Recientes acontecimientos en varios países de Latinoamérica han actualizado una vieja cuestión relativa a la necesidad de que cada Estado tenga su propio ejército o fuerzas armadas.
Lógicamente, podemos revisar la historia de las Provincias Españolas de América del Sur que en los inicios del siglo XIX se alzaron en armas para lograr su Independencia del todopoderoso Imperio español. Igualmente, en 1776 las colonias inglesas de América del Norte también recurrieron a la lucha armada para independizarse del también poderoso Imperio Británico. Ambos hechos históricos justificaron así la existencia de ejércitos locales destinados, en principio, a preservar la soberanía territorial de cada Estado emergente.
Vale la pena acordarnos que, en el caso de las antiguas colonias inglesas, al tomar el sistema federal de gobierno tuvieron la brillante idea de prohibir la existencia de ejércitos locales o en cada antigua colonia. Así, las colonias se constituirían en un solo ente y depositarían exclusivamente en el Gobierno Federal las funciones de establecer y mantener fuerzas armadas.
No ocurrió así en el caso de la región de Centroamérica. Ahí, sin recurrir al levantamiento armado se proclamó la Independencia en 1821. En una forma sutilmente manejada, las élites gobernantes de la época emprendieron en una especie de transición ordenada mediante la cual desistían de ser Provincias Españolas de Ultramar para transformarse pacíficamente en un ente indefinido. Así, se dio inicio a la búsqueda de un sistema de gobierno centroamericano. Ésta emanaría de la expresión popular a expresarse en un Congreso celebrado un año después de la Declaración de Independencia (en 1822).
La Región Centroamericana se componía de cinco antiguas provincias. Sus sociedades se encontraban divididas y polarizadas por las élites que proponían volver a un régimen monárquico, y los que impulsaban un sistema republicano de gobierno con fuerte influencia de las ideas y experiencias de la Revolución francesa. Al final, se impuso la última tesis bajo el liderazgo de un sector social que se identificó como liberal, en contradicción a los sectores monarquistas calificados de conservadores. Esto provocó fuertes discusiones sobre qué significaría un sistema republicano, fundado en un concepto unitario de nación o en un concepto federalista. Esta tesis estuvo influenciada por la historia de la Independencia de las antiguas colonias inglesas cuyo ordenamiento federal tenía ya un desarrollo de casi cuarenta años y con indicios de ser sumamente exitoso.
Concertada la conformación de una República Federal se produjeron fuertes argumentaciones sobre la facultades y funciones de los poderes del Estado, cayendo en el error de rechazar la tesis del ejército único al nivel federal y autorizar la conformación de un ejército para cada Estado federado. Así, la creación de la República Federal de Centro América estaba destinada al fracaso.
En el interregno se dieron continuas guerras entre los Estados Federados o internamente en varios de ellos casualmente por la conformación caudillista y localista de cada ejército. En 1838, la República Federal no resiste más y se produce la conformación de cinco Estados libres, independientes, y soberanos. Cada uno, claro está, con su respectivo ejército.
Y, ¿qué es un Ejército?, se preguntaba allá por el año 1850 el escritor, historiador y político francés de la época, Monsieur Pierre Clément Eugène Pelletan (1813-1884; Les Droits de l´homme, 1858). Su respuesta fue:
«una imposición de seguros contra el peligro de invasión. El problema consiste en saber lo que cuesta y producen la fuerza armada».
Y procede a explicar su afirmación con hechos históricos de su época:
«Francia durante 1815 y 1865 estuvo en paz, salvo las incursiones militares a España, Grecia, África y Amberes, las que calcula en un costo de un promedio de cuatrocientos millones (400 millones) para sostener el Ejército y la Armada, lo que suman diez y seis mil millones de francos (16.000 millones) malgastados, y por temor a una guerra que no llegó a estallar. A ello agrega diez y ocho mil millones (18.000 millones) más que ha perdido la producción por haberse visto privada de ochenta mil (80,000) trabajadores llamados al servicio de las armas».
Monsieur Pelletan denota que el costo del Ejército debe también incluir los costos que ocasiona a la(s) industria(s) al separar al obrero del trabajo para dedicarse al Ejército y no a la producción. Así, se preguntó: ¿de haberse quedado estos fondos en las manos de aquellos que los ganaron, y sabiendo cómo emplearlos en obras de utilidad, cuál habría sido el resultado? Se habría duplicado el capital disponible de la Francia y, en ocasión de tener que rechazar una invasión de su territorio, contaría con un capital suficiente para derrotar a la Europa entera.
También reconoce que el Ejército es indispensable, y que depende de la forma de Gobierno, preguntándose si acaso es absoluto el Gobierno, y de ser así, ¿si se necesita un Ejército para defenderse contra sus propios súbditos y también contra la nación vecina?
Además, hay que preguntarse: ¿cuál es el papel del soldado? ¿Es hacerlo permanecer el tiempo suficiente en el Ejército para convertir su afección hacia la Patria y hacia su Familia en un nuevo espíritu? ¿Es que la disciplina le exige que se convierta en un soldado nada más y que la persona que era anteriormente desaparezca?
De inmediato, Monsieur Pelletan describe la situación del Ejército en la Rusia Imperial de la época y del Ejército francés bajo el mando de Napoleón. Es tal vez un extracto un poco largo, pero vale la pena leer:
«El soldado ruso no vive de ninguna vida propia, ni la del alma ni la del cuerpo. Se le manda marchar y anda; se le manda hacer alto y se para. Sabe que tiene la obligación de limpiar su fusil y lo limpia. Pero todo lo que hace es mediante una orden, como movido por un resorte. No hay más que un instante en el que el soldado ruso expresa algún vigor; es al entrar en fuego, la batalla le parece una distracción; ahí al menos tiene el derecho de morir, rompiendo de una vez la monotonía de su existencia… Mujeres, niños, ancianos, él fusilará sin piedad todo lo que caiga entre sus manos en un día de guerra civil y no tendrá el derecho de salvarles la vida, puesto que le han dado la orden de viva voz o por escrito.
Y… ¿qué ha producido, en definitiva, esta ingeniosa transformación del hombre en una máquina de destrucción? Cuando Napoleón, convertido en Monarca a su vez, sustituye con el espíritu de conquista el espíritu de libertad, y el Ejército no se bate ya por una idea, se bate por un Hombre, y este hombre atrae hacia sí el culto que el Ejército profesaba antes a la Libertad.
Se hacía entonces una Guerra Nacional. ¿Acaso era necesaria la guerra? Qué importa, si Napoleón dispensaba al soldado de toda curiosidad sobre este punto; no le exigía más que valor.
Mas a la caída del Imperio, el espíritu militar, creado por Napoleón, recayó sobre la Francia con todo el peso de una inacción forzosa. Viéronse por todas partes millares de hombres, creados entre el humo de la pólvora, y acostumbrados a vivir en medio de las horribles delicias de la guerra, divagar melancólicamente por las plazas públicas, buscando en vano contra la ociosidad un pasatiempo digno de su grandeza pasada.
Habría sido muy difícil hacer comprender a aquellos Veteranos que la Sociedad vive del pensamiento o del trabajo. Su profesión les había parecido siempre la principal de todas... Ellos no convenían en que sin haber oído silbar las balas, se podía influir en los destinos de la Patria… En una palabra, no podían comprender como Francia se acostumbraba a vivir sin andar a cañonazos.
Pero la guerra, se nos dirá, es la gloria. El día en que no haya guerras no habrán tampoco Alejandros ni Cesares. Es un error creer esto; si se desea un azote para la Humanidad, todavía quedan el cólera y el tifus».
En la Región de América Central, a la cual se ha incorporado Panamá en la conformación del Sistema de la Integración Centroamericana (SICA), dos países han renunciado a tener su propio Ejército. Hasta la fecha, no han visto un peligro en su existencia, ni han sido invadidos con intenciones territoriales. Curiosamente, también gozan de ser dos de las tres economías más fuertes de América Central:
Costa Rica: superada su situación político-social del año 1948, y bajo el liderazgo del presidente José Figueres Ferrer, abolió su Ejército y destinó el presupuesto militar y de compra de armas a ser distribuido a los rubros de Salud y Educación; y
Panamá: superada en 1989 la situación creada por el general Noriega y su actitud dictatorial—además de sus negocios con el narcotráfico internacional—el vicepresidente Ricardo Arias Calderón tomó la decisión de abolir el Ejército, no obstante ser el país un posible blanco de ataques en razón del Canal Interoceánico.
Por demás, está decir que salvo conflictos absurdos — incluso una guerra de 100 horas, popularmente denominado la Guerra del Fútbol, entre El Salvador y Honduras — son conflictos internos los que se han venido dando en El Salvador, Guatemala y Nicaragua. Situaciones bélicas que no llegaron a victorias militares—salvo la insurrección contra el último dictador de la dinastía somocista (1979). Conflictos que fueron resueltos mediante acciones diplomáticas encarnadas en los Acuerdos de Esquipulas II, suscritos por los cinco presidentes centroamericanos de la época (1989-1992).
El análisis y descripciones que Monsieur Pelletan nos aportan sobre el origen y efectos de un militarismo normalmente innecesario y que debería servir como tema de estudio y discusiones a todo nivel de nuestras sociedades. Deberíamos estar claros de que los denominados beneficios y necesidades de un Ejército en ningún caso superan los efectos socio-económicos negativos derivados de las guerras internas o entre Estados. A lo que habría que agregar el inconmensurable costo en vidas humanas, lisiados por causa de la guerra, poblaciones desplazadas y obligadas a emigrar y los inmensos daños morales causados a la población civil y a los componentes de los Ejércitos o sectores involucrados en el conflicto armado.
Actualmente, y con inmensos esfuerzos, las Naciones Unidas por medio de su agencia UNESCO, impulsa proyectos y programas en búsqueda de una Cultura de Paz, ajena a todo militarismo.
Centroamérica debería asumir el tema y considerar el balance entre beneficios y perjuicios que la existencia de cuatro Ejércitos nacionales en una región de un poco más de 500.000 kilómetros cuadrados—un área un poco más grande que España—y que ha sido proclamada por los distintos Gobiernos a lo largo de su historia independiente, una región de paz firme, duradera y de progreso y desarrollo sostenible.