El comienzo del año no siempre se sitúa un 1 de enero. Para muchas personas, yo incluida, septiembre llega siempre como una promesa de nuevos inicios, de nuevos proyectos: una mezcla de desafío y esperanza ilusionante (no ilusa) en un avance, en un progreso dentro de un nuevo ciclo. Incluso aunque no tengas ya ni la seguridad o el olor atrayente de unos libros y un colegio a los que volver o un trabajo a corto plazo. El tiempo, ese juez insobornable, avanza demasiado deprisa en estos tiempos a veces turbulentos y engañosos, pero también realistas y directos, pero nos da este periodo de tregua para que replanteemos objetivos, mejoremos y vayamos tras lo que queremos. Después de un paréntesis merecido de la rutina en la que estamos inmersos – todos, también los desempleados, tienen sus propias rutinas- nos da ese respiro para pensar qué estamos haciendo, qué hemos hecho y en qué debemos centrarnos para conseguir aquello que queremos.
Hay casualidades, anécdotas, que pueden conformar una vida o incluso pasar a formar parte de los libros de Historia. Con mayúsculas. Muchas personas conocerán la famosa anécdota del encuentro entre el explorador, geólogo y misionero escocés David Livingstone y el periodista buscavidas, aventurero y también explorador Henry Morton Stanley. Ese famoso y envarado apretón de manos con la frase Doctor Livingstone, supongo. La vida está llena de contradicciones y fue una fake news de la época, la de la muerte de Livingstone – dada y publicitada por parte del séquito que le abandonó y le dejó sin dinero en pleno centro de África y casi al término de su expedición, menos mal que no había drones en el siglo XIX- la que llevó a un medio de comunicación poderoso – el New York Herald- a enviar al Sr. Stanley en su busca. De ahí a la anécdota. Pero más allá de un encargo al uso bien financiado y con bastante interés mediático de por medio, el Sr. Stanley destinó parte de su tiempo e incluso su integridad física en alcanzar sin ninguna certeza de poder llegar a encontrar al eminente Livingstone. En la actualidad prácticamente no hacemos nada si no tenemos la seguridad de que nos llevará con certeza al resultado que queremos con el mínimo riesgo y por eso estamos estancados sin motivación. En ese viaje, además de hacer importantes descubrimientos e incluso de conocer mejor al Dr. Livingstone tras su estancia con él, el periodista curioso traza una estrategia para poder llegar a su objetivo, se rodea de un buen equipo de trabajo – que en momentos delicados en general se mantiene a su lado para que logre su meta- es consciente en todo momento de los riesgos y de los costes, pero es mayor el afán de superación que el propio hecho noticiable y mediático. Se ve en la timidez y el respeto con el que se acerca a Livingstone en ese primer encuentro. Consciente de todos los peligros, esfuerzo y tiempo destinados en llegar a encontrarle. Preocupado de ver a un semejante en una situación complicada, pero aliviado de poder ayudarle. Satisfecho del trabajo bien hecho.
Como Stanley, en la vida viajamos sin otro GPS o guía que no sea la intuición, la experiencia propia además del buen consejo de aquellas personas cercanas que nos conocen y nos quieren bien. Basémonos en su criterio para trazar como él una ruta exitosa hacia lo que será ese nuevo ciclo. Porque cada vuelta del verano supone siempre un nuevo comienzo.