Una visita imprescindible en esta tierra sureña, anhelada y conquistada por tantos pueblos, cuya herencia reflorece en sus monumentales castillos y torres conservados como auténticas joyas.
Un poco de historia
A partir de la caída del Imperio Romano de Occidente, Italia fue conquistada por los bizantinos y posteriormente por los godos hasta que les tocó el turno a los lombardos o longobardos (del latín langobardi), que llegaron en el año 568, quienes rechazaban cualquier mescolanza con los latinos o bizantinos, defendiendo sus propios privilegios: la lengua germánica, la religión pagana o ariana así como el monopolio del poder político y militar. Su llegada provocó un cambio en el ordenamiento político de Apulia, donde la presencia bizantina se redujo a las zonas costeras, que no lograron expugnar, manteniendo el control del territorio hasta el definitivo sometimiento bizantino en el año 800. Su principal testimonio se concentra en las fortalezas para defender las tierras, como la imponente de Santa Ágata, o en la milenaria Vía Sacra que enlazaba el santuario de Mont Saint-Michel con el de San Michele.
Siguieron los primeros normandos que afluyeron a Italia formando un grupo de peregrinos de vuelta de Tierra Santa y que, tras desembarcar en Salerno, ayudaron al príncipe local a librarse de los sarracenos.
Sucesivamente pasaron a las órdenes de los príncipes longobardos y gradualmente hacia 1039 se adueñaron de todo el sur unificando una Apulia transformada en condado y después en ducado. Este pueblo edificó muchas iglesias creando el estilo románico apuliense, de difícil datación, dado que a veces se remonta al año de inicio de la construcción -o al de su consacración-, a veces ya existente a su llegada.
Tras la dominación normanda, los apulienses quedaron sometidos a la suaba (entre 1194 y 1266) primero con Enrique VI y después con Federico II, en 1198 coronado rey de Sicilia y duque de Apulia, que a los 14 años contrajo matrimonio con Constanza de Aragón. Federico, de gran personalidad llegó a gobernar durante 30 años, conduciendo una exasperada lucha contra el papado hostil a su concepción laica del estado y a su unificación del reino de Sicilia al Sacro Imperio Romano Germánico. Se retiró en 1250 dejando un patrimonio cultural extraordinario en las artes, en las ciencias, en la filosofía y sobre todo en la literatura (cabe recordar que en su Corte se dio origen a la Escuela Siciliana de la que nacerían los primeros versos del nuevo italiano vulgar, el sículo-apuliense). Federico convirtió Apulia en el centro de su reino, dejando numerosos castillos, donde transcurría gran parte del año para descansar tras las campañas militares.
Fue con Carlos I cuando inició la dinastía de los Anjou (de 1266 a 1442), que trasladó la capital del reino a Nápoles marginando inevitablemente Apulia, condicionada por el asentamiento de los feudos de los nuevos barones. A partir de ahí, la historia apuliense de aquel período resulta avara de noticias, recordada por un progresivo empobrecimiento y por la fuerte presión fiscal.
Por su lado, la dominación aragonesa iniciaba con Alfonso IV de Aragón, I de Nápoles, a partir de 1442. Este soberano logró unificar el reino de Nápoles con el de Sicilia, reordenó la administración del estado y organizó las Universidades además de los actuales municipios. Entre otras importantes reformas, a él se debe el ordenamiento judiciario. Cuando en 1480 los turcos asediaron y saquearon Otranto, el duque de Calabria con un ejército de aragoneses consiguió desbaratar al ejército turco cuya flota se estaba retirando tras la noticia de la muerte de Mahoma II, el séptimo sultán del Imperio otomano.
Un patrimonio sin fin
Con estas históricas y significativas premisas para acercarnos a su infinito patrimonio, cito los motivos por los cuales merece conocer bien esta región, especialmente en el territorio de los Montes Daunos y de Trinitapoli. Su riqueza monumental se presenta muy atractiva y bien conservada, luciéndose en los estilos románico apuliense, gótico y barroco, con el valor añadido de la gastronomía local, excelentemente demostrada tanto por cocineros tradicionales como por los nuevos chefs, fiel a la alta producción agroalimentaria local. Ni qué decir tiene la excelente vinificación que en esta región se remonta a más de un milenio, desde cuando los griegos plantaron la vid traída a través del mar Adriático, que no ha cesado de dar inmejorables caldos.
En las estribaciones de los Montes Daunos: Sant'Agata
En italiano se la denomina Puglie en plural, dada la diversidad de sus contextos territoriales, de sus panoramas naturales, de sus tradiciones... Por todo ello, aporta un enriquecimiento personal recorrerla saboreando todos sus matices ancestrales y sus genuinos paladares, que no dejan de conquistar al visitante. Pero me concentraré en la comarca de los Montes Daunos, tomando como epicentro la deliciosa localidad de Sant’Agata, y la extensa llanura de Trinitapoli, en la provincia de Foggia, a través de sus más directos testimonios: los castillos con sus respectivos burgos medievales, vestigios y yacimientos arqueológicos e increíbles panoramas.
Y el castillo de Sant’Agata es uno de los más privilegiados: se levanta sobre una colina estratégica arriba del impecable pueblo de los portales de piedra (donde se graba simbólicamente el oficio de su propietario). Esta fortaleza, denominada en época romana Artemisium, debido a que en su cima se hallaba un templo pagano, fue rebautizada como Santa Ágata (en italiano Sant' Agata) cuando ahí en 592, fueron trasladadas las reliquias de la mártir. Una anécdota histórica, transmitida oralmente, refiere que el astuto capitán Agatone (cuyo retrato aparece bajo el arco de acceso al patio del castillo) fue asesinado por su barbero, que no habría aceptado la aplicación del ius primae noctis a su esposa. Leyendas aparte, la fortaleza ejerció el control militar en el valle abierto a sus pies bajo los longobardos, normandos, suabos, angevinos y finalmente aragoneses. Con Alfonso de Aragón, a partir de 1442, la estructura estuvo en manos de los Orsini, que modificaron la fortaleza en residencia ducal, perdiendo sus características defensivas al transformarse en una residencia tal y como permaneció hasta mediados del siglo XIX, cuando quedó abandonada. Hoy día se presenta como uno de los mejores ejemplos de recuperación monumental.
Bovino, Deliceto y otras localidades con historia
O el de Bovino, nombrado uno de los burgos más bellos de Italia y dotado de 800 magníficos portales de piedra. Su castillo ducal se apoya sobre la antigua fortaleza de época romana. Se cree que el constructor haya sido el normando Drogone, conde de Apulia en la primera mitad del siglo XI, que edificó en las ruinas de la primera estructura defensiva el actual castillo. En 1563, tras haber pertenecido a diversos señores, pasa a la propiedad de Delfina Loffredo, madre de don Giovanni Guevara -cuyos descendientes residirán en este palacio ducal hasta 1961-, convirtiéndolo en elegante morada para alojar a reyes e ilustres personajes, y después pasar a propiedad obispal, dándole una nueva linfa y asignándole un alto valor cultural: uno de los conjuntos históricos más interesantes y actual sede del completo Museo Diocesano.
Mientras, con diferencia del de Bovino, el de Deliceto se presenta como un fuerte militar: con su austera e imperativa mole, también de origen normanda, erigido en el siglo XI, cambiado a lo largo de los siglos con las intervenciones más significativas por voluntad de Carlos d’Anjou en el siglo XIII, tras la incursión sarracena de la que resultó dañada. Su nota más curiosa estriba en una torre, Parasinno, usada como prisión con un siniestro instrumento de tortura.
A pesar del impacto del tiempo transcurrido, que para algunos de estos monumentos haya podido alterar la antigua fisionomía, los restos de estos antiguos símbolos de poder siguen siendo de lo más sugestivo: pasando de robustas edificaciones de protección y defensa a lugares de interés de un turismo medio-alto, al ser destinados a museos o utilizados para eventos culturales.
Cabe citar otras localidades, que sin la fuerza memorable de estas estructuras, ofrecen atractivos imanes para el visitante en busca de novedades sorprendentes como en el caso de Accadia, antigua zona sagrada con una inmejorable posición. Desde su plaza, rodeada de un bellísimo paisaje natural, se yergue una majestuosa Fuente creada en 1836 bajo Fernando II de Borbón, donde tronea una lápida que recuerda el asedio de 1462 por parte de Fernando I de Aragón. Si bien, quizás lo más sugestivo es el barrio «Fossi», medio derruido por el último terremoto, que testimonia un ejemplo arquitectónico de la antigua tradición campesina: sus casas se separan por un dédalo de callejones, adoptando una forma circular alrededor de una iglesia de estilo bizantino, en vías de restauración. Su simple vista al atardecer ofrece unas sensaciones únicas.
O Ascoli Sastriano, la antigua Ausculum, un cofre de antiguas culturas acumuladas en su tesoro arqueológico. Y aquí hay que retroceder a la época del Imperio romano cuando su territorio fue escenario de la famosa batalla etre Pirro y los romanos. La domus de la plaza San Potito ofrece aún uno de los raros documentos de su romanidad. La falta de precisas informaciones, lleva a intuir como parte de un ajuar de una tumba daunia del siglo IV a.C., una serie de vasijas de altísima calidad, entre las que reluce un trapezophoros, orgullo de su museo, único en su género, representado por dos grifos polícromos que matan a un ciervo, de un mármol procedente de la actual Turquía. Una joya arqueológica única que reluce en su museo cívico.
Descubriendo Trinitapoli
La propuesta aconsejada se extiende a la provincia de Trinitapoli, deliciosa localidad, donde se sugiere pernoctar en el hotel Airone, a comer en el restaurante Corte Maria o a la cervecería artesanal Decimo Primo, con ricos platos que integran en la cocina local una nueva gastronomía.
En Cerignola no se puede dejar de conocer la torre Alemanna. Varios son los motivos que hacen imperdible su visita: un impresionante conjunto monumental, que testimonia el asentamiento entre los siglos XIII y XIV por parte de los Caballeros de la Orden religioso-militar de Santa María de los Teutónicos en Jerusalén y que revela extraordinarios restos de un ciclo pictórico del siglo XIII. Actualmente, sus ambientes del ala sur exhiben valiosas piezas en el Museo de las Cerámicas.
Un debido salto a la naturaleza propone llegar hasta las cercanas salinas y ver los lugares de la producción de su exclusiva sal, cuyas explicaciones se recogen en la Casa de Ramar, punto de referencia para estos extensos humedales, dotados de una pictórica luminosidad.
Se prosigue a Canosa, Canusium, entre los más importantes centros indígenas de la Daunia. Es la ciudad arqueológica por excelencia: en el curso de los siglos, Canosa deviene un importante centro comercial y artesanal (exclusiva su ancestral producción de vasijas canosinas, con gran influjo magnogriego). Sella una memorable alianza con Roma y demuestra su fidelidad acogiendo a los soldados romanos vencidos por Aníbal en Cannas en el 216 a.C. Elevada a colonia con el nombre de Aurelia Augusta Pia Canusium, siglos después fue invadida por los longobardos y sucesivamente devastada por obra de los Sarracenos, expulsados en el año 871, hasta que encuentra un merecido relieve por parte de los Normandos y por los Suevos, capitaneados por el ya mencionado Federico II (cuyo símbolo más conocido es el soberbio Castel del Monte, una estructura aún por descifrar). Pasado el dominio normando-suabo, inicia su ocaso, agravado por numerosos terremotos y saqueos, reduciéndose a un feudo de varias familias. Imperdible la visita a su Museo Arqueológico, a su Museo del Palacio Iliceto, al Antiquarium de San Leucio y a los numerosos hipogeos que perforan la ciudad, del V al IV siglo a.C. con increíbles vestigios.
A orillas del Adriático
En la costa, aparece la perla del Adriático, la impresionante Trani, que ofrece un espectáculo único. Encanta la inmersión dentro de su arte y su historia milenaria, desde las espléndidas iglesias (con su reina de las Catedrales de Apulia)a los suntuosos palacios, revestidos de una piedra clara que resplandece a cualquier hora del día, desde el alba hasta el atardecer.
Acabamos nuestro gratificante paseo por el territorio de Foggia, digno epicentro, visitando esta placentera ciudad a la que se alcanza por tren desde Roma en pocas horas. Se hace obligatoria una parada en el Museo Cívico, donde se narra una historia que arranca de las aldeas neolíticas y se desarrolla a través de las piezas procedentes de las ciudades daunas, entre las cuales se destaca Arpi con sus soberbias tumbas hipogeas hasta llegar a las obras de relevantes artistas de los siglos XVIII y XIX. Se trata de un viaje en el pasado garantizado por las nuevas tecnologías: con tabletas interactivas, animaciones a lo largo del recorrido y la casa del mosaico de los leones y de las panteras. Y a seguir pateándola adentrándose en su cultura, y en todo su territorio: ¡despacito!