmente, las decisiones. Teniendo en cuenta la cantidad de decisiones que tomamos emocionalmente, el discurso de la identidad nacional, de desprecio al multiculturalismo, de estigmatización de las preferencias sexuales de cada cual y hostigamiento abierto a quien no es de aquí, modela las mentes de algunos para después enconar hasta donde se pueda el adoctrinamiento.
Prejuicios, orientación de dominio social y autoritarismo son los precursores de pensamientos y conductas en los elementos más activos de los grupos radicalizados; sumisión e indiferencia hacia el sufrimiento del diferente, son los de todos aquellos que miran hacia otro lado a la hora de votar.