Miedo es lo que da el crecimiento de Vox que vaticinan las encuestas. La formación de extrema derecha se ha convertido en una caricatura a ojos de cualquiera que analice con la cabeza fría y recurriendo a la lógica y al sentido común sus postulados y propuestas. Los de Abascal acumulan apoyos por su discurso populista y despiertan asombro por lo retrógrado de sus medidas.
El crecimiento de Vox en Andalucía ha dejado perplejo a más de medio país, pero esa sorpresa quedará en nada si la formación ultraconservadora cumple con los pronósticos de crecimiento en las diversas elecciones que tendrán lugar en 2019 y en las generales de 2020. Ese hipotético crecimiento es razón de miedo y preocupación.
La tendencia al crecimiento de la extrema derecha que hace años asoma en Europa parecía haber indultado a España, principalmente porque el PP agolpaba hasta hace poco tiempo toda el ala derecha de la política; los orígenes franquistas de la formación fundada por Fraga permitían dar cobijo a un amplio abanico de perfiles políticos, lo que incluye a antiguos altos cargos de la dictadura y sus descendientes, carnales y políticos, cuyo discurso de extrema derecha se aguaba ante el contacto con perfiles más moderados, y quizá con sobres de diversa índole, conformando el mensaje de derecha, sin ser extrema, que ha imperado en el Partido Popular.
La expansión de Ciudadanos, cortado por el mismo patrón que los populares, a nivel nacional en los años 2014 y 2015 abrió la veda y comenzó a dividir al conservadurismo patrio, hasta entonces muy unificado en el partido azul, pescando en el desencanto con los partidos tradicionales de una manera similar a como siempre se había diversificado y debilitado la izquierda. Vox, fundado en 2013, ha usado esa tendencia a diversificar las opciones políticas abierta por la formación naranja y por Podemos para rascar los votantes situados más a la derecha y, mediante el populismo en temas controvertidos como la inmigración, también los más enfadados y decepcionados.
Es muy comprensible la tendencia dado el sonoro fracaso de PP y PSOE y su incapacidad para levantar al país tras la crisis económica, que parece haber dejado atrás casi todo el mundo menos España. El país, además, se encuentra inmerso en un retroceso cultural alarmante cimentado en un patriotismo exacerbado y por el crecimiento del independentismo catalán, y en la lamentable gestión al respecto por parte de Rajoy y su camarilla.
Prueba de este retroceso es la polémica de la bandera de Dani Mateo; en 2018 fue controvertido y judicializado un gag humorístico que, en 2013, año en que ese mismo gesto lo hizo Ana Morgade, pasó inadvertido.
De todo ello se ha aprovechado Vox para dar un primer golpe en Andalucía, el partido de extrema derecha ha sacado rédito del creciente orgullo patrio, de la incomprensible focalización de la campaña andaluza en el independentismo catalán, lo cual es lo más absurdo entre lo disparatado, y de los evidentes problemas de inmigración que asolan al país y, muy en especial, a Andalucía.
Es evidente que hay que endurecer las condiciones de acceso a inmigrantes no cualificados, como hacen tantos países, y también la tolerancia a la inmigración ilegal, e incluso facilitar las deportaciones de aquellos inmigrantes que cometan faltas o crímenes, en muchos casos resultado de la falta de adaptación a una nueva cultura y sociedad y/o a la falta de voluntad de adaptarse. Y todo eso no tiene nada que ver con los refugiados de guerra, que conste, ya que el contexto es muy distinto. Pero Vox se ha beneficiado del enfado de los andaluces con las políticas migratorias vigentes y con todo lo relacionado con la unidad de España a través de su discurso populista, y ha colado auténticas barbaridades que están dificultando el acuerdo con PP y Ciudadanos en Andalucía; esas salvajadas incluyen la supresión de las autonomías, derogación de la Ley de Violencia de Género, la posibilidad de evitar la educación sexual en las escuelas y la aproximación al creacionismo en lugar del darwinismo, lo que puede suponer revivir un debate absurdo de hace más de un siglo y medio.
Lo más preocupante del crecimiento de Vox es la ferviente defensa de la formación de muchos de sus votantes. Quiero creer que esa defensa es producto del enfado en cuestiones más viscerales y de la inconsciencia ante lo que la formación de Abascal supone, que un convencimiento real de que es lo necesario para España. O que simplemente defienden a Vox para protegerse de ser juzgados por sí mismos, más que por otros, y ante ese juicio encontrarse preguntándose cómo pudieron votar a tal cuadrilla. La alternativa, y eso es estar de acuerdo con las propuestas de Vox hasta el final, es mucho más preocupante.