Las recientes elecciones generales en España vieron una gran movilización y unos porcentajes de participación como no se veían hace mucho tiempo. Generalmente, son los votantes de izquierda los que se tiende a considerar más volátiles, desencantados y menos fieles a unos políticos que pocas veces actúan según determinados principios románticos de la izquierda. Pero esta vez había algo diferente.
En esta ocasión había cierto sentido de urgencia, de necesidad de evitar que España se uniera a esa tendencia a la extrema derecha que muchos países europeos están siguiendo. El crecimiento de Vox, que se alimentaba del comprensible desencanto de gran parte de la población con los partidos tradicionales, hizo temer por muchas medidas sociales tomadas en los últimos tiempos, en algunos casos tras arduas luchas, hizo pensar que los privilegios fiscales del País Vasco y Navarra tenían los días contados, que las singularidades culturales de Euskadi y Cataluña se verían expulsadas de las aulas y que, en muchas otras materias, España podía ir décadas atrás.
Pero España se movió; muchos jóvenes votaron por primera vez, 100.000 discapacitados intelectuales tuvieron también su primera oportunidad de decir la suya y, entre todos, salvaron un match ball para el país, pero el partido continúa. Ahora los vencedores tendrán la oportunidad de demostrar que la gente no se equivocó, que merecían esa oportunidad y que habrá que mejorar muchas cosas para que el dragón no siga creciendo.
Poco he leído sobre algo que parece obvio; Sánchez, y sus aliados, los que sean, tienen una oportunidad de hacer las cosas bien, escuchar al pueblo y mejorar las condiciones de vida, de dejar a tras la crisis de una vez por todas, de garantizar unas condiciones de vida decentes a los millones de personas en el umbral de la pobreza, de mejorar las condiciones de vida de las personas discapacitadas y dependientes, y de garantizar el avance social del país. Hay que seguir adelante también con temas mediáticos como la exhumación de Franco y la ley de la eutanasia, pero esos casos tan solo son la punta del iceberg.
Si los socialistas y sus compañeros de Gobierno no aprovechan la oportunidad, las personas que acudieron a votar el pasado 28 de abril tal vez no lo hagan en cuatro años, y quizá volveremos a porcentajes paupérrimos que merodean el 60% y entonces no bastará para frenar a Vox, cuyo crecimiento en tal caso se antojaría imparable, y a la derecha, que tiene un historial en España de lidiar muy mal con las derrotas.
La oportunidad que Sánchez obtuvo hace apenas un par de meses no es un cheque en blanco, es un favor, casi una hipoteca a cuatro años, y los votantes van a querer que se les devuelva ese favor. En caso contrario, puede no haber otra oportunidad. La situación se antoja muy compleja, pero, gracias a la masiva participación, el sol parece brillas mucho más, y su luz parece mucho más cálida que antes de las elecciones.