La conciencia humana: un término tan utilizado y tan difícil de definir. Como bien dice Mariano Sigman en La vida secreta de la mente, nuestro conocimiento de la conciencia es el mismo que tenían sobre el calor en el siglo XIX. Sabemos que existe, sabemos cómo localizar algunas de sus funciones y qué partes del cerebro se activan cuando estamos conscientes y podemos discernir con los medios tecnológicos actuales si el cerebro está actuando con el inconsciente o con las funciones de la consciencia, pero no somos capaces de definir concretamente, como sucedía con el calor en aquellos tiempos, qué es lo que realmente es. El calor era materia, era una onda, era energía… El calor en aquella época de investigación era más fácil definirlo por lo que no era.
Podemos definir a la conciencia por lo que percibimos de ella, más que por lo que es o la zona del universo que ocupa. El ser humano tiene dos formas fundamentales de funcionar. Una que es completamente automática y que lleva el funcionamiento de su organismo sin que nos demos cuenta y la otra. La conciencia es esa otra. Es lo que percibimos de nosotros mismos. Lo que sabemos que estamos haciendo y cómo nos vemos a nosotros mismos. Detrás está ese compendio de mecanismos neuronales que no controlamos (el inconsciente), va por libre y soporta la funcionalidad consciente. Sabemos que somos personas.
El encendido y apagado de la consciencia
No toda la vida somos conscientes (algunos rara vez lo son).
Más allá de la broma fácil, todos sabemos que el estado de consciencia no es continuo ni estamos preparados para que lo sea. Como mínimo necesita descansos o pausas. El reposo nocturno durante el cual el cerebro deja de ser consciente de nuestros actos suele y debería darse al menos durante unas siete u ocho horas al día.
No es que el cerebro deje por completo su actividad, al contrario. Durante el sueño profundo se ha llegado a registrar mucha más actividad que durante la vigilia, aunque se trata de otro tipo de actividad cerebral, que al parecer permite «limpiar» y reordenar lo que durante el estado de consciencia no podemos.
Estos momentos de desconexión con el exterior están controlados por el inconsciente y son de varios tipos y niveles. Uno muy singular es el sistema que desconecta la función muscular durante el sueño. Se trata de un sistema que evita que demos patadas y puñetazos mientras soñamos. Si este mecanismo no existiera, no podríamos dormir en pareja. Aunque no es infalible, a veces no desconecta (algunos casos de sonambulismo) y otras veces se queda conectado una vez que despertamos (hace poco un amigo me comentó que le ocurrió, como a un 20% de la humanidad alguna vez en su vida y es terrible sentirse vivo, pero no poder moverse ni hablar). A este error en el sistema de desconexión se le llama parálisis del sueño y no es grave, aunque si se repite más de una vez, hay que consultar al médico.
Otras desconexiones programadas son las que pueden ocurrir cuando se ingieren químicos que crean alucinaciones. En este caso, la transición entre el estado consciente y el no consciente suele ser algo más difusa al entrar y al salir del estado intermedio (o total) de inconsciencia. Hay casos en los que la consciencia se pierde en un sentido similar al de la esquizofrenia, en el que vemos un relato, el relato es fantástico y perdemos la consciencia de que somos nosotros mismos los autores de ese relato (son las voces que oye el esquizofrénico o los elefantes rosa que sobrevuelan por encima del alucinante).
Y la forma de desconexión que nos ocupa hoy es la más organizada, estudiada y programada de todas: la anestesia.
La anestesia, para los que nunca hayáis firmado el dichoso papelito de autorización a una cirugía, es la administración de fármacos del tipo alucinógenos, anestésicos y analgésicos, pero de forma muy controlada para llevarnos del estado de consciencia al de inconsciencia durante el tiempo que requiera la intervención que nos vayan a realizar.
Ese paso a la inconsciencia incluye el citado mecanismo de la desconexión del cuerpo, además de la mente, por lo que no sentiremos dolor ni nos moveremos, que en este caso es el principal objetivo de los alucinógenos que nos inyectan primero y que nos administran vía aérea después.
Una vez acabada la intervención, nos despiertan. En teoría y si todo va bien, cuando deja de administrase la anestesia, nos vamos despertando poco a poco. Volvemos de un estado de bienestar alucinante a este mundo y, como si fuera poco, nos invade el dolor de lo que nos han hecho. Digo en teoría y si todo va bien, porque hay casos, contados casos, en los que este mecanismo no es lo que se espera de él.
Cuando fallan el apagado o el encendido
Al no tratarse de un interruptor, este cambio entre vigilia e inconsciencia puede traer problemas durante o después de una operación quirúrgica (como ocurre con el sueño durante las parálisis del sueño). Existen diversos factores y grados de afección. Solo voy a comentar dos casos: una mal apagado y un mal encendido.
Hay situaciones en las que durante la operación no se desconectan todas las funciones de la consciencia. Existen casos registrados en los que el paciente sufre algo similar a la parálisis del sueño: no siente dolor, no puede moverse, pero es consciente de todo lo que ocurre. Según los que lo han sufrido, se trata de una situación en la que todo ocurre como si estuvieran muertos o esperando morir, dado que no son capaces de hacer absolutamente nada. Estos casos suelen revertir en posoperatorios con pesadillas y problemas del sueño durante varios meses.
En el otro extremo existe la posibilidad de que el coma inducido se trata en un coma crónico. El exceso del anestésico o determinadas incompatibilidades o reacciones con el organismo del paciente pueden provocar que el regreso al estado consciente no sea fácil e incluso hay casos en los que se declara al paciente en estado vegetativo.
Mejor no dormirse en los laureles
Pero aquellos son casos aislados y demuestran que desde el descubrimiento de la anestesia en 1840 y de su evolución a valores de mortalidad razonables y casi despreciables (en 1940, no hace tanto la mortalidad a causa de la anestesia en intervenciones quirúrgicas era de casi un tercio), ha corrido mucha agua bajo el puente, ese puente que une la consciencia y la inconsciencia y el que tenemos que cruzar despacio y con cuidado, de manera segura y controlada y la menor cantidad de veces que sea posible, a no ser que nos guste dormirnos en los laureles o relajarnos tanto que el volver sea demasiado duro…
Os lo digo porque en unos días este individuo realizará uno de esos pasos y dicen que además de los efectos analgésicos y anestésicos de los fármacos vía aérea, también hay efectos de pérdida de memoria temporales, que pueden llegar hasta varias horas antes de la intervención. Puede que este artículo me sea completamente desconocido, que reniegue de él o incluso que odie al que lo escribió, sea cual sea el caso, bienvenido sea, estaré en este mundo y podré seguir escribiendo.
Consciente de lo que escribo, me despido hasta la próxima desconexión.