Mi despertar a la conciencia política coincidió con uno de los gigantescos terremotos del siglo XX. Terminada la II Guerra Mundial, acomodadas las ‘grandes potencias’ con su redistribución de áreas de influencia, nuevas fronteras fresquitas pagadas con la sangre de 65 millones de víctimas y la consolidación (eso creían) de sus imperios coloniales, se despertaron las guerras de independencia.
Asia y África se sacudieron de encima –de buena o mala manera– la ‘misión civilizadora’ de Francia, Gran Bretaña, Japón, EEUU, Portugal, España, Italia y otros benefactores de la humanidad que no dejaron detrás sino miseria, destrucción, cerros de cadáveres y, al decir de Neruda, «una montaña de botellas de whisky vacías».
Si las sucesivas guerras de Vietnam contra Japón, Francia, EEUU, los jemeres rojos y China se transformaron en el símbolo de las ansias de libertad y soberanía, el combate de Mahatma Gandhi y Jawaharlal Nehru en la India trazó una vía luminosa que aun resplandece en el planeta.
Numerosos cuadros políticos que se pusieron a la cabeza de la lucha por la autodeterminación de sus pueblos fueron asesinados, encarcelados, torturados y/o desaparecidos: los nombres de Lumumba, Ben Barka, Mandela, Thomas Sankara, Amílcar Cabral, Ho Chi Minh, Gamal Abdel Nasser y tantos otros marcaron las memorias de sus pueblos.
Algunos ganaron guerras, se izaron hasta las esferas del poder, inauguraron una nueva era para sus flamantes Estados. No pocos llegaron a dirigir sus países de la mano de la potencia colonial, inaugurando el llamado neocolonialismo o, peor aún, fueron títeres de un poder apenas disimulado tras las cortinas dispuestas por la potencia ocupante.
Es imposible comprender el mundo de hoy sin conocer ese largo proceso que vio nacer decenas de Estados independientes, de Egipto, Siria, Libia, Irak e Irán, hasta la República de Benín, Etiopía, Costa de Marfil, Senegal, Gambia, Túnez, Marruecos, Angola, Congo, Mozambique, Namibia, Chad, Nigeria, Malí y Mauritania, pasando por la India, Vietnam, Camboya, Laos, Tailandia, Filipinas, la lista es interminable.
Contemporáneamente, los EEUU, surgidos de la II Guerra Mundial como la potencia dominante, se aseguraron el control indiscutido del patio trasero –América Latina– sin que nadie osara poner en duda el buen derecho yanqui: la doctrina Monroe, nacida en 1823, se hizo realidad con algún perfeccionamiento muy propio del siglo XX.
América para los americanos, concepto germinado en la cabeza de John Quincy Adams y expuesto por el presidente James Monroe, quiso decir que el continente le pertenece a Washington y nadie en su sano juicio puede cuestionar ese latrocinio. En la práctica, hasta el día de hoy, muy pocos se atreven. Incontables intervenciones militares, asesinatos, golpes de Estado, bloqueos financieros y comerciales y otras formas de guerra larvada le recuerdan a quien osa oponerse a los designios del Imperio que el colonialismo no ha muerto.
También ocurrió que los sucesores de los padres de la patria se encanallasen. Aquí y allí el poder legítimo de quienes lucharon por la independencia derivó en una suerte de satrapía hereditaria, o en una forma de autoritarismo pandillero. Los herederos de los héroes «se encontraron la virgen amarrada en un trapito» y sin dudarlo un instante aprovecharon la ocasión.
Parece ser el caso de Argelia, país en el que el FLN –partido cuajado en las masas de combatientes de la guerra de independencia– mutó en una red de comerciantes, empresarios enriquecidos a costa del Estado y malversadores de la riqueza inimaginable del petróleo y el gas, mientras la población abrumadoramente joven se va quedando sin futuro.
Desaparecidos –con el tiempo– los héroes independentistas, la exigencia de legitimidad llevó a poner a Abdelaziz Bouteflika a la cabeza del Estado en abril de 1999, hace exactamente 20 años.
Enrolado en el Ejército de Liberación Nacional (ALN) durante la guerra de Argelia, Bouteflika fue cercano a Houari Boumediene bajo la protección del cual escaló en el aparato administrativo.
Elegido diputado de Tlemcen en 1962, fue ministro de la Juventud, de Deportes y Turismo en el primer gobierno de Ahmed Ben Bella (1962 – 1963), surgido de la Asamblea Constituyente. Más tarde ocupó las funciones de ministro de Relaciones Exteriores de Ahmed Ben Bella, a quien contribuyó a derrocar participando en el golpe de Estado de 1965. Entonces fue ministro de Relaciones Exteriores en los cuatro gobiernos de Houari Boumediene. Después de la muerte de Boumediene, Bouteflika fue ministro consejero del presidente de la República de 1979 a 1980. Acusado de extorsión de fondos se vio obligado a exilarse entre los años 1981 - 1987.
Como se dijo, a partir de 1999 ha sido, durante cuatro periodos, presidente de Argelia. Su precaria salud –sufrió un grave AVC– le ha impedido mostrarse en público en los últimos seis años. Bouteflika pasa lo más claro de su tiempo en el hospital de Val-de-Grâce en París, o en los Hospitales Universitarios de Ginebra. En la ausencia de una alternativa, la cúpula en el poder –encabezada por su hermano Saïd– no encontró mejor solución que levantar su candidatura –la de un zombi– para un quinto periodo presidencial. Ahí fue Troya.
Centenares de miles de jóvenes salen a las calles para oponerse a lo que no es sino una farsa, una mascarada. Confrontado a la rebelión de las nuevas generaciones Bouteflika dio a conocer una carta en la que se compromete –si es elegido– a dimitir al cabo de un año. Si antes no ha muerto.
Lo curioso es la actitud del Gobierno y la prensa franceses. Macron guarda un religioso silencio. La memoria de la guerra colonial está fresca, los harkis (argelinos que combatieron del lado de la potencia colonial) aún se pudren en las pocilgas que recibieron al inmigrar forzadamente a Francia, parte significativa del gas que consume Francia viene de Argelia, más de 800.000 argelinos viven y trabajan en Francia y, last but not least, Argelia está ahí, muy cerca.
Argelia no es Venezuela. Macron se envalentonó contra Maduro porque Venezuela está lejos y porque no conoce la historia de América.
Habría que explicarle que Francia ni siquiera participó del bloqueo a las costas venezolanas, ‘incidente’ colonial que tuvo lugar entre fines de 1902 y principios de 1903: las marinas de guerra del Imperio Británico, del Imperio Alemán y del Reino de Italia bloquearon las costas y puertos de Venezuela exigiendo el pago inmediato de las deudas contraídas por el Gobierno venezolano. Las cobranzas imperiales suelen ser violentas. El bloqueo naval terminó con el Protocolo de… Washington, firmado en la capital yanqui el 13 de febrero de 1903. Los EEUU actuaron como «mediador» pretendiendo ser un partido neutral en la disputa. En la memoria histórica de Venezuela los EEUU, Alemania, Italia y España –y ahora Francia– forman parte de los agresores.
Por otra parte los periodistas franceses alaban las manifestaciones que tienen lugar en Argel porque a la prensa gala les gustan las manifestaciones públicas siempre y cuando tengan lugar en el extranjero. En Francia no terminan de arrojar torrentes de basura sobre el movimiento chalecos amarillos. Estos plumíferos desconocen su propia historia. La de América la ignoran al punto de situar geográficamente a México en América del Sur, mientras algún intelectual pone a Perú al lado de Brasil en el Océano Atlántico.
Con esa erudición resulta fácil afirmar que el régimen bolivariano es una ‘dictadura’, y sumar a Francia al cartel neocolonialista que intenta decidir por los pueblos que oprimieron y aún oprimen.
Hoy por la mañana un experto discurría en la radio Europe1 (París), afirmando que lo que le hace falta a Argelia es un Gorbachov (sic), y en ningún caso un Putin (resic).
Gorbachov fue quien le cedió el poder en Europa a los EEUU, reclamando solo que los países liberados de la órbita soviética no entrasen en la OTAN y no participasen del asedio militar a Rusia. Pero se le olvidó ponerlo por escrito y exigir la firma de un Tratado. Tú ya sabes: verba volant, scripta manent. Hoy en día la OTAN enroló a los gobiernos neofascistas de Hungría y Polonia, intenta fagocitar hasta Ucrania y, por si las moscas, se anexó Colombia.
Putin –guste o no– mandó a parar. Eso es inadmisible para occidente.
De modo que así van las cosas. Las potencias colonialistas no renuncian a ejercer su ‘misión civilizadora’. Los harkis actuales –Chile, Argentina y Colombia– luchan del lado de las potencias coloniales. Los EEUU intentan conservar el ‘patio trasero’.
Y los países definitivamente liberados del dominio extranjero luchan para asegurar su propio futuro, no sin encontrar en el camino algunos desvíos peligrosos.