«A veces, lo único que nos impulsa a escribir es dejar un mensaje en una botella para que, de alguna manera, aquello en que creíamos y nos parecía hermoso, pueda ser creído o les parezca hermoso a los que vendrán».
(Umberto Eco)
La humanidad siempre ha vivido cundida de conflictos y problemas sociales, hoy exacerbados a cuenta de un modelo económico que ha priorizado el fin por sobre todas las cosas. En otras palabras, que ha destruido todos los valores morales y éticos que, mal que bien, impedían el desboque de la bestia humana que habita en nosotros.
Ya sé que este lead no es nada original, y fuera de eso, poco va a impactar a pocos porque otra de las cosas que parece guiarnos al abismo, es la indiferencia que transforma en rutina informativa las grandes conmociones sociales que en su momento han sido...
En el 2013, la tragedia de los náufragos en Lampedusa, abrazados al sueño europeo, nos conmovió tan profundo que hasta el mismo papa Francisco pareció salido de compostura al culpar a «todos aquellos que, desde el anonimato, toman decisiones sociales y económicas que abren la puerta a situaciones trágicas como ésta».
Hoy, la tragedia de esos parias se replica en todo el mundo: van desde Venezuela al sur, pasando por Colombia; van desde Guatemala y El Salvador al norte, pasando por México; y siguen ‘invadiendo’ Europa y la pregunta del papa en ese entonces, sigue en pie: «¿Ha llorado alguien hoy en nuestro mundo?».
Si alguien ha llorado, no es Trump, el indolente presidente del que todavía se considera el país más poderoso del mundo, que no para mientes en someter a sus propios conciudadanos a penurias, a manera de chantaje al Congreso para financiar un muro de infamia que convierte en pesadilla el sueño americano.
Tampoco el drama arranca gotas a Marine le Pen en Francia o a Bolsonaro en Brasil… Todo lo contrario, han convertido en instrumento político la xenofobia, último grito de batalla de la derecha para hacerse al voto de millones de electores. Y Trump, Le Pen y Bolsonaro, son solo ejemplos al canto, ya que, casi todos los gobiernos alrededor del mundo, paradójicamente, han derribado las barreras para que fluyan libremente las finanzas y el comercio, y levantado muros contra la gente para que no pase.
Pero, aun así, debemos insistir, en la esperanza de que alguna vez prestemos atención a esas «botellas» puntuales de humanistas recientemente idos, como Eco (2016, febrero) y Zygmunt Bauman (2017, enero), sobre la marejada de gente que se desplaza por el mundo en busca de una oportunidad sobre la tierra.
Cerrando el siglo XX (en enero de 1997), Eco, pronostica que «las migraciones convertirán el mundo en un lugar de mestizaje», al concluir su discurso Cronologías comparadas del pasado, ante el primer congreso del plan III Milenio, celebrado en Valencia, España.
Eco siguió repicando el tema con poca fortuna de ahí en adelante, hasta su muerte, hace justo dos años. Inclusive se equivocó, para desgracia nuestra, cuando sentencia, en el mismo discurso de hace 22 años, que «los racistas son una raza en vías de extinción, como los dinosaurios». Algunos gobiernos, por desgracia, con EE.UU a la cabeza, lo desmienten.
Cinco escritos morales
En una de esas botellas sobre la mar, Eco encierra en este libro (Cinco escritos morales, Paidós, 1998), algunos mensajes como: por qué la guerra ha pasado a ser hoy día inviable; las características y vigencia del fascismo; los cambios de la prensa ante la presencia de la televisión; los fundamentos y la posibilidad de una ética laica y la tolerancia e intolerancia ante la migración que hará de Europa en los próximos años un continente multirracial.
Y, concretamente sobre la migración, dice:
«Creo que hay que distinguir el concepto de 'inmigración' del de 'migración'. Tenemos emigración cuando algunos individuos (muchos incluso), se trasladan de un país a otro (...). Los fenómenos de inmigración pueden controlarse políticamente, limitarse, impulsarse, programarse o aceptarse (...). No sucede lo mismo con las migraciones. Ya sean violentas o pacíficas, son como los fenómenos naturales: suceden y nadie los puede controlar».
Es un concepto que, obviamente, ni Trump, ni Le Pen ni Bolsonaro han leído, y, de todas maneras, les importa un bledo, ya que su rédito político está en levantar entre nosotros el rechazo de ellos.
Extraños llamando a la puerta
El otro gran humanista que se nos fue, dejando sus botellas flotando sobre la mar, fue Zygmunt Bauman. En este libro (Extraños llamando a la puerta, Paidós, noviembre 2016), dice que los migrantes van a entrar «por mucho que nosotros estemos en desacuerdo. Así va ser. Da igual que 'a ellos' les guste o no y/o que todos 'nosotros' lo lamentemos».
El pánico migratorio que nos recrean a diario los medios de comunicación impresos y electrónicos nos hace sentir incomodidad y temor al ver a esos recién llegados sin hogar, que incita en nosotros animadversión hacia ellos, que llama a la violencia y se vuelca en favor de partidos nacionalistas y de ultraderecha.
«La llegada de una masa de migrantes sin hogar y despojados de derechos humanos, no ya en la práctica, sino también conforme a la literalidad de la ley, brinda una (inhabitual) oportunidad de ascendentes éxitos electorales de partidos y movimientos xenófobos, racistas y chovinistas, y de sus patrioteros líderes».
El autor cita, para el caso, la fábula de Esopo sobre las liebres y las ranas de donde, probablemente, se desprende el refrán ese que todos conocemos como mal de muchos, consuelo de tontos. Y es el hecho de que, para los marginados de los países receptores de migrantes que sospechan que han tocado ya fondo, el descubrir el otro fondo más bajo en que se encuentran esos «miserables», como los llamara el gran Víctor Hugo en 1862, es un acontecimiento salvador que redime su dignidad humana y rescata la autoestima que todavía les queda:
«De liebres "perseguidas por las demás bestias" hay sobrados ejemplos en nuestra sociedad de animales humanos y, de hecho, en décadas recientes, su número no ha dejado de crecer de un modo aparentemente imparable. Viven sometidas al sufrimiento, la degradación y la ignominia en medio de una sociedad empeñada en marginarlas, al tiempo que alardea de unas comodidades y una opulencia esplendorosas y sin precedentes.
»En un mundo en el que se supone y se espera de todas las personas que sean «para sí mismas», y que se les insta a que lo sean (egoístas), estas liebres humanas, a quienes los demás seres humanos niegan respeto, atención y reconocimiento, son relegadas a la condición de "últimos del todo", condenados a quedar siempre por debajo de la nota de corte de miembros rescatables de la sociedad, sin esperanza de redención».
Y, para terminar, el exitoso catedrático británico, Paul Collier, sella la fosa sobre los migrantes con este epitafio:
«la brecha salarial entre los países pobres y los ricos es brutalmente amplia, factor que estimula la migración, abocada a acelerarse. Estamos asistiendo a los comienzos de un desequilibrio de proporciones épicas [citado por el mismo Bauman]».
Y ya que abrimos la nota con el papa, Francisco, cerrémosla con él, al decir en el mismo macabro escenario de Lampedusa, que abre el actual “pánico moral” y la subsiguiente debacle:
«¡Cuántos de nosotros, yo incluido, hemos perdido el rumbo, ya no estamos atentos al mundo en que vivimos, no nos importa, no protegemos lo que Dios creó para todos y terminamos siendo incapaces hasta de cuidar unos de otros! (...). Y cuando la humanidad en su conjunto pierde el rumbo, se producen tragedias como esta que hemos presenciado [...]. Hay que hacerse una pregunta: ¿Quién es el responsable de la sangre de estas hermanas y hermanos nuestros? ¡Nadie! Esa es nuestra respuesta: "No he sido yo, yo no tengo nada que ver con ello, deben de haber sido otros, pero no yo, desde luego [...]".
»Hoy nadie en nuestro mundo se siente responsable; hemos perdido el sentido de la responsabilidad hacia nuestros hermanos y hermanas [...]. La cultura de la comodidad, que hace que pensemos solamente en nosotros mismos, nos vuelve insensibles a los gritos de otras personas, nos hace vivir en pompas de jabón tan lindas como insustanciales; nos brinda una ilusión».
Fin de folio
La humanidad está en crisis y no hay otra manera de salir de esa crisis que mediante la solidaridad entre los seres humanos. Es la misma fraternité, nacida de la Revolución francesa que no hemos alcanzado al cabo de los años, y por lo leído dentro de las «botellas» de Eco y Bauman, y en este último mensaje del papa, debemos, todos, abrocharnos los «chalecos amarillos» a ver si, atravesando el inmenso mar del egoísmo, allende podemos alcanzarlas.