El femicidio es un crimen producto de la desigualdad, es el asesinato de una mujer porque se le considera inferior, porque se le considera propiedad; pero es también un acto sancionatorio por desafiar el mandato patriarcal de la feminidad. De acuerdo a ello, es posible afirmar que el femicidio incluye los asesinatos de mujeres cometidos en el contexto de relaciones de pareja (novio, exnovio, compañero, excompañero, prometido, exprometido, esposo, exesposo, amante o examante); los crímenes de honor o por incesto (aquellos perpetrados por padres, tíos, primos, hermanos o hijos de consanguinidad, afinidad o adopción para reafirmar su autoridad o encubrir la violencia incestuosa); la muerte de una mujer por parte de un conocido o desconocido en el contexto del acoso sexual, producto de violaciones, prostitución, turismo sexual, trata o esclavitud. Así mismo, es posible considerar femicidio el asesinato de mujeres motivado por odio, desprecio y aversión a su identidad de género o preferencia sexo-afectiva (lesbianas, bisexuales o transgéneros).
No obstante, en las diferentes narrativas mediáticas, académicas y literarias parece haberse construido un estereotipo sobre estos crímenes. Los elevados índices de ocurrencia en la región han contribuido a concebir el femicidio como un crimen de naturaleza latinoamericana, más aún, cuya existencia y ocurrencia parece circunscribirse a Centroamérica. Pero este hecho no es casual, los masivos, crueles e indescriptibles femicidios perpetrados en Ciudad de Juárez desde la década de los 80, acapararon la atención y la preocupación de sectores académicos, activistas y medios de comunicación; al mismo tiempo que creó un estereotipo del crimen, pero también un estereotipo de las víctimas.
Este imaginario colectivo en el cual el femicidio aparece como un hecho lejano, centroamericano, perpetrado en parajes desérticos, en el contexto de los conflictos armados, las guerras entre pandillas y el contrabando, ha contribuido a desestimar, invisibilizar y desatender la ocurrencia de estos delitos en otros países de la región latinoamericana, pero también en Europa.
En el caso de España el número de mujeres víctimas mortales por violencia de género comenzó a contabilizarse por primera vez de forma oficial en el año 2003, por parte del Instituto de la Mujer y para la Igualdad de Oportunidades, adscrito al Ministerio de la Presidencia, Relaciones con las Cortes e Igualdad. Estas estadísticas victimales ponen en evidencia que, en los últimos 17 años -específicamente entre el 1 de enero de 2003 y el 19 de junio de 2019-, han sido asesinadas por la violencia machista un total de 1.000 mujeres en España.
De acuerdo a los informes Mujeres víctimas mortales por violencia de género en España a manos de sus parejas o exparejas se han contabilizado 71 víctimas en el año 2003, 72 durante 2004, 57 en 2005, 69 en 2006, 71 en 2007, 76 en 2008, 56 en 2009, 73 en 2010, 62 en el año 2011, 52 para 2012, 54 para 2013, 55 en 2014, 60 en 2015, 49 en el año 2016, 51 en 2017, 47 en 2018 y 25 mujeres víctimas de femicidio en lo que va de 2019.
Pero estas estas cifras también revelan algunos aspectos de importancia para la comprensión, prevención, atención y sanción de este delito. El primero de ellos es que estas cifras podrían ser más elevadas, sin embargo, se desconoce su magnitud real debido a que en España no se encuentra tipificada penalmente la figura del femicidio y se reconoce como violencia por razones de género solo aquella perpetrada por el agresor en el seno de la relación sentimental y de pareja; es decir, las formas de violencia ejercidas contra las mujeres por parte de sus cónyuges o de quienes estén o hayan estado ligados a ellas por relaciones similares de afectividad, aun sin convivencia. Esto sin lugar a dudas contribuye a invisibilizar las muertes de mujeres como resultado de la violencia machista perpetradas en otros contextos y por otros motivos sexistas fuera de la relación de pareja.
En segundo lugar, si bien es cierto que, en términos absolutos las cifras de estos crímenes en España son menores en relación a América Latina -donde muchos de sus países superan las mil víctimas al año-, la realidad es que el femicidio también se encuentra arraigado en la sociedad española.
En tercer y último lugar, estas cifras evidencian que la ocurrencia de este delito ha disminuido progresivamente en los últimos años -a diferencia de América Latina donde se incrementa exponencialmente-, sin embargo, la erradicación de la violencia por razones de género y el femicidio en la sociedad española requieren de la profundización de los esfuerzos ya implementados y la puesta en práctica de nuevas iniciativas y mecanismos que garanticen su erradicación; empero, esto se ve amenazado ante la avanzada de sectores conservadores que desestiman la violencia machista y apuntan al desmantelamiento institucional de los avances en materia de derechos de las mujeres.